REFLEXIONES
Por Emilia Vela González
Retrospectivas I
El pasado martes, con motivo del día del Abogado, apareció como recuerdo en mi muro de FB, la fotografía que acompaño a esta publicación. Corresponde al grupo D, de estudiantes de Derecho generación 69-74, del cual formé parte durante todo el tiempo que cursé la carrera.
La imagen debe datar de principios de los años setenta, y fue captada en los jardines de la Facultad, teniendo como fondo el edificio de la rectoría de la UANL.
Es imposible no experimentar sentimientos encontrados, volver a ver los jóvenes que fuimos alguna vez, las modas de entonces, ya ni recordaba que usé una moderada minifalda, pero ante todo caer en cuenta de que un significativo número de personas entrañables que ahí se encuentran, ya no están entre nosotros.
Quizá la vista reciente de la foto, haya influido para que, al despertar esta mañana, mi mente se poblara de imágenes de mi etapa universitaria. Siempre tengo presente a mis excompañeros, pero ahora vinieron a la memoria los maestros, puedo afirmar que recuerdo todos sus rostros y la mayoría de sus nombres.
En esa época, las mujeres representábamos aproximadamente un diez por ciento de la población estudiantil, por lo que a la Facultad de Leyes se refiere. Al inicio de la carrera, el salón de clases de mi grupo se ubicaba al final del pasillo de la planta baja, frente al jardín. El trayecto representaba enfrentarte al escrutinio de compañeros de las primeras aulas, muchos de los cuales no se guardaban sus comentarios, que no siempre resultaban agradables
El primer día de la clase de Introducción al Derecho, el maestro, después de dar una revisada a los casi cincuenta alumnos, con una sonrisa y cierto tono de voz, comentó – No se pueden quejar muchachos, tienen a lo mejorcito de la facultad-. Puede que entonces tal comentario pudiese resultar halagador, pero con el tiempo, tal perspectiva cambió.
Si bien como estudiante nunca experimenté rechazo, los estereotipos de género estaban presentes, por lo menos hubo dos maestros que mostraron su desagrado de que las mujeres usáramos pantalones, uno de los cuales advirtió que si el día del examen, las mujeres no llevábamos falda o vestido, no nos permitiría presentar. El otro comentó en clase, – ¿mujeres, cuáles mujeres? – y agregó – aquí yo veo puros pantalones-.
La estructura patriarcal quedaba de manifiesto en la legislación Civil, en la cual se comprendía el Derecho Familiar. Recuerdo que me sorprendió una disposición que obligaba a los padres y a falta de estos a los hermanos, a proporcionar alimentos a la mujer soltera, con independencia de su edad, en tanto observara una vida casta y honesta. Cuando pregunté al maestro el porqué, la respuesta fue que era para su protección. Estábamos en la segunda mitad del siglo XX y subsistían disposiciones del XIX.
Pero esa castidad exigida a las mujeres, resultaba totalmente inimaginable en los hombres. Cierta ocasión el maestro de Derecho Penal, preguntó a uno de los compañeros- ¿Que es el adulterio? – queriéndose hacer el gracioso, este contestó con cierto énfasis – el adulterio es una mancha-. El maestro sin perder su tranquilidad y seriedad, comentó- compañerito, si el adulterio fuera una mancha, todos seríamos unos leoparditos-.
No obstante, el esfuerzo y dedicación que exigía estudiar y concluir una carrera universitaria, no era raro, que, tratándose de mujeres, este se minimizara al afirmar que estudiaban mientras se casaban o que la finalidad de estudiar era encontrar con quien hacerlo.
No obstante, los años transcurridos, los cambios legislativos y de costumbres, existen estructuras tan profundamente arraigadas que al irse replicando no desaparecen, sino que gozan de cabal salud, los estereotipos de género son un ejemplo.
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