REFELXIONES 2021
Por Mtra. Emilia Vela González
A propósito de creencias y convicciones
“Este Hogar es católico” se leía en el cartelito que mamá colocó en la puerta de la casa, que además de identificarnos como tales, pretendía ahuyentar proselitismo de otras religiones, pero no alejaba a Testigos de Jehová que acudían a ofrecer su revista Atalaya.
La devoción católica de mi madre era moderada, asistía a misa dominical en la parroquia de San Antonio, en la colonia Rodriguez y nos inculcaba sus valores como la caridad y el respeto. En casa siempre hubo imágenes religiosas y en la recámara de mis padres la Virgen de Guadalupe. Mi papá se identificaba como guadalupano.
Mi domingo estaba condicionado a mi asistencia a misa, menos estricto con mis hermanos. De los siete, únicamente dos de ellos y yo hicimos la primera comunión.
Guardo gratos recuerdos de los sacerdotes que conocí en mi niñez y como mujer madura, del padre Antonio Santa María, por su congruencia en el decir y actuar.
Muchas veces mi fe católica se ha tambaleado pero no he cambiado de religión. Durante los dos años que viví en el Hogar estudiantil en la ciudad de Monterrey, teníamos que acudir los domingos a clases de Biblia y al culto a la iglesia Metodista, la extraordinaria elocuencia de los sermones del pastor Raul Macin, fueron mis primeras pruebas.
A medida que crecía, leía más y observaba mi entorno, se desarrollaba mi resistencia a aceptar costumbres heredadas. Empecé a rechazar como destino de la mujer la sumisión y obediencia y a cuestionar aquello de que si el esposo era golpeador o borracho ellas deberían resignarse porque “ era la cruz que le había tocado”.
Llegué a entender que el catolicismo fomentaba el patriarcado y por ende la subordinación de la mujer. Quizá ello me haya alejado un poco de la iglesia católica, sin cortar nunca esa especie de cordón umbilical que me unía a la misma.
El miércoles 21, en el trayecto del Puerto de Veracruz a su capital Xalapa, escuché la noticia de que el Congreso de ese Estado había aprobado la despenalización del aborto. Sabedora de la violencia que se vive en México, donde cada día un número importante de mujeres sufre violencia sexual y niñas son víctimas de incesto, siendo precisamente la mujer la única criminalizada por ese delito, no constituyó una novedad que provocara mi rechazo.
En Xalapa, la catedral, fue al primer lugar que acudí. Visitar iglesias cuando viajo y orar un poco, es una costumbre arraigada que me hace sentirme bien. Al salir tomé unas fotografías de su fachada. Posteriormente abordamos un tranvía que nos llevó por lugares de interés de la ciudad brindándonos información sobre los mismos .
Al concluir el recorrido, bajamos a una cuadra de la catedral, al acercarnos a esta, observo a un grupo de unas veinte mujeres que habían pintado sus paredes y una de las puertas con manos de color verde y algunas leyendas, se trataba de un grupo de feministas radicales que celebraban la decisión en torno al aborto.
Experimenté sentimientos encontrados, si bien entendía el mensaje, por la intensa campaña que la iglesia católica había desplegado contra la despenalización del aborto, no obstante la tibieza de mi catolicismo, se impusieron en mi fuero interno: El respeto inculcado a un templo y la generación de la que formo parte. Me embargó una gran molestia, impotencia y una profunda tristeza por considerar inaceptables este tipo de manifestaciones.
Bendecido Domingo.
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