Este título puede sonar exagerado, pero es una realidad cuando tienes que llegar al trabajo o a la escuela y tu único recurso es el autobús o el Metro, que si de horarios hablamos es como una ruleta rusa donde todo es cuestión de suerte.
A las 8:30 de la mañana me paré frente al pabellón del Tecnológico de Monterrey, un día nublado y en donde se apreciaba poco tráfico por la hora.
Diez minutos esperé el camión para abordar la ruta que me llevaría a la estación del Metro Félix U. Gómez. Hace dos semanas me había convertido en la guía de turistas de una amiga regia que nunca se había subido al transporte público ¿Cómo con 19 años nunca había tenido la desdicha de pasar por este mundo de experiencias?
Más aún cuando Monterrey es una de las dos ciudades de México que cuentan con el servicio de Metro; fue toda una experiencia para ella, iba tomando fotografías de los murales de colores vivos con mensajes políticos sobre Ayotzinapa y Trump, videos de la llegada rápida del Metro con anuncios de diferentes marcas y sobre como ser mejor ciudadano con dibujos caricaturescos. Todo eso era algo nuevo para ella.
Esta vez mi suerte iba en aumento. El camión rojo vivo con la palabra Metrobús entre estrellas iba casi vacío, 5 personas atrás y otras 4 desperdigadas por los asientos de adelante donde 7 eran hombres; además de esa suerte era la primera vez que me subía y no tenia ese olor a trapeador sucio con químicos de limpieza. Tenía un olor cotidiano.
Me senté cerca de la ventana aun mirando lo que pasaba a mi alrededor. El conductor, un hombre robusto y moreno de aproximadamente 47 años con un bigote bien cuidado, iba despreocupado y tenía una expresión neutral en su rostro con la cual sacó su celular y empezó la llamada romántica con la que parecía ser su mujer mientras iba haciendo las paradas de manera descuidada en donde la gente le pedía hacerlo.
Los autobuses en Monterrey suelen tener un botón en la parte de atrás con un color anaranjado para poder avisar tu parada sin gritar el típico – ¡Bajan! – o indicarlo con chiflidos, pero al parecer este no funcionaba y las personas del fondo golpeaban desesperadas la parte superior de la puerta para indicar que ahí era su destino.
Llegamos a la estación del metro que estaba congestionada para no ser una hora pico y tuve que subir los mas de 40 escalones. La gente llegaba y se arremonilaba. ¿De donde sale tanta gente? Es ahí cuando pensé si realmente utilizar el transporte publico solucionaría el problema de circulación de la ciudad.
Usar esa tesis nos llevaría a otro problema del lado contrario por la falta de transporte, si solamente basta con intentar subir en la estación Cuauhtémoc, lugar donde ambas líneas se juntan, a cualquier hora del día para entender de lo que hablo y esta vez no fue la excepción.
Personas de todas las edades con bolsas, maletas y grandes mochilas escolares no dudaron en empujar para alcanzar un lugar en el concurrido vagón que empezaba a llenarse con un aroma humano, parece que la hora tranquila terminó.
Bajar dos estaciones después de Cuauhtémoc fue todo un logro. Resutó toda una odisea esquivar las mochilas y entrar entre los espacios que la gente dejaba para poder llegar a la puerta fue la travesía de mi vida. Y no se diga bajar las escaleras donde individuos intentaban ir contra la corriente del mar de gente.
Si queremos mejorar el sistema de circulación en nuestras urbes latinoamericanas es necesario que se invierta más en el transporte público para que rinda un mejor servicio, cómodo y seguro. Y, sobre todo, para que cada viaje sea una mejor experiencia para el pasajero…
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