Desaparecida de los archivos gubernamentales y de la memoria ciudadana, la masacre cometida por orden del Gobernador de Nuevo León Bernardo Reyes en contra de miles de manifestantes opositores el 2 de abril de 1903 en la plaza Zaragoza ni siquiera guarda precisión en el número de víctimas.
Luis Alvarado
Ese año habrían de registrarse las elecciones, en las que todo indicaba que la oposición habría de quitar de la gubernatura al general promotor de la industrialización de Monterrey.
Pero Reyes habría de reelegirse a sangre y fuego por varios años más hasta que la corte del presidente Porfirio Díaz, “Los Científicos” habrían de maquinar en su contra por ambicionar la presidencia ganándose el exilio a Europa en 1909, para morir como traidor en 1913 en el asalto al Palacio Nacional bajo la presidencia de Francisco I. Madero.
A 116 años de esa tragedia en la que el reyismo aplastaba una marcha de miles de regiomontanos que se pronunciaban contra la reelección del gobernante y se decidían a respaldar la candidatura del abanderado de la Convención Electoral Nuevoleonesa, Francisco E. Reyes, la cifra de caídos tiroteados desde las azoteas de edificios va de los dos a los 15 muertos y decenas de heridos.
La celebración del 2 de abril era una costumbre instaurada por Bernardo Reyes para honrar el triunfo del general Porfirio Díaz en Puebla en el año 1867 cuando vence a los invasores franceses durante la intervención, batalla que perfilaba a México al triunfo definitivo sobre la monarquía extranjera.
Esta celebración en Monterrey para enaltecer la figura del dictador Díaz culminaba en la alameda, actualmente Mariano Escobedo. Pero esa fecha de 1903, los oficialistas y los contrarios a Bernardo efectuaban por su lado sus actos políticos, que culminarían en un baño de sangre.
Un “ incidente lamentable”, informa Reyes
En el Periódico Oficial del Estado No. 27 del 3 de abril de 1903, el gobernador Reyes le informa que los festejos en su honor se efectuaron con mucho orden y entusiasmo, “no obstante un incidente lamentable ocurrido en una manifestación ajena al mismo”.
En el mismo número, el periódico reproduce la respuesta telegráfica en que Díaz agradece a Reyes su “bondadosa felicitación” y éste inserta en la misma nota el “lamentable incidente” al ministro de Gobernación, Ramón Corral, donde dice que a las 10 de la mañana de ese día, frente a su casa, atendió una manifestación ordenada de unos dos mil quinientos hombres (seguidores suyos).
A éstos dice hacer “recomendaciones de respeto a sus enemigos políticos, la cual concluyó sin el menor incidente pero que cuando éstos se dirigían al rumbo occidental de la ciudad, en el lado oriente de la Plaza Zaragoza, -los manifestantes de la oposición (de la Convención), muchos ebrios y con pistola en mano, insultaron a la policía y les hicieron disparos que ocasionaron la muerte de dos gendarmes, también murieron dos paisanos y hubo dos heridos-”.
Añade el gobernador que la autoridad judicial conoce del asunto y que “como la policía se impuso en dos o tres minutos, y sólo un pequeño grupo de desordenados hubo que reprimir, aprehendiéndose a algunos cabecillas, se disolvió instantáneamente el resto del concurso que lo formaban, seis o setecientas personas, y la población ha quedado tranquila”.
Para el 7 de abril el periódico oficial reproduce la comunicación del Jefe Militar a la Secretaría de Guerra, reproduciendo el parte rendido al Ministro de Gobernación por el general Reyes, observando que “se aprehendieron algunos de los principales agitadores, pero la ciudad no se encuentra alarmada por el incidente”.
Otra versión cuenta ocho muertos
Otra versión sobre la tragedia indica que los “reyistas”, se reunieron frente a la casa del gobernador (Hidalgo 220) y el grupo de estudiantes opositores en la Alameda, para escuchar a los oradores de la “Gran Convención Nuevoleonesa y que cuando los estudiantes avanzan a la Plaza Zaragoza, se enfrentan contra los reyistas y la policía municipal siguiendo disparos y que entre la confusión, ambos grupos disparaban desde la azotea y los balcones de la Plaza Municipal.
