VICTORIA Y ANEXAS
Por Ambrocio López Gutiérrez
Bill y Bob hace 90 años
Hace nueve décadas se conocieron dos sujetos que tenían serios problemas con su manera de beber y a partir de ese histórico encuentro comenzó a formarse una sociedad que tiene como propósito central combatir el alcoholismo y las adicciones en general. William Wilson y Robert Smith se llamaban los famosos gringos que regalaron al mundo una serie de manuales como Los Doce Pasos, Las Doce Tradiciones, Tal como la ve Bill, La pesadilla del doctor Bob y El libro mundialmente conocido como Alcohólicos Anónimos, también conocido como el libro azul o el libro grande que se constituyó en una especie de biblia para quienes desean abandonar las tinieblas de las adicciones y acceder a la luz de la sobriedad y así lograr una conversión.
Acerca del XC aniversario de AA, la periodista Eva Millet firma un magnífico texto, publicado en lavanguardia.com, que comparto aquí de manera sintetizada: “Me llamo Bill y soy alcohólico”. Esta frase –con otros nombres de pila– se ha pronunciado millones de veces, en diversos idiomas y rincones del mundo, desde la creación de Alcohólicos Anónimos en 1935. La organización, conocida por sus siglas AA, nació en Akron, una ciudad del estado de Ohio, en Estados Unidos. Allí se conocieron los cofundadores de AA: Bill Wilson, un carismático corredor de bolsa neoyorquino, y el doctor Robert Smith, un cirujano local. Wilson –o Bill, como se le conoce en la historiografía de la organización– llevaba cinco meses sobrio, después de haberse bebido… todo. “Dr. Bob”, a su vez, era un bebedor empedernido que necesitaba ayuda urgente.
Su familia le convenció para reunirse con Wilson. Ese encuentro cambió su vida, y también la de tantos miembros de una organización cuyo objetivo es tan sencillo como ambicioso: apoyarse mutuamente para no beber. “Alcohólicos Anónimos es una asociación informal de más de dos millones de alcohólicos recuperados en Estados Unidos, Canadá y otros países. Estas personas se reúnen en grupos locales, que varían en tamaño (…), ya sea presencial o virtualmente. Somos personas que hemos descubierto y admitido que no podemos controlar el alcohol. Tenemos un único propósito primordial: mantenernos sobrios y ayudar a otros que recurran a nosotros a lograr la sobriedad”.
Así se presenta Alcohólicos Anónimos en su dossier de prensa, en el que hacen hincapié en sus pilares: “No somos reformadores ni estamos aliados con ningún grupo, causa u organización religiosa”. “No tenemos interés en lograr que el mundo se vuelva abstemio”. “No creemos ser los únicos que tenemos una respuesta a los problemas de la bebida”. Por encima de todo, se definen como una organización inclusiva: “Una persona es miembro de AA si así lo dice; es tan sencillo como eso”. Esta aceptación, sin importar género, estatus, raza, idioma, edad, identidad sexual, religión (o ausencia de religión), es una de las claves de su éxito, que ha traspasado fronteras: está presente en más de ciento ochenta países, con mayor raigambre en EE. UU., Canadá (y México).
EN ESPAÑA, LOS primeros grupos se constituyeron en Madrid en 1955. Todos siguen el ideario diseñado por Wilson y Smith tras su primer encuentro, en el que el primero se dio cuenta de que, para conseguir dejar la bebida, era fundamental contar con el apoyo de otro alcohólico. De niño, Bill vivió ajeno a las normativas gubernamentales respecto a la bebida, aunque era consciente de que su abuelo paterno había sido alcohólico. También recordaba que una experiencia religiosa en el monte Aeolus (donde, tras pedir ayuda a Dios para dejar de beber, vio “una luz cegadora”) le había convertido en abstemio. Su padre, Gilman, bebía con regularidad, lo que provocó problemas en el matrimonio. En su familia materna, las cosas eran diferentes: su abuelo, Fayette Griffith, descendía de los pioneros y se enorgullecía del trabajo duro, la sobriedad y la rectitud.
Cerca de Dorset hay un lugar bellísimo, el lago Esmeralda, que a Bill le encantaba visitar. Pero ese escenario se convirtió en un lugar de pesadilla cuando, una mañana de primavera de 1905, su madre los llevó a él y a su hermana Dorothy a hacer un picnic y les comunicó dos cosas. La primera, que su padre se había ido a vivir a Canadá para siempre. La segunda, que ella se marchaba a Boston para estudiar, llevándose a Dorothy. Bill, que tenía diez años, se quedaría con sus abuelos maternos. Aquel fue el primer gran golpe en su vida, un revés que lo marcó para siempre. Como él mismo contó, en ese entonces, ser hijo de divorciados constituía un “estigma” que le hizo sentirse diferente. Ya durante su infancia y su adolescencia sufrió episodios depresivos.
Ni siquiera el haber encontrado el amor en Lois Burnham, la hija de un rico médico neoyorquino, cuya familia lo acogió sin reservas, pareció sanar aquella inquietud. Como describe Susan Cheever, el día que probó su primera copa, las cosas cambiaron para Bill. La ingestión, en una elegante fiesta, de varios cócteles Bronx (a base de zumo, vermut y ginebra) lo transformó. “La extraña barrera que existía entre mí y el resto de los hombres y mujeres pareció derrumbarse. Por fin formaba parte. Oh, la magia de esas primeras tres o cuatro copas”, evocaría. El problema fue que, como en una reacción nuclear, esas tres o cuatro copas se multiplicaron. Como su abuelo y su padre, Bill Wilson se convirtió en un alcohólico. Desde los 22 a los 39 años, su trayectoria fue una montaña rusa marcada por la adicción y la pérdida de oportunidades.
