REFLEXIONES 2021
Por Mtra. Emilia Vela González
A propósito de la clase media aspiracional
¿Recuerdas que cuando éramos niños dormíamos en el suelo? Pregunté a mi hermano Rigoberto. Con expresión de incredulidad repuso: –La casa tenía dos recámaras-. Así es, -contesté -pero además de nosotros, estaba mamá, papá, mi tía Vina, mi prima Vilma y Tomasita.
La casa de mi infancia, poseía un pasillo que iba de la terraza al patio, en ambos extremos había dos puertas una de madera y otra de tela de alambre, salvo en invierno, las primeras permanecían abiertas, y a lo largo del pasillo, mamá solía colocar colchas hechas por la abuela, donde los niños dormíamos.
Vivía en una colonia donde confluían diferentes clases sociales, pronto pude advertir los contrastes y ubicarme como clase media, particularmente cuando alguien me identificaba como la niña de la casa de material de la esquina. Sobre el techo de esta sobresalía una antena, lo que indicaba que contábamos con televisión, que en la época era en blanco y negro y se veían dos canales en inglés.
Residentes en ciudad fronteriza, resultaba accesible adquirir vehículo americano, así que, si bien no eran nuevos, siempre tuvimos uno. El boiler, no era posesión común, recuerdo que a una amiguita del barrio le dije que era maga, y convertiría el agua fría en caliente. Aún evoco su asombro.
Mi padre formaba parte de esa privilegiada clase obrera, que entonces eran los trabajadores de perforación de Pemex. Su deseo era que sus hijos se ganaran en la sombra lo que el ganaba bajo el sol, afirmando que la mejor herencia que podía dejarnos era el estudio, con ello inculcó el deseo de superación.
Para cuando ingresé a secundaria, Vina y Vilma se habían casado, mi padre ampliaría la casa, con un cuarto grande para mis hermanos, y como única mujer tendría mi recamara. Aunque nunca hubo gastos superfluos, mamá siempre contó con ayuda, como la de Tomasita que por dieciocho años formó parte de la familia, a quien se le proporcionó estudios comerciales y de corte, los que le proporcionarían independencia.
Siendo siete hijos, no pudimos tener muchas de las cosas deseadas, como la bicicleta. Pero nuestra niñez fue feliz, la imaginación y creatividad suplía la falta de cosas materiales. Como adolescente, lograría tener una consola para escuchar discos, adquirida cuando cumplí quince años, y el teléfono en casa, se instalaría hasta que los hijos salimos a estudiar a otra ciudad.
Evoco un hecho decisivo en mi futuro. Al concluir secundaria, acompañé a una amiga a la Academia Comercial Hidalgo, recuerdo que ella trataba de convencerme de ingresar y que, en tres años, ya íbamos a poder trabajar y ganar dinero, su insistencia me hizo dudar, pero imperó el deseo de ir a la universidad.
Finalizada la Preparatoria, sería mi padre quien trataría de persuadirme para trabajar en un banco, o que estudiara Química, por ser entonces la única opción de estudios superiores en la ciudad. Afortunadamente lo convencí y me dejó ir a Monterrey en búsqueda de mis metas.
Viví en el Hogar Estudiantil los primeros 2 años, la asistencia era de $ 500.00 mensuales recibiendo $ 200.00 para mis gastos del mes, no siempre alcanzaba. En el segundo año de estudios estuve de meritoria en Juzgados Penal y Civil, en este último, al quedar una vacante el juez decidió dividir el sueldo entre otro meritorio y yo, empecé a ganar $600.00 al mes, suficiente para asistencia, papá me ayudaría únicamente con gastos, obtenida la plaza de escribiente me sostendría sola. Así que la mayor parte de mi carrera trabajé y estudié.
En los cinco años posteriores a la conclusión de la licenciatura fui litigante y maestra de preparatoria. En alguna ocasión que me encontraba en un juzgado casi para cerrar, un abogado me dice, – ¿Ya a descansar? – No- le contesto, -ahorita voy a dar 2 horas de clase, me regreso a la oficina, y luego tengo otra clase de 7 a 8PM. Él se me queda viendo y me pregunta ¿Tiene usted mucha necesidad?
Regresaría a Reynosa en 1980 y de entonces a 1999, sería litigante y catedrática y durante 3 años colaboraría por la tarde en el Ayuntamiento, de septiembre de 1999 a marzo del 2005 Juez de primera Instancia, Litigante y maestra por un año y medio y 12 años de Magistrada Electoral.
No ha sido un camino fácil, muchos tropiezos, algunas caídas y en ocasiones provocadas por zancadillas. Nunca fui conformista, por eso los estudios de diplomados, maestría y doctorado, privándote de tiempo para la convivencia y el descanso, por ello creo que es válida y legítima la aspiración y el deseo de ser mejor como persona y profesionista, y por ende buscar mejorar nuestro de nivel de vida como resultado lógico de años de trabajo.
En ese afán de superación, de la necesidad de compartir y trasmitir conocimientos y experiencias Al igual que tantas personas, me hicieron participar en organismos profesionales y culturales, sin más remuneración que la satisfacción de aportar. En alguna ocasión un hermano me dijo – Si todo ese tiempo que le dedicas a la asociación, se lo dedicaras al trabajo, ya tendría un departamento en Acapulco-.
Algo que me produce satisfacción y gusto es constatar que familiares, amigos, alumnos y colaboradores han visto el resultado de su trabajo y tenacidad, en pocas palabras gracias a la cultura del esfuerzo.
Sin duda formo parte de la clase media aspiracional, de la que lee, estudia, se informa y contrasta. Y si mis necesidades básicas y no tanto, están satisfechas, acaso por eso ¿no formo parte del pueblo?
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