OpiniónReflexiones

Entre dudas y certezas

REFLEXIONES 2021
Por Mtra. Emilia Vela González
Entre dudas y certezas 

La vida misma, particularmente en época temprana, nos da la oportunidad de cruzarnos con muchas personas, que nos sirven de referencia sobre lo que deseamos ser y lo que no, pero también que nos ponen a dudar sobre nuestros propios deseos. Mi cabeza se puebla de imágenes, pero me referiré a dos en particular. Un hombre y una mujer. 

En agosto de 1969, que ingresé al primer semestre de la facultad de Derecho, contaba con 15 años, los 16 los cumpliría en noviembre. Días antes del inicio de clases, llegué al lugar donde viviría los siguientes dos años. Una atractiva y sonriente rubia abrió la puerta, quien al saber que estudiaría Leyes, me dio un abrazo, ella acababa de concluir esa carrera. 

La recién graduada, que en ese día cumplió sus 22 años, pareció tomarme bajo su protección, en los pocos meses que siguió viviendo en el mismo lugar, buscó con frecuencia mi compañía y varias veces me invitó a que la acompañara a realizar trámites a oficinas particulares o de gobierno. 

Si bien me simpatizaba, no me identificaba con su manera de pensar y en ocasiones de actuar. Se sabía guapa y utilizaba sus atributos físicos, pero la faceta de su personalidad con la que no coincidía es que tendía a menospreciar a gente sin dinero o carrera profesional, consideraba el título universitario casi como uno de nobleza.  

En el lugar donde residíamos, la planta baja estaba reservada para estudiantes universitarias, las habitaciones eran para dos personas. En la planta alta, donde dormían estudiantes de secretariado o preparatoria, las habitaciones eran para cuatro o más. Ella enfatizaba mucho en que no éramos iguales, tú vas a ser profesionista, me insistía. 

Cierta vez, me presentó un hombre que no me llamó particularmente la atención,  ella se mostró encantadora y desbordante de simpatía con él. Cuando nos despedimos, me pregunta – ¿Qué te pareció? – -está muy chaparro- fue mi respuesta; ella riéndose me dijo – No te preocupes, se para en la cartera y crece-. 

Quizá una de las razones por la que me molestaba un poco su coquetería, obedecía a que conocía a su novio, y sentía gran admiración por él; atractivo, bien vestido, serio y muy inteligente. Además, tenía la paciencia para explicarme o aclararme dudas respecto a mis estudios, también era abogado. 

Mi mentora voluntaria, regresó a la ciudad residencia de su familia, donde trabajaría y se casaría posteriormente.  Sabedora de su lugar de trabajo, cierta ocasión, ya como abogada, acudí a este a visitarla. Nos dio gusto vernos, platicábamos cuando entró una secretaria a dejarle unos papeles, diciéndole algo a lo que no presté atención. Cuando la empleada se retiró, y creo que aún antes de que cruzara la puerta, me excompañera de casa expresó: – Estas creen que son iguales a uno- yo sentí que mi cara enrojecía y pensé, es por demás, genio y figura. No fue una compañía que buscara en el futuro. 

Contando con veintitrés años, se dieron las circunstancias para que yo empezara a salir con aquel novio de mi excompañera que tanta admiración me produjo al inicio de mi carrera, aún se mantenía soltero, y desde mi percepción personal, su atractivo e inteligencia se habían acentuado. Sin embargo, como hombre de su tiempo, unos diez años mayor que yo, era de ideas muy conservadoras, trataba de convencerme de que yo había estudiado por moda, pero que había nacido para ser madre y esposa. 

Por aquel tiempo, acudía yo a unas reuniones de abogados para constituir lo que sería el Colegio de Abogados de Monterrey, cuando se eligió al primer consejo directivo, yo quedé como vocal. Al salir de aquella actividad y dirigirme a casa, experimentaba emociones contradictorias. 

Por un lado, me sentía entusiasmada y diría privilegiada por la distinción, lo que sin duda marcaría mi vida, pero, por otro lado, sabía que a mi admirado pretendiente no le iba gustar la idea de que formara parte de un organismo integrado mayoritariamente por hombres y así fue.  

Ya estando en Reynosa y acercándome a los treinta años, le compartía a una amiga que posiblemente yo no había alcanzado el éxito que imaginaba al concluir la carrera, pero si me hubiera casado y dedicado al hogar, siempre me hubiera cuestionado lo que hubiera podido lograr como abogada, una carrera que deseé estudiar desde muy chica. 

En fin, somos producto de nuestras decisiones, y si bien las personas que se cruzan en nuestra vida, suelen resultar determinantes en las que tomamos, las circunstancias que se nos presentan también. 

Bendecido Domingo. 

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