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Objetos que cuentan historias

REFLEXIONES 2021

Por Mtra. Emilia Vela Gonzalez

Objetos que cuentan historias

Era marzo del 2005, posiblemente a mediados de mes. Caminaba por las calles del centro de Tampico en compañía de mi amiga Sonia Martínez. En tanto conversábamos,  nos deteníamos frente algunos escaparates de negocios, así hicimos frente al de una joyería.  Un  juego de anillo y aretes con turquesa llamó mi atención, señalándolos comenté  – Si me ratifican, me los compro-.

El comentario venía a colación, dado que a finales de ese mes, que se cumpliría  mi segundo período de tres años en el Poder Judicial del Estado,  sabría si me ratificaban o no cómo Juez de Primera Instancia de lo familiar, cargo que desempeñaba entonces en la zona conurbada de Altamira, Tampico y Madero. La incertidumbre tenía su razón de ser, las designaciones o en su caso ratificaciones solían darse obedeciendo a razones ajenas al trabajo, conocimiento o trayectoria.

Y bueno, no me ratificaron. El 31 de marzo recibiría una emotiva despedida de mi personal. Bajo el pretexto de que los acompañara  a las afueras del palacio de Justicia para tomarnos una fotografía, me dejaron abrir la puerta hacia el exterior y el inconfundible sonido del mariachi me sorprendió, fue un momento en que la ecuanimidad mostrada durante el día se resquebrajó y la mirada se empañaría.  Recobrados los ánimos y en compañía de otros cuatro jueces que dejaban sus cargos, escuchamos algunas melodías y por supuesto las golondrinas.

Al día siguiente y por el mismo motivo tendría una cena organizada por amigos y colaboradores. De mi personal recibí un álbum hecho a mano que aún conservo, en el que se colocaron fotografías, en las que  aparezco en su compañía  tomadas tanto en el interior del Juzgado o fuera de este.

El álbum  fue circulado  entre los asistentes a la cena, y en el mismo se  anotaron significativos mensajes y comentarios. Finalmente Sonia me hizo entrega de un obsequio a nombre de todos y dijo: – Te ratificamos nuestra amistad y cariño-. Y Si, era el juego de anillo y aretes con turquesa.

Pero me regreso a tres años antes de tal evento. Para marzo del 2002, yo había sido Juez de lo Civil en Reynosa y lo era en Río Bravo, digamos que estaba en mi zona de confort. La noticia de mi ratificación y cambio de adscripción me llegó cuando hacía fila para Mcallen, – Es una broma- le dije a la mensajera – No es ninguna broma – me contestó molesta y agregó – Y para el próximo lunes tienes que estar allá- faltaban días.

Cuando llorosa le comenté a la amiga que me acompañaba, que me mandaban a Tampico, ella a modo de consuelo  me dice: –Bueno, podían haberte mandado más lejos, -En Tamaulipas, no-  repliqué.

Fueron tres años de aprendizaje, de conocer un modo de litigar diferente, muy combativo y  jornadas de trabajo que solían prolongarse. Por estar lejos de casa, mis colaboradores se volvieron cercanos.

Supongo que siempre he sido algo conservadora, pero fue en mi estancia en la zona sur, que me hizo más consiente de ello. Al poco tiempo de haber llegado,  solicité algo, pero no me esperé en el privado y al encaminarme a la Secretaría, alcancé a escuchar tras un módulo, que una de las compañeras preguntaba a otra -¿ Que quiere la niña fresa?.

La familia de Sonia, al ser muy allegadas a mi prima Vilma, me adoptaron como un miembro más de la suya y tendría la oportunidad de volver a convivir  con amigas  con las que viví en Monterrey, en la década de los setenta Gloria Estela Valdez, Patty Verdín y Graciela González.

Estos recuerdos se vinieron en cascada, cuando fui recientemente a Victoria, y advertí que allá tenía el mencionado juego de aretes y anillo. Me los puse para una reunión de amigas, y compartí su historia, porque sin duda, muchos de los objetos que poseemos tienen la propia, y  por lo que a mi respecta, prefiero conservar aquellos que me cuentan las mejores.

Bendecido Domingo.

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