REFLEXIONES 2022
Recuerdos decembrinos de antaño
Mtra. Emili Vela González
Uno de mis tesoros más preciados sin duda lo es la memoria. Admito que ésta en ocasiones se torna huidiza, en otras un tanto resbaladiza y a veces nos disfraza la realidad del pasado o torna este un tanto opaco. Agradezco a Dios su posesión, porque todavía me permite a voluntad rescatar y recrear momentos memorables de mi vida.
Diciembre siempre representará Navidad, pero si me remonto a mis años infantiles, admito que por entonces parecía ignorar la relación íntima entre esta época tan significativa y el nacimiento del niño Jesús. Nací y crecí en Reynosa, y como ciudad fronteriza la influencia de los vecinos del norte era determinante, particularmente para los nacidos en los años cincuenta y principios de los sesenta.
Así que para la niña que alguna vez fui, navidad significaba aguardar esperanzada e ilusionada el 24 de diciembre y la llegada de Santa Claus, ese entrañable y rubicundo personaje vestido de rojo, botas negras, barba blanca y rostro bonachón, que con su equipo de renos surcaba el cielo conduciendo un trineo y que bajaba por las chimeneas de las casas con su gran bolsa repleta de regalos para dejar estos a niños que se habían portado bien durante el año.
Navidad era adornar mis cuadernos con imágenes adhesivas de paisajes y tejados nevados, casas de dos aguas. Que importancia tenía que en Reynosa, helara pero no nevara, ni siquiera me cuestioné la falta de chimenea en casa cuando alguna vez me llegué a quedar dormida en la sala con un platito con galletas que ofrecería a Santa cuando llegara.
¿Cuándo dejé de creer en Santa Claus? No lo sé, pero antes de cuestionarme sobre su existencia o no, si lo hice sobre lo injusto de la distribución, cuando las mañanas del 25 de diciembre que los niños del barrio mostraban los juguetes recibidos y advirtiera que aquellos que no se habían portado bien, recibieran mejores y más bonitos regalos que los míos.
Navidad también era un pino, que en casa generalmente era artificial, adornado de esferas, rojas, azules o verdes, tiempo después vendrían las plateadas o doradas, iluminado con foquitos multicolores.
Aunque no me gustara por seco, el platillo por excelencia de nuestra Navidad era el pavo que preparaba mamá, disfrutaba eso si el relleno, porque entonces el tradicional picadillo se cambiaba por otro que llevaba pasas, algunas especias y añadidos que le proporcionaban un sabor agradable y dulzón. Si bien la cena se servía más tarde, no pasaba de las ocho de la noche, y para la apertura regalos había que aguardar hasta el día siguiente, y entonces la esperanza se desvanecía.
Había que conformarse con algún juego de té o alguna muñeca menos sofisticada que la deseada, nunca llegó la esperada bicicleta de dos ruedas, no había más remedio que observar y admirar, en ocasiones con cierta sensación de envidia, algunos de los juguetes o regalos recibidos por mis vecinitos.
Por aquel entonces, en la colonia Rodríguez donde nací y crecí, confluían una diversidad de familias de distintos niveles socioeconómicos, si bien prevalecían las de origen Neolonés, también las había quienes provenían del centro del país o del Distrito Federal. Una de ellas era la de Doña Minita, quien en su pequeña casa de tres habitaciones, habilitaba una de estas para instalar un gran nacimiento, entonces ella si traía sus tradiciones, y celebraba la posada, no recuerdo en que otro lugar cercano se realizaban, se rezaba y rompía la piñata de picos, provocando un peleadero por la colación, más que todo cacahuates con cáscara y naranjas.
Sería con el tiempo, que esta costumbre de instalar nacimientos cobraría sentido, que entendiera a que obedecía la celebración del 24 de diciembre, y porqué en el interior del país, los obsequios que recibían los niños eran de los Reyes Magos y no de Santa.
Felices fiestas decembrinas y una muy Feliz Navidad.
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