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Expresionismos de la 4T

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Por Homero Hinojosa

Expresionismos de la 4T

Si algo distingue a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador es que no acostumbra a expresarse de manera muy formal como lo haría cualquier mandatario de otro país. Quizá solo el presidente Donald Trump se le acerca a su estilo peculiar de hablar en público.

AMLO no utiliza “palabras domingueras”, como dirían por ahí. Mucho menos eufemismos (términos cordiales para describir algo que podría sonar rudo u ofensivo).

Nuestro Presidente tiene un tono muy coloquial, muy popular. Su lenguaje con el tiempo ha adquirido una voz muy patriarcal, a veces hasta sonadamente matriarcal.

Esta semana, por ejemplo, López Obrador sugirió a los grupos de encapuchados que se infiltran en las marchas tener cuidado pues podría “acusarlos con sus mamás, papás y abuelos”, quienes seguramente no estarán de acuerdo con lo que hacen como saquear y dañar comercios, edificios y recintos públicos.

“Estoy seguro que ellos no están de acuerdo, me dejo de llamar Andrés Manuel, estoy seguro que los ven o los verían como malcriados, que no deben de andar haciendo eso, les darían hasta sus jalones de orejas, sus zapes”, dijo el Presidente.

“¿Qué le diría yo a los encapuchados?”, cuestionó ante los periodistas. “Que tengan cuidado porque en una de esas los voy a acusar con sus mamás, con sus papás, con sus abuelos”.

Su código lingüistico no solo suena en ocasiones matriarcal. También asume muchas veces un tono inquisidor, de sagrado juez que fustiga a aquéllos que no respaldan los esfuerzos de propaganda de la 4T.

Se le ha dado, por ejemplo, crear un universo de enemigos. El Presidente construye todos los días su realidad (y la quiere imponer al País) de “aliados y enemigos”.

“López Obrador sabe manejar a la perfección el discurso de la víctima”, escribe Xavier Ginebra en El Economista. “En lugar de transmitir un lenguaje tranquilizador que una al País ante las desgracias de cualquier tipo se encierra en su torre de cristal y prorrumpe en improperios contra aquellos que, por un motivo u otro, convierte en sus enemigos suyos y del Estado”.

Sus discursos se tornan así bipolares, sin cabida para el comentario justo. De repente al minuto cinco de su conferencia está tomando una postura minimalista frente a un tema serio como la inseguridad en la frontera (“guácala”, “fuchi”) y en el minuto seis ya está arremetiendo contra los conservadores, el Grupo Reforma y las logias “fifí”.

De esta manera nuestro Presidente acude a expresionismos muy populares —algunos rayando en la frontera de lo peyorativo— para perfilar un estilo muy personal de hablar en público.

La repetición y acentuación de sus palabras con tono matriarcal ayudan a consolidar su imagen de autoridad paternalista cómoda, que le ayuda a evadir una responsabilidad más seria que debería tener como Presidente: acudir menos a las palabras y más a las acciones y a los hechos.

AMLO logra así el efecto deseado. Que la opinión pública hable de él y de su lenguaje folclórico, que se entretengan y lancen “tuitazos” para llenar el espacio del discurso nacional. Con ello logra contar con una arma efectiva de propaganda y distracción, teniendo a las redes sociales trabajando como caja de resonancia.

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