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El día del periodista

CUADRANTE POLITICO

Por Fernando Acuña Piñeiro

El día del periodista

Se celebra el 4 de enero, en honor a un personaje de nombre Manuel Caballero de origen jalisciense que ejerció el oficio de la palabra escrita, en los tiempos del porfiriato. En teoría a este hombre le debemos haber sido invitados a una comida con el gobernador y su gabinete este martes siete de enero, a las dos de la tarde. El frío empezaba a apretar y  todos sin excepción llegamos enchamarrados. Las mujeres con abrigos.

En el formato de los tiempos 4T, llegamos al vestíbulo del Casino Victorense, el lugar de la lonja política por excelencia. Aquí se han llevado a cabo reuniones sexenales de gobernadores priistas o del PAN en los tiempos de Cabeza de Vaca. Por estos lares gravita aun esa frase que entre los reporteros de la época solíamos usar como sarcasmo en nuestros tiempos mozos: “nunca serás de casino”.

A estas reuniones del grupo texano,  el autor de  esta columna nunca jamás asistió porque  no fui convocado, por esa razón nunca conocí en persona a Cabeza ni mucho menos a sus funcionarios de comunicación social.

En todo caso, el Victorense siempre ha estado ahí muy cerca de palacio de gobierno, como una cueva de las elites económicas del momento y de la alta burocracia.  Se dice que triunfadores sexenales han adquirido  su costosa membresía, pero luego ya en tiempo de vacas flacas, las venden por no tener ya lana para su mantenimiento.

Este  inmueble de la gente ricachona, fue creado en 1909, a un año de iniciarse la guerra civil que cambiaría las reglas del juego en el país. Años más tarde, el cacique político tamaulipeco y ex presidente de la república  al servicio del callismo, don  Emilio Portes Gil inaugura al Victorense, en el lugar que ahora ocupa.

En este espacioso salón donde ahora estábamos los periodistas, esperando la llegada del gobernador y de su coordinador de Comunicación social, recuerdo haber visto al magnate de Transpais don Abelardo Osuna Cobos bailar una polka a todo galope, prácticamente soltándose el pelo el hombre. Es a la única boda fifí a la que me han invitado. Éramos jóvenes aun. No teníamos lana para comprar ropa ad hoc y rentamos trajes. O  sea que a las doce de la noche, el carruaje se convertía en calabaza.

Pues bien, retomando lo de este sábado siete de enero,  arribamos a la antesala del Victorense, y ahí un grupo de edecanes nos decían  si pertenecíamos a la mesa donde se sentaba el gobernador. Le llaman la mesa de honor o algo así. En esta ocasión yo iba preparado para que me tocase o no. Me dijeron que sí. De manera que subimos las escaleras y esperamos a que se nos confirmara el lugar que ya se nos había anunciado en la planta baja.

Éramos fácilmente más de 400 invitados. De todo el estado, o al menos de los principales municipios. Ahí todo es protocolo. Los periodistas adoptamos el estilo y cultura de la clase política. O sea aunque nos caigamos medio gordo o muy gordo, nos saludamos. En ocasiones  las reconciliaciones y el momento que se vive, sí nos conmueven y  por unos minutos bajamos la guardia y platicamos toda elegancia o buena vibra.

Alguien me peguntó si conocía a todos los que estaban ahí. No entendí bien si era un piropo o una esgrima verbal por considerarme entre los más viejos. Contesté que no los conocía a todos, porque sin saberlo, ya se nos colocaba generacionalmente en la punta de la pirámide. De hecho hay raza del gremio que no ubico.

Todos estos nuevos cuadros mediáticos, están más relacionados con mi hijo Fernando Saíd. Hablamos de la sangre nueva del periodismo. Esperamos que todos ellos trasciendan por su brillantez y conexión con los lectores. Es lo más importante.

En lo personal tengo amigos en el gremio. Aclaro que no  se si ellos también me consideren en esa escala. Los cuento con los dedos. La gran amistad con Paco Cuellar, no es de ahora, sino de muchos años en el tiempo. Toño Arratia, Ines Figueroa, Azahel Jaramillo, Luis Arturo Luis, Melitón Guevara, los Carlos tocayos, (López Aceves y López Arriaga). Me llevó muy bien con gente como Marcelino García, Clemente Castro, Temo Flamarique. Tengo también conocidos. Y al final los reconocidos que son mucho más pocos. En Tamaulipas, más allá de falsas modestias, los periodistas sabemos quien es quien en la manera de hacer nuestro trabajo.

El año pasado, el Coordinador de Comunicación Social Francisco Cuellar Cardona, Paco Cuellar puso en la mampara del acto oficial, una frase del periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski. Este año  colocó otra frase, pero del colombiano Gabriel García Márquez, el famoso gabo,  que ya hacia el final de su carrera organizaba talleres en su país natal. Cuellar fue a algunas de esas reuniones.

En mi opinión, tanto Kapuscinski como Gabo tienen un hilo conductor en común, la buena  narrativa, y la sencillez para extraer de cada historia, la parte más humana, o más trascendente.

Todas eran mesas circulares, como las que usaban los griegos, para decirse lo que quisieran. Pero aquí todo fue prudencia. En la mesa del gobernador, a mi me tocó  a un lado de Marco Esquivel de Hoy Tamaulipas. Y el otro nombre que me flanqueaba era el de Ana Luisa García. Esta última no fue, y su lugar fue ocupado por Lupita Alvarez, una periodista muy tesonera y que  se ha ganado el reconocimiento de todo el gremio informativo.

Entre ellos dos me senté yo. Con Lupita siempre me he llevado muy bien, con Marco tuvimos diferencias de criterio cuando en su momento colaboré en su espacio. Pero de eso ya llovió y para mi eso ya ha quedado olvidado. Convivimos bien. Le pasé con gusto el queso Philadelphia en varias ocasiones.

Otra de las que estaban en esa mesa fue Mary Jaramillo, en el otro lado de aquella redondez protocolaria  estaban sentados el comunicólogo Poncho García  hijo de Pedro Alfonso, el colega José Ángel Solorio y  la periodista Martha Isabel Alvarado. El doctor AVA  puso también  en esta mesa al doctor Ricardo Guerrero, jefe de la Oficina del Gobernador. Se ve que es  uno de sus colaboradores cercanos y leales, al cual Américo le tiene especial aprecio.

En la misma mesa del gobernador colocaron también al columnista de Tampico Héctor Garces. El colega Alberto Guerra fue otro de los presentes en esa mesa que seguramente diseña AVA, en los días previos a este festejo.

Todo transcurrió  normal. Habló Cuellar y posteriormente el mandatario estatal. Ambos mensajes giraron en torno a valores como la verdad, el tema de la democracia y el respeto a la libertad de informar y de opinar. Resaltando el valor de la ética como herramienta. Y algo novedoso en esta ocasión fue la entrega simbólica de credenciales para que los periodistas que así lo solicitaron, disfruten de servicios médicos gratuitos. Otro momento no previsto, pero muy justo y simbólico fue ese minuto de silencio que AVA pidió en memoria de Don Manuel Montiel Govea, sin lugar a dudas, el comunicador más trascendente en la historia mediática contemporánea.

Con don Manuel, en  sus dos sexenios de AVG y de Yarrington me llevé bien. Con el ingeniero Américo Villarreal  Guerra había estado apoyándole cuando era aun candidato al senado de la república. Estaba yo recién desempacado de la escuela de periodismo en la UAT. Tiempos de aprendizaje intensivo. Hoy seguimos aprendiendo, más selectivamente.

En un inicio, don Manuel me consiguió la corresponsalía nacional de la Prensa, diario donde él había trabajado en la ahora CDMX. Al finalizar la década de los ochenta, me  alentaba a que me fuese a la capital de la república a hacer carrera en el medio. Ya en tiempos de Yarrington, mi relación con el candidato y después gobernador era directa. Don Manuel lo sabía. Y se mostraba respetuoso de esta circunstancia.

Situándonos de nuevo en el convivio de este martes,  llegó el momento de las fotografías con el titular del Ejecutivo estatal. Había concluido un año más del poder sexenal. La manifestación de estilos, de nuevos giros conceptuales. Y ante todo el compromiso por parte del sexenio de AVA de  mantener irrestricto el respeto a la libertad de expresión. La dinámica de escribir y de opinar vive sus tiempos más intensos en esta época de las redes sociales.

Los espacios se ofrecen generosos para quien quiera expresarse y decir su verdad. Sin cortapisas ni limitaciones. No todos tienen la misma habilidad para hacerlo.

Porque por encima de las redes  y de otras expresiones tecnológicas en materia mediática, el periodismo y la palabra escrita, sigue y seguirá siendo un arte, una especie de templo vocacional, donde, créamelo, NO TODOS ENTRAN.

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