Ambrocio López GutierrezOpiniónVictoria y Anexas

La prensa en el Porfiriato

VICTORIA Y ANEXAS
Por Ambrocio López Gutiérrez
La prensa en el Porfiriato 

El antecedente del diarismo en México lo constituye La Gaceta de México y Noticias de España, que surge en 1772 y cuyo contenido refiere notas oficiales, religiosas y comerciales. En 1805 surge el Diario de México, principal divulgador de las ideas políticas independentistas y liberales de la época. Para finales del siglo XIX y principios del XX había 2,579 periódicos; la mayor parte, casi 2 mil, estaban en las provincias y las publicaciones impresas en la capital fueron 576 (Toussaint, 1989). La periodicidad de los mismos era diversa, los más eran semanarios, algunos eran diarios; pero es difícil de precisar la condición de la mayoría, pues además se padecían los problemas de la circulación de los ejemplares en un México todavía de carruaje y caballos. Con esos antecedentes, Ángel Manuel Ortiz Marín y María del Rocío Duarte Ramírez, académicos de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), nos brindan un texto brillante que titularon El Periodismo a principios del siglo XX donde desmenuzan el papel de la prensa durante el llamado porfiriato. 

Se puede considerar que los lectores de los diarios en las grandes ciudades eran pocos, pues los periódicos eran artículos de lujo (por los bajos salarios y por el problema del analfabetismo) “apenas casi un 30% de la población mayor de 10 años sabía leer en 1910” (Bohman, 1989: 68). Los lectores habituales eran las clases medias y altas y los propios periodistas, políticos, comerciantes, maestros, intelectuales y estudiantes adinerados. Los periódicos eran editados en las grandes ciudades del país como la ciudad de México, Puebla, Guadalajara, Monterrey o Mérida. La capital tenía 326 mil habitantes y el total de la población del país en 1885 era de 12 millones; en 1900 de 13.5 y en 1910 era de poco más de 15 millones (Landa, 2000). La prensa política era la más numerosa y residía principalmente en la ciudad de México, ya que el periodismo, sobre todo el independiente, fue instrumento de política y lucha de poder. El periodismo de este tipo tuvo por objeto, la crítica al poder público. Hacia finales del siglo XIX, en la capital había 100 periódicos que eran diarios y 250 semanales, y en su mayoría eran más literarios y de opinión que de noticias. También se inició, con la renovación de la imprenta la consolidación de los grandes diarios, sobre todo en la capital del país como: El Imparcial, Monitor Republicano y El Universal, con tirajes de 10 a 20 mil ejemplares. 

El Imparcial logró tirajes de más de 100 mil ejemplares a un centavo el número, gracias a los cambios tecnológicos sucedidos en la imprenta y fue un periódico que tuvo una organización basada en el sistema norteamericano del diarismo con rotativas e impresión en linotivo (Martínez, 1976). Los precios de los diarios variaban, pues iban desde un centavo hasta 50 centavos, según el número de páginas y las fechas de edición o días de la semana y también el tipo de lector al que iban dirigidos. Durante el principio del siglo XX, ya en la última etapa del porfiriato, disminuyeron los diarios en razón del control de la opinión y para evitar la difusión de ideas cada vez más plurales y menos condescendientes con el gobierno porfirista; ya que se empezaron a expresar voces de inconformidad hacia la continuidad del general Porfirio Díaz en la presidencia, ya fuera por sí mismo o través de personeros, como lo fue Manuel González. Un diario importante para la época lo fue Regeneración publicado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón y Práxedis Guerrero, entre otros colaboradores; se constituyó en un opositor del régimen porfirista, logrando tirajes de hasta 30 mil ejemplares y cuyos principales destinatarios eran los obreros, clase surgente dado el avance de la industrialización, sobre todo en manos de inversores extranjeros (Bartra, 1980). 

También se fundaron otros diarios opositores como El Anti reeleccionista de José Vasconcelos y Moisés Sanz; el Constitucionalista de Rafael Martínez; México Nuevo, El Partido Democrático y otros diarios de menor presencia, que en su conjunto fueron parte de un sector del periodismo que criticó continuamente al presidente Díaz (Bohmann, 1989). Ahora bien, las características del periodismo en la etapa final del Porfiriato (1900-1910), en cuanto a géneros periodísticos, privilegiaron: el artículo, la editorial, la crítica político-literaria y la crónica periodística. Esta última, con un lenguaje sumamente literario y adjetivando favorablemente a las autoridades cuando se trataba de referir actos oficiales. Asimismo, los diarios importantes como el Imparcial o El Universal, ya utilizaban la fotografía y el grabado para ilustrar sus páginas, especialmente cuando se trataba de eventos sumamente significativos como los que acontecieron en la conmemoración del aniversario de la Independencia de México en 1910. 

