REFLEXIONES 2023.
Secretos infantiles
Por Mtra. Emilia Vela González
En aquella lejana infancia, era común que alguna amiguita o compañerita de primaria se acercara a ti y cubriendo con su mano tu oreja, te dijera al oído – te voy a decir un secreto-. Si bien conocer algún chismecillo no me molestaba si lo hacía ese acercamiento que invadía mi espacio personal.
Y luego de recibir la información no buscada, había que escuchar o decir el consabido –no le vayas a decir a nadie-, así que con la misma discreción y advertencia, lo compartíamos con alguna amiguita cercana que hacía lo mismo con respecto a otra y así sucesivamente, hasta que el dichoso secreto dejaba de serlo.
Por entonces la información que tan discretamente nos trasmitíamos trataba de cosas triviales cuya trascendencia era momentánea, como que alguien se había copiado la prueba, tomado los gises del pizarrón o cometido algún pequeño hurto.
Si bien de niña solía relacionar los secretos como ese conocimiento que recibiste a través de alguien más cuyo deseo fue compartírtelo, con el tiempo te das cuenta que también es secreto lo que ocultas de tu propia vida que no deseas que se conozca o de aquello que te enteras de manera circunstancial, y que por la formación que has tenido, por tus parámetros de lo que está bien o mal, decides guardarlo para sí.
Cursaba la primaria cuando me enteré de dos hechos, que consiente de su importancia habría de conservar en secreto hasta la edad adulta, y que analizándolo en retrospectiva resultaron de mucho peso para una niña de esa etapa escolar.
Mamá solía sentarse por las tardes en la terraza a tomar una taza de café, y nunca faltaba la vecina o comadre que llegara y le hiciera compañía. La recámara de mis papás que daba a esta, tenía dos ventanas esquineadas con hojas que se abrían hacia fuera y era la más fresca por lo que no era raro que me fuera acostar ahí.
Una de esas ocasiones me tocó escuchar una conversación que se desarrollaba en la terraza y a través de la cual me enteré que un niño conocido y a quien tenía por muy grosero y chiflado, no era hijo de quienes conocíamos como sus papás. Admito que me sentí impresionada, y no fueron pocas las veces que ante su mala conducta estuve a punto, sin haberlo hecho, de revelarle lo que sabía. Siendo ya mayor y encontrándome en una reunión familiar, alguien comentó las circunstancias en que ese niño, siendo ya un adulto, se enteró de quienes eran sus padres; sería entonces cuando yo compartí aquello que por muchos años para mí fue un secreto, y si bien con el tiempo, el hecho había perdido importancia, de niña la tuvo y mucho.
Tendría algunos ocho o nueve años, el turno de la tarde en la escuela había concluido y caminaba de regreso a casa. Estacionada en una calle cercana vi la camioneta de un amigo de mis papás, mi sorpresa fue grande cuando reconocí a este en su interior abrazado y besando a una mujer que no era su esposa. y si bien con el tiempo habría de darme cuenta que la infidelidad era su forma de vida, conducta que su familia no desconocía, en la época del descubrimiento me sentí impactada y si bien el aprecio subsistió, admito que el respeto no, aunque nunca hice o dije nada que demostrara la falta de este.
Reconozco que a medida que transcurre el tiempo la percepción de lo que está bien o mal se ha ido modificando, por una parte, como adulto uno va formando su propio criterio aunque no olvide las bases con las cuales fui formada, por otro lado, la permisibilidad actual dista mucho de aquella que encontramos en el hogar de nuestra infancia.
Bendecido Domingo.
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