Resultan ocho muertos y 70 heridos, además de que cientos de personas pertenecientes al grupo de la Convención son encarceladas y el resto huye. Entre estos Adolfo Duclós Salinas que luego en San Luis, Missouri, publica importantes obras precursoras de la Revolución Mexicana como: “México Pacificado”, “Héroe y Caudillo” y “Emigrados Políticos”.
Duclós cuenta 15 muertos y es apresado
Uno de los actores pasivos (fue apresado), Adolfo Duclós Salinas escribe en su libro Méjico Pacificado (Imp. Hughes, Missouri, 1904) sobre esta manifestación de cerca de 15 mil antireyistas: “En la alameda ‘Porfirio Díaz’ los oradores de la Convención, así como los estudiantes, obreros, habían sido aplaudidos estrepitosamente…” Dirigían el Lic. Nicolás Berezaluce, secretario del organismo y Francisco de P. Morales.
Terminados los discursos arranca la marcha de la Alameda por la calle Washington al oriente, siguen por Roble (actual Juárez) hasta Matamoros…”de los balcones les arrojaban confeti, flores, la muchedumbre aclamaba al bello sexo de Monterrey, a los prohombres nuevoleoneses, a Méjico y hasta al Dictador de la República! (Díaz)…!”.
La procesión ocupaba como 15 cuadras, algo pocas veces visto en esa época y menos de oposición. Faltan solo dos cuadras para llegar a la plaza Zaragoza. La caballería del gobierno había flanqueado la calle Matamoros.
“El comandante de la policía (Morelos Zaragoza) ostentando traje militar, a caballo y espada en mano, poco a poco había avanzado hasta la cabeza de la manifestación formada por su caballería, la cual torció rumbo al oriente y se colocó en desorden bajo los balcones del Casino Monterrey. Frente al Palacio Municipal y en la banqueta exterior al lado poniente de la plaza, un doble cordón de gendarmes con pistola en mano aparentaban mantener el orden”, añade Duclós en su obra (p. 283).
El gobernador operaba desde casa
Para entonces los policías ocupaban las bocacalles, azoteas del Palacio y unos 250 agentes secretos mezclados entre los manifestantes. “A tres cuadras de distancia el 9º batallón y a cinco, el 10º de rurales –prevenidos por Reyes y Terán- esperaban, fusil al hombro, el momento oportuno para obrar…”.
Reyes operaba desde su propia casa ubicado en la calle Hidalgo a pocas cuadras de distancia, a quien se le reportaba telefónicamente cada cinco minutos lo que ocurría en la plaza. Luego el comandante Morelos Zaragoza en la calle Zaragoza recibía un papel enviado por el alcalde Dr. Pedro C. Martínez con los nombres de los que se debería detener.
Una fuente de Duclós le dice a éste autor que “dos horas antes, en la oficina privada del general Reyes, éste señor y el alcalde primero discutían acaloradamente. Se escuchó esta frase: -no, eso es demasiado… fue pronunciada por el general Reyes? ”.
Segundos después de recibida la lista por Morelos se escucha un disparo procedente de la azotea del palacio municipal. “Aquello fue como una señal”. Le siguen tres disparos más frente a la casa de los señores Maiz y otros dos entre la cantina alemana y la Sonora News Co.
En esos instantes el Lic. Vicente B. Treviño se preparaba a iniciar su discurso, pronunciado solo la palabra señores…, cuando una descarga de gendarmería colocada frente a Palacio ahogó toda voz. Empezaba la carnicería: caen los primeros dos muertos frente a la casa Maiz, otro más frente a la Sonora, un joven en los portales de Palacio, un niño en la esquina suroeste de la plaza Zaragoza.
“Entre el hotel Zaragoza y el Palacio, un infeliz obrero espiraba en brazos de su hijo. A dos pasos de la tribuna yacía el cadáver de un gendarme…”, añade Duclós. Las descargas prosiguen “tan nutridas que simulaban un ataque contra un enemigo armado y dispuesto a defenderse”.