La composición de las páginas de los principales diarios de la época estuvo integrada por las noticias nacionales, estatales e internacionales, los espectáculos y deportes. Por ejemplo, un importante periódico de la capital como El Diario contaba, además de las secciones ya referidas, con una sección de avisos de lo que llamaríamos de ocasión sobre: empleo, arrendamiento, enseñanza, hoteles y servicios de profesionales como los médicos. Además, la sección de deportes refería los eventos de la capital en la práctica del béisbol, futbol y voleibol; para ello utilizaba palabras extranjeras como team, players, club, score, mach, entre otras (El Diario, 16 de septiembre de 1910, pág.10). Era notorio, por lo menos en este diario consultado, la publicidad de los grandes almacenes de ropa de esa época que tenían sus establecimientos en la capital del país. Los anunciantes eran: Palacio de Hierro, Puerto de Liverpool y Puerto de Veracruz. Además, se anunciaban: Fonógrafos Mosler; Tabacos Centenario; Cigarros El Buen Tono; máquinas de escribir Royal; Línea Ward Vapores, que ofrecía viajes internacionales en buques; la Cerveza Carta Blanca y curiosamente se encontró un anuncio de una empresa de pulque, bebida prehispánica de consumo entre albañiles y campesinos. 

También había anuncios de la compañía petrolera El Águila, promoviendo el uso de gasolina para los carros de combustión que existían ya en esa época. Es significativo que en los dos periódicos consultados (El Diario y el Imparcial) se anunciaban La Lotería Nacional con los números premiados y los próximos sorteos que llevaría a cabo (esto ocupaba una buena parte de la página del diario, según el caso). El contenido de las principales páginas de El Diario refería en su mayoría, a través de los géneros políticos-literarios o científico-literarios, los temas de los principales acontecimientos que se sucedían y con preferencia los actos del presidente Porfirio Díaz. Además, se publicaban notas relacionados con el arte, el comercio, la agricultura o de la industria y la religión; asimismo se daban a conocer noticias extraordinarias que daban cuenta del avance de la ciencia o proezas. Un ejemplo de ello es la nota de El Diario que en sus páginas consultadas informó de “la ascensión en globo del ‘aeronauta’ Chávez, que logró una altura de 8,823 pies en París” (El Diario, 9 septiembre de 1910, p. 3). Las noticias internacionales o extranjeras capturaban la atención de los diarios de esa época dada la fuerte impronta de una internacionalización de la sociedad mexicana. 

De tal forma que las noticias internacionales llegaban a los diarios a mediados del siglo XIX por barco desde New York o Europa. Eran breves notas con datos llamados paquetes de New York o paquete francés. A partir de 1889, con el cable submarino aparecen las notas por cable, vía los Estados Unidos, y con el tendido telegráfico llegaron las noticias a través de la Agencia Telegráfica Mexicana (Hernández, 1999). En el diario El Imparcial, consultado en sus ediciones de 1910, considerado el primer periódico de masas (Bohmann, 1986), ya utilizaban para sus notas del extranjero, las agencias de noticias internacionales como Associated Press (AP) para informar de hechos ocurridos en New York, Chicago, pero también de París, Londres, Roma y Madrid. Este diario le dedicó generalmente la página dos a las notas internacionales de diversa índole, preferentemente político-económicas y a los acontecimientos de la realeza europea. Es preciso indicar que en la elaboración de los diarios de esa época participaban escasos elementos en las salas de redacción. Había principalmente las grandes plumas provenientes de la ciencia, la literatura o de analistas políticos que colaboraban, en ocasiones gratuitamente o por una paga simbólica y en otras, comprometidos con la tendencia ideológica del diario. Sólo en los grandes diarios había un redactor, un director que también era el dueño del periódico en la mayoría de las ocasiones. 

