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Hora de Sanar Heridas

 

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Hora de Sanar Heridas

Por Homero Hinojosa

 

La reciente contienda electoral en Estados Unidos para elegir al presidente que llevará las riendas de ese país del 2021 al 2024 dejó expuesta una serie de elementos que invitan a una revisión de su sistema democrático.

En el vecino país del norte, quien gana el voto popular en las elecciones no necesariamente llega a la presidencia, como le pasó a Hillary Clinton en 2016. Trump se erigió victorioso entonces porque consiguió más votos en el Colegio Electoral.

Es importante recordar que en Estados Unidos se da el voto indirecto para elegir Presidente. Cuando los ciudadanos acuden a las urnas, aunque en la boleta estén los nombres de los candidatos por cada partido, en realidad están votando por los “electores” de cada estado. El trabajo de éstos es elegir al presidente y vicepresidente. De ahí que muchas veces un candidato gana el voto popular pero el otro se lleva el voto bueno, el electoral.

Otro problema del sistema actual radica en que las instituciones están diseñadas para favorecer a zonas rurales y territorios escasamente poblados. Así ha operado por más de 200 años. Durante la mayor parte de la historia norteamericana eso no fue ningún problema porque no tenía un efecto partidista, no beneficiaba a un partido o al otro, porque ambos tenían un ala rural y un ala urbana. 

Sin embargo, a partir de años recientes se ha visto que el Partido Republicano se ha convertido en “un partido rural de territorios escasamente poblados”, los llamados estados rojos. Y los demócratas se han convertido en el partido de las ciudades grandes.

Esto significa que de manera no intencional los republicanos se han visto ahora favorecidos y tienen una ventaja en el Colegio Electoral y en el Senado.

La elección presidencial resaltó sin duda las fracturas del sistema democrático norteamericano y la polarización de sus ciudadanos. Pero también exhibió a un Donald Trump más supremacista, cabeza directiva de la cada vez menor mayoría blanca de Estados Unidos.

La Oficina del Censo estima que para mediados de 2020 las personas no blancas conforman ya la mayoría de los 74 millones de niños de ese país. Y para el 2040, las personas blancas serán ya la mitad de la población estadounidense, mientras que las poblaciones multirraciales constituirán la otra mitad (entonces sí será oficial: Un Estados Unidos “blanco” y uno “multirracial”).

Lo que muchos demócratas ven como un evolución que traerá mejores condiciones de vida y mayor diversidad, muchos ciudadanos blancos lo perciben como una amenaza cultural.

Quizá ello explique hoy el creciente malestar —e incluso resistencia— entre muchas ciudadanos pro-trumpistas, en particular hombres de clase trabajadora y sin título universitario. Ellos ven cómo su país avanza en un evidente proceso irreversible para convertirse en un país “con minoría blanca”.

Las elecciones del 2020 han sido todo un “American Reality Show” y quedan como lección y referencia para enmendar muchas cosas en su sistema democrático, pero también para iniciar un proceso de sanación de heridas entre su población. Nuestros vecinos tienen la decisión de continuar divididos en el futuro o ver esta nueva era como una oportunidad de optar por la tolerancia, la diversidad y la convivencia como fórmulas de vida pacífica.

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