“Porqué tiran contra el pueblo?”. Mayoría de muertos eran gendarmes
Cinco minutos después irrumpe el 10º de rurales desde la cabeza de la plaza “abriendo fuego sobre el pueblo….en aquellos momentos llegaba también un piquete del 9º Batallón, al mando de un capitán, cuyo nombre sentimos no recordar y el cual, encarándose valientemente a los rurales y gendarmes les increpó así, con voz potente: -porqué tiran contra el pueblo?, no ven que huye?-
Momento después el comandante de la masacre, Morelos Zaragoza ordena un cese al fuego, pero algunos policías seguían disparando a la vez que trataban de aprehender a personas que previamente se les había instruido detener. Por doquier se veían heridos ponerse a salvo, en farmacias, rumbo a sus casas.
”Otros eran transportados rápidamente por la policía y solo un corto número de heridos y muertos fueron dejados en el teatro de los sucesos. Entre los últimos la mayor parte eran… gendarmes: no faltaría, sin duda, a quien hacerle creer en una resistencia heróica (¿?) por parte de los manifestantes”, escribe el testigo (p.285).
Otros autores de la época refieren que los policías caídos fueron asesinados por las propias balas reyistas atendiendo ordenes de Morelos Zaragoza y en última instancia del gobernador Bernardo Reyes para así culpar a los convencionistas de las muertes de civiles.
Entre los detenidos a los que se imputaría de haber iniciado la balacera y haber asesinado a los policías, además de Berezaluce; el magistrado del poder Judicial, Vicente Garza Cantú; los pasantes de leyes Jesús y Eugenio del Bosque y Galdino Quintanilla, así como Severo Morelos, Gonzalo Espinosa, Hipólito Díaz, Gonzalo Canales y muchos más.
El día 3 de abril son llevados a la penitenciería ubicada frente a la alameda Duclós, el autor del libro, el coronel Lino Guajardo, Julio Morales. En esta cárcel habrían de ser fusilados dos o tres de los políticos convencionistas, que a pesar de ser porfiristas no pasaron la prueba con su gober.
Reyes asiste a la plaza esa noche a velada musical
Por su parte, la manifestación ocurrida la tarde del 2 de abril en favor del gobernador Reyes y su reelección había sido desairada “en extremo”, acudiendo acaso burócratas, unos 250 reyistas de los clubes Victoria y Unión y Progreso. Por la noche toca la banda militar en la plaza Zaragoza, aún manchada de sangre, a la que asiste el propio Bernardo Reyes.
En el análisis de los hechos en los que se calcula en más de 15 las víctimas, Duclós señala; “al gobernador le quedaban solo dos sendas expeditas: o tolerar, primero una humillación pública y sufrir después, una derrota absoluta en los comicios; o disolver, primero, la manifestación, derramando la menor cantidad posible de sangre y más tarde perseguir y encarcelar a los oposicionistas a quienes se les acusaría de ser los autores del delito”.
Otro autor más, José R. del Castillo, escribe que contrariamente a la caída de Reyes, que era esperada, continuó como gobernador del estado reeligiéndose en el cargo, “por el Gran Elector, que hizo callar las murmuraciones de los científicos y puso término, por entonces y por aquel atentado, a las intrigas limantourianas”.
Ya en época más reciente, la LIII Legislatura, el Senado y el Colegio de México publican en 1987 El libro seis (1857-1910) de la obra “Planes de la Nación Mexicana con el documento rescatado en la época de la masacre reyista “Protesta del estudiantado de Nuevo León por la actitud anticonstitucional del señor general Bernardo Reyes”, con fecha del 5 de abril de 1903.
En el mismo se señala que: “Los estudiantes neoleoneses en esta capital protestamos con toda la energía de nuestra alma, con toda la indignación del patriotismo herido, con todo el vigor de una conciencia honrada, contra el cobarde atropello, contra el atentado salvaje que para mengua de nuestra cultura, ha cometido a la faz de la Nación y con desvergüenza suprema, el gobernador de Nuevo León, general Bernardo Reyes”.
“Este documento, que se considera como un testimonio de los primeros movimientos estudiantiles en México, lo firman cerca de veinticinco estudiantes regiomontanos en la capital, entre ellos Faustino Roel, Saturnino Hinojosa, Severo de León, Albino Martínez, Manuel Montero y Nemesio García Naranjo”, señala el investigador Héctor Franco en artículo en 2003.
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