HABÍA GACETILLEROS, (continúan los académicos de la UABC) que producían breves notas de todo tipo, generalmente de hechos noticiosos (Toussaint, 1989). Estos después serían llamados reporteros (del inglés reporter). Un dato curioso, pero que ilustra lo antes indicado, es que las notas, no importaba su extensión o contenido, no se firmaban ni tampoco las fotografías, por lo menos en los dos diarios consultados, El Diario y El Imparcial. También estos periódicos tenían secciones de noticias de los estados del interior del país. El Diario indicaba contar con corresponsales en Torreón, Puebla, San Luis Potosí, Baja California, Colima, Guadalajara y Veracruz. Por su parte, El Imparcial contaba con oficinas en Veracruz, Guadalajara, Orizaba, Monterrey y San Luis Potosí. Este último tenía corresponsales en Londres y París. De los aspectos sobresalientes del periodismo, fueron los festejos conmemorativos del primer Centenario de la Independencia de México, que ocuparon diversas emisiones de ambos diarios en el mes de septiembre de 1910. En este sentido, tanto El Diario como El Imparcial le concedieron amplios espacios en sus principales páginas para referir diferentes eventos que el gobierno porfirista organizó para la memorable ocasión. Cronológicamente se sucedieron actos como el 3 de septiembre de 1910, cuando se inauguró la Cárcel General de Lecumberri, llamado Palacio Penal, con una capacidad para 1,700 presos y cuya ceremonia la encabezó el vicepresidente Ramón Corral (El Imparcial, p. 3). 

En ese contexto, el 12 de septiembre de ese año, fue inaugurada la Escuela Normal para Profesores y con ello se dio un importante impulso a la preparación del profesorado, que carecía de centros de formación profesional. En el informe que rinde el presidente Díaz al Congreso indicó que “en 1910 había 641 escuelas primarias; 83,824 alumnos y maestros de educación elemental 2,371, sin contar a los directores” (El Diario, 17 de septiembre de 1910, p.1). Un importante acto lo fue la noche del 15 de septiembre en que se celebró el llamado Grito de Independencia de México y que se conmemoró con una cena de honor que presidió el presidente Díaz, su esposa y miembros de su gabinete y tuvo lugar en Palacio Nacional, al cual asistieron los embajadores de los países acreditados en México. El Diario refiere el menú servido para esa ocasión cuyos nombres de los platillos servidos están redactados en francés. Significativo acto lo representó el desfile cívico-militar del 16 de septiembre de 1910 que presidió Porfirio Díaz para conmemorar la gesta de la Independencia. El Diario narró que asistieron 200 mil personas y desfilaron contingentes de indígenas y españoles protagonizando escenas de la conquista; así como grupos que representaron al Ejército Trigarante y carros alegóricos alusivos al acto (El Diario, 17 de septiembre de 1910, p. 1). 

Ese mismo día, el Presidente Díaz rindió su informe anual de actividades ante el 25º Congreso de la Unión y finalizó su discurso con la siguiente frase: La reseña que antecede es una prueba palpable de que el presente de la República no debe inspirar, como no inspira al Ejecutivo, sino la confianza sólidamente fundada de que el porvenir, a menos que lo enturbie algún acontecimiento imprevisto, se presenta alentador a todas luces, pues los marcados síntomas de bienestar y progreso que de algunos lustros acá vienen caracterizando a la situación… El gobierno cuenta siempre con el apoyo del pueblo, que parece convencido ya que sólo a la sombra de la paz, del trabajo y del imperio de la Ley, las naciones adelantan… (El Imparcial, 17 de septiembre p. El Porfiriato representó para el México de fines del siglo XIX y principios del XX, una etapa de las más incruentas para los marginados sociales, entre los más afectados estuvieron los campesinos por la situación de explotación y pobreza prevaleciente, incluso hasta la fecha; fue un período en el cual la desigualdad social fue más patente. En el aspecto político, el Porfiriato representó una oligarquía al impedir el desarrollo de la democracia y la participación de la ciudadanía y cancelar la formación de grupos políticos de oposición que se manifestaron de forma clandestina, a pesar de la represión porfirista. 

