MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
El valor de una promesa
Cuando empecé a preparar esta columna, me llamó mucho la atención una frase dicha por Fidel Castro después del triunfo de la revolución cubana, al responder por qué no había cumplido con la promesa de afeitarse la barba cuando el régimen de Fulgencio Batista fuera derrocado, a lo que contestó: “Mi barba significa muchas cosas para mi país. Cuando hayamos cumplido nuestra promesa de un buen gobierno, me afeitaré la barba”(1). Nunca cumplió. ¿No le ajustó la vida para sentirse satisfecho con los resultados obtenidos por su esfuerzo? No lo sé, lo cierto es que su barba lo acompañó hasta su última morada.
Cumplir con lo que prometemos, en muchas ocasiones exige más de lo que sinceramente estamos dispuestos a dar y, sin embargo, es frecuente hacer uso de este recurso para alcanzar lo que deseamos, a pesar de estar conscientes de que no está en nuestras manos concretar la promesa y, lo más probable, es que solo quede en buenas intenciones.
Nos resulta fácil percibir la urgencia, saber lo que se nos está requiriendo y el grado de compromiso que significará atenderla, y aun cuando no tenemos la certeza de poder cumplir, asumimos que lo haremos, aseguramos que somos capaces y que estamos en condiciones de satisfacer los deseos o necesidades que se nos exponen.
No le damos importancia a nuestras promesas, parecieran algo insignificante e intrascendente, pero nos ayudan a salir del paso de algunas situaciones comprometedoras e incómodas, lo importante es hacer sentir bien a