Por culpa de la bebida, desdeñó trabajar con Thomas Edison, al que admiraba desde la infancia. Por culpa de la bebida, no acabó los estudios. Por culpa de la bebida, se quedaba inconsciente con regularidad, su matrimonio estuvo a punto de naufragar, perdió varios trabajos y se arruinó. A los 38 años vivía con su esposa de la caridad de sus suegros, en la casona de los Griffith en Brooklyn. Irónicamente, fue un grupo religioso, el Oxford Group, el que le abrió la puerta a la recuperación. Esta organización, fundada en Inglaterra por el pastor evangélico Frank Buchman, proponía una “rearme moral” que incluía el dejar de beber. Wilson había acudido a algunas de sus reuniones y se había quedado impactado por las referencias a “experiencias religiosas” como vía para la sobriedad.
ALLÍ SUPO QUE EL MISMO Carl Jung decía que la única cura que había testimoniado había sido a través de conversiones espirituales. Wilson entendió que el alcoholismo era una enfermedad del cuerpo y del alma y que solo sanaría a través de una experiencia trascendental, tal como le había sucedido a su abuelo. En su caso, esta experiencia vital no llegó en lo alto de una montaña, sino en el vestíbulo de un hotel en Akron. Era mayo de 1935 y Bill llevaba cinco meses sin emborracharse, pero, cuando vislumbró el bar del establecimiento, con sus decenas de botellas alineadas, le invadió la necesidad de beber. Ahí tuvo su revelación: solo podría combatir aquella ansia hablando con otro alcohólico. Como un poseso, Wilson buscó un teléfono y marcó el número de un reverendo, un tal Walter Tunks. El clérigo conocía el Oxford Group, y no le pareció extraña la petición.
Así llegó hasta Robert Smith, un médico cuya carrera estaba siendo destruida a causa de la bebida, problema que arrastraba desde la universidad. Los dos hombres se encontraron, y la que iba a ser una reunión de quince minutos se alargó durante horas. Al ponerse a buscar a otro, el impulso de beber había pasado. Wilson se dio cuenta de que, al ayudar a otros alcohólicos, se podía ayudar a sí mismo. Aquella reunión fue el principio de AA, que, oficialmente, se fundó el 10 de junio de 1935: el día que Bob tomó su última copa gracias a la ayuda de Bill. La nueva organización no tardó en desvincularse del Oxford Group. En parte, porque este era elitista y religiosa, mientras que el proyecto que Wilson y Smith iba a ser espiritual, pero secular. Y estaría abierto a todo el mundo. La única condición para formar parte de AA era (y sigue siendo) el deseo de dejar de beber.
Wilson y Smith pudieron redactar los principios de la nueva organización, que hacían hincapié en el anonimato para protegerse de la “vergüenza” de ser alcohólicos. A partir de entonces, los integrantes de AA se identificarían, solamente, con su nombre de pila y la inicial de su apellido. Aquellos principios se reunieron en un libro, Alcohólicos Anónimos, autopublicado en 1938, que dio nombre a la organización (también es conocido como El libro grande de AA). Ese mismo año se creó la Oficina de Servicios Generales, que se ocupa de brindar información y experiencia a los grupos de todo el mundo. Sería “la central” de una organización en la que no hay jerarquía. Desde que fueron ideados, los principios de AA han permanecido casi invariables, lo que ha generado críticas.
SIN EMBARGO, DESDE AA defienden su vigencia, porque, como recalcan, esta organización no desintoxica, sino que es una fraternidad que ayuda a seguir sobrios a través del apoyo de otros alcohólicos recuperados. Respecto a las acusaciones de que es un tipo de culto, Susan Cheever recuerda que “Bill Wilson se esforzó mucho en explicar que AA no es una religión, ni requiere fe por parte de sus miembros”. Diseñó un programa con una base social y espiritual, pero no sectaria: no hay mandatos ni jerarquías, ni tampoco protagonismos. Empezando por él mismo: cuando, en 1954, la Universidad de Yale le ofreció un título honorífico, lo rechazó. Como también aparecer en la portada de la revista Time y los tanteos del Comité del Nobel de la Paz. Murió en 1971, de un enfisema pulmonar provocado por el tabaco, adicción que no pudo dejar.
Habría que agregar que, en el caso de nuestro país, es la Central Mexicana de Servicios Generales de AA la que ostenta la representación oficial de este movimiento mundial atendiendo los miles de grupos que funcionan en las 32 entidades de la república. Existen otros esfuerzos en contra del alcoholismo y las adicciones en general como la llamada Sección México de AA, los Grupos 24 Horas (de terapia intensiva), los Fuera de Serie y otros que son patrocinados por instituciones laicas o religiosas. Vale mencionar que los doce pasos de AA se aplican en todas las agrupaciones que atienden el alcoholismo, pero también otros grupos como Neuróticos Anónimos, Narcóticos Anónimos, Ludópatas Anónimos, Adictos al Sexo, Adictos a la Comida, más los que se acumulen.
En Tamaulipas existen cientos de grupos de AA en los municipios de Tampico, Madero, Altamira, El Mante, Gómez Farías, Llera, Victoria, Jaumave, Tula, San Fernando, Matamoros, Reynosa, Río Bravo, Díaz Ordaz, Camargo, Miguel Alemán, Nuevo Laredo y otros. La entidad tiene una conferencia que es la representación de los alcohólicos anónimos tamaulipecos; los grupos pertenecen a distintos distritos; en el caso de Victoria, el más representativo es el VII y algunos grupos accesibles en esta capital son: Acción, Rebelde (centro de la ciudad), Victoria (colonia Mainero), Unidad por el estadio Marte Rodolfo Gómez; al poniente funcionan Fuente de Fortaleza, Fundadores y otros.
Correo: amlogtz@gmail.com
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