En contraste con ello, este período se significó por grandes avances en la industrialización del país y un progreso en lo tecnológico con una fuerte influencia europea. En la cultura y la educación, se caracterizó por tener una impronta ideológica basada en el positivismo y marcadamente de las ideas de Spencer. La educación, a pesar de los grandes rezagos, tuvo un desarrollo notorio y se sentaron las bases para darle cientificidad a la educación en todos sus niveles. Esto fue más señalado en la educación superior, al instituir dos centros del saber cómo fueron: la reapertura de la Universidad Nacional de México y la fundación de la Escuela Normal de Maestros. Como tal el periodismo que se practicó durante el Porfiriato tuvo esa condición de reflejar las condiciones sociales, económicas y políticas prevalecientes, tanto el que se podría ubicar desde una perspectiva oficialista como el que se caracterizó por su condición de independencia y crítica al régimen del presidente Díaz. Entender estas peculiaridades conduce a reflexionar sobre la forma en la que se expresó el periodismo -no sólo de esa época, sino históricamente- como una articulación obligadamente vinculada con el poder instituido (Habermas, 1986 y Martín Serrano, 1986) ya fuera legalizado o no. 

De ahí también la importancia de la existencia de diarios como Regeneración, cuya tarea de denuncia y oposición al régimen porfirista cobró singularidad, no sólo por su actividad periodística, el tipo de lector al que se dirigía y el tiraje alcanzado, sino también porque su compromiso estaba ineludiblemente ligado a la responsabilidad social como medio de comunicación, aún a costa de la vida, como ocurrió con las amenazas y persecución de que fueron objeto los hermanos Flores Magón. El diarismo practicado indica por la lectura de sus páginas, el interés del régimen porfirista por trascender mediante la oficialización del relato periodístico ejemplificado mediante la pompa y el boato y festejo de los actos de gobierno en el cual, el ensalzamiento al Presidente Díaz representó esa condición de legitimidad de poder simbolizado en su figura patriarcal; lo cual aunado a la reseña del ocio que sus miembros más distinguidos practicaron de forma cotidiana, muestra una sociedad burguesa que festejaba con igual regocijo el orden y el progreso, progreso para unos cuantos por supuesto y orden para todos. El Porfiriato, así como el diarismo practicado en esta etapa, dejaron huella profunda en un México que a partir de este momento histórico inició la transformación de sus estructuras mediante la Revolución Mexicana, y por ende, de un periodismo que también evolucionó. 

Ortiz Marín y Duarte Ramírez destacan en su investigación que, referirse al período de El Porfiriato y al periodismo que se practicó en esa época, representa uno de los escenarios más trascendentales para la historia del país. No sólo por la importancia de los acontecimientos sucedidos, sino que, en el espacio de referencia, se sentaron las bases de un México que más tarde iniciaría su trayectoria como un país, en el contexto latinoamericano, de gran desarrollo en lo social, político, económico y cultural. Justamente es el Porfiriato el cimiento para el surgimiento de un sector de la sociedad de la época, educada e intelectualizada gracias al aporte de la influencia europea y con vigorosa presencia en diversos ámbitos de la vida cultural. Las ideas liberales y la influencia francesa fueron elementos fundantes de un pensamiento de avanzada que encontraron eco en esa sociedad que se debatía entre las reminiscencias del colonialismo español, el auge de la creciente bonanza norteamericana y una Europa que ofrecía a los mexicanos, la visión de una ideología fincada en la razón. 

Sin embargo, también el Porfiriato muestra su lado oscuro. La pobreza de las grandes masas de campesinos, el enorme rezago del analfabetismo, la escasa oportunidad de una vida digna para grandes sectores de la población, aunado a la explotación de la clase trabajadora por los empresarios extranjeros y un creciente descontento hacia la dictadura del presidente Porfirio Díaz, dieron la pauta para uno de los movimientos populares más importantes de principios del siglo XX, la Revolución Mexicana. Por tal razón, adquiere relevancia para el análisis socio histórico, el papel que jugó el periodismo, entre 1900 y 1910, en especial el practicado por los grandes diarios de la Ciudad de México, como espacios públicos en los cuales se expresó el modo de vida de la sociedad porfiriana (Ferry, 1998). Sus páginas sirvieron para relatar, con un estilo literario, los principales acontecimientos, la forma como se divertía la sociedad de alcurnia y la burguesía, los deportes que practicaba e incluso el mundo de la economía, mediante las noticias de este tipo, pero también el consumo de bienes suntuarios. 

PORFIRIO DÍAZ, se rodeó de un grupo de personajes denominado Los científicos, pertenecientes a las clases urbanas que “ascendieron socialmente gracias a su participación en las actividades políticas” (García Diego, 2010: 215), asemejándose a la oligarquía con extensas propiedades territoriales y gran poder político. Intelectualmente se formaron en áreas como: la jurisprudencia, la ingeniería y la medicina e ideológicamente se decían liberal –positivista o liberales moderados (Wobeser, 2010). En el aspecto político, el presidente Díaz no permitió ningún intento de formación de partidos políticos de oposición y las elecciones, cuando las hubo, fueron fraudulentas y suprimidas. Los ciudadanos fueron privados, en general, de sus derechos civiles y libertades democráticas y ninguna otra ideología era aceptada que no fuera la oficial. En el aspecto social, los campesinos y la clase obrera, producto de la incipiente industrialización, tenían por condición la explotación y pobreza. Originándose con ello una sociedad de grandes contrastes sociales (Timothy y Bazant, 2003). Porfirio Díaz logró establecer la paz social -la paz porfiriana- mediante un gobierno fuerte, atrayendo hacia sus intereses a los caciques regionales; gobernó con una política represiva. 

Con ello fortaleció, con el tiempo, lo que se constituyó en el primer gobierno dictatorial después de la Independencia de México; donde la actividad política estaba restringida a un grupo oligárquico pues Porfirio Díaz tomaba las decisiones importantes en ‘bien del país’; recibiendo los beneficios del progreso una minoría de la población, como lo eran las clases adineradas, la surgente burguesía y la incipiente intelectualidad. En contraste, hubo amplios sectores sociales y regiones del país que se mantuvieron al margen del progreso, padeciendo de una pobreza extrema que se asemejaba a las épocas de la dominación española en la Nueva España y reprimiendo las demandas de mejoría de las condiciones de vida, así como de una mayor participación y apertura política. Durante el Porfiriato se otorgó amplias garantías para la inversión a los capitales extranjeros los cuales obtuvieron grandes ganancias. La minería, el petróleo, la energía eléctrica, los bancos, las industrias, el comercio, las comunicaciones y transportes, así como otras ramas de la economía mexicana eran manejadas principalmente por los capitales foráneos o por ‘mexicanos prestanombres’ al servicio intereses extranjeros. 

Esto se debió a que Porfirio Díaz otorgó seguridad a los capitales extranjeros para la inversión en áreas estratégicas (Timothy y Bazant, 2003) Como consecuencia de ello, se logró un desarrollo notable en las vías de comunicación y los transportes, se construyeron grandes redes ferroviarias, se edificó una red telegráfica, se establecieron las primeras líneas telefónicas y se construyeron puertos como el de Veracruz, Tampico, Tuxpan y entre otros. El comercio nacional y hacia el exterior creció aceleradamente, organizándose los primeros centros industriales que se establecieron principalmente en la ciudad de México, Guadalajara, Puebla y Monterrey -que a la fecha aún perduran y son parte importante del desarrollo industrial actual-, convirtiendo así a México en un importante exportador de materias primas. En el aspecto sociocultural, el régimen de Porfirio Díaz y el grupo denominado Los científicos propuso que se ampliara la educación y la que se impartiera fuera científica -de ahí su apelativo-. El modelo educativo, sobre todo en la educación elemental, se basó en el positivismo como fuente ideológica, para impartir sus conocimientos con lo cual los alumnos se formaron con un rigor científico desconocido para esos tiempos, siendo sus metas el orden y el progreso. 

Los llamados científicos, influidos por el positivismo, se apoyaron en esta doctrina para dirigir el país y la convirtieron en la filosofía de la clase dominante para justificar el control ejercido sobre el pueblo. Durante el Porfiriato, el analfabetismo alcanzó casi el 80% de la población y los centros de enseñanza eran para las clases acomodadas ya que se encontraban principalmente en los centros urbanos (Bazant, 2006). Sin embargo, en 1911 se inició un programa de escuelas rudimentarias para la enseñanza del alfabeto y operaciones matemáticas elementales, como una respuesta a la creciente pobreza y falta de educación de los sectores marginales, principalmente el campesinado. La cultura durante el Porfiriato presentó dos tendencias: la liberal y la extranjera, con gran predominio francés. La cultura tenía un marcado tinte clasista, era para los privilegiados, por ende, la plebe quedaba excluida. En particular, la influencia cultural francesa se manifestó en los sectores dominantes de la sociedad, que imitaban el estilo de vida europeo en su forma de vestir, adoptaron como entretenimiento la ópera y el teatro, y los espectáculos preferidos de esta nueva burguesía eran: las carreras de caballos y de autos, así como el Jai-Alai; todo ello formó parte de la diversión de los adinerados. 

La mayoría de las obras leídas por las clases pudientes en México eran libros de texto, de poesía y novela que provenían de Francia, que las hacía muy diferentes de las expresiones literarias mexicanas incipientes, pero que ya surgían a pesar de la influencia extranjera. Los principales exponentes de la literatura del Porfiriato fueron: Ignacio Manuel Altamirano, Mariano Azuela, Manuel Payno, Guillermo Prieto y Vicente Riva Palacios. Para fines del siglo XIX, Manuel Gutiérrez Nájera introdujo la corriente de “El modernismo”, causando una verdadera revolución literaria. Los integrantes de esta tendencia impulsaron la influencia francesa en las letras mexicanas y fueron los creadores de la Revista Azul y la Revista Moderna, en las que publicaron sus obras escritores como: Manuel Gutiérrez Nájera, Luis G Urbina, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, Juan Tablada y Manuel José Othón, entre otros. Una de las preocupaciones culturales fue el estudio de la historia, distinguiéndose estudiosos como Manuel Rivera Cambas cuya obra fue “México pintoresco, artístico y monumental” y Vicente Rivera Palacio que escribió “México a través de los siglos”, en la que colaboraron Enrique de Olivarría y Ferrari, Juan de Dios Arias, Alfredo Chavero, José María Vigil y Julio Zárate. Destacaron por sus investigaciones, estudiosos como: Joaquín García Icazbalceta, Luis González Obregón, Manuel Orozco y Berra, Carlos Pereyra, y Justo Sierra. 

La labor de los historiadores se estimuló con la inauguración de la sala de monolitos en el Museo Nacional. En el ámbito educativo hubo importantes acciones en torno a la preparación del sistema de educación que debía regir a las escuelas. En 1889 y 1890, se reunió en la ciudad de México el Primer Congreso Nacional de Educación para unificar los métodos de enseñanza en la República. En este evento se recomendó reemplazar los viejos sistemas educativos por otros más modernos, provenientes del modelo europeo. En 1891, se hizo obligatoria la enseñanza gratuita y laica de los 6 a los 12 años y para la preparación de los maestros, se construyeron varias escuelas normales que en 1901 sumaban cuarenta y cinco (Solana, Cardiel y Bolaños, 1982) Cuando aumentaron los asuntos educativos, la Federación creó una subsecretaría de la cual se encargó Justo Sierra y en 1905 se fundó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes (Solana, Cardiel y Bolaños, 1982). Justo Sierra fue un gran maestro, historiador, poeta y filósofo que inculcó la idea en el Porfiriato, de darle educación al pueblo. Gabino Barreda introdujo el positivismo en México, cuya doctrina sostiene que sólo a través de la ciencia se puede alcanzar el estado positivo de la humanidad. Este pensamiento estimuló una fuerte influencia en la cultura, la educación y la política. 

Existieron escuelas como la de Jurisprudencia, de Medicina, de Ingeniería, de Comercio, de Minería, el Colegio Militar, la Escuela Naval Militar, la de Agricultura, de Artes y Oficios y el Conservatorio de Música; todas estas instituciones ubicadas preferentemente en la capital de país, salvo la Naval que se asentó en el puerto de Veracruz. La Academia de Medicina, es uno de los ejemplos del desarrollo científico y del impulso del pensamiento positivista. Durante el gobierno de Díaz se crearon más de quince sociedades científicas en las que se reunieron estudiosos de diversas especialidades; también se fundaron los dos primeros institutos dedicados a la investigación: el Instituto Médico Nacional en 1888 y el Instituto Geológico en 1891 (Agostoni, 1999). Sin embargo, los médicos eran muy pocos para las crecientes necesidades de atención de la salud de la población, en especial las clases marginadas. Una prueba de la preocupación porfirista por la ciencia, fue el restablecimiento de la Universidad Nacional de México que habría sido clausurada por Fernando Maximiliano de Habsburgo en 1865; el 22 de septiembre de 1910 volvió a abrir sus puertas dicha institución restableciéndola Don Justo Sierra, como parte de los festejos del Primer Centenario de la Independencia y asistieron representantes de universidades de Europa y de Estados Unidos. 

Correo: amlogtz@gmail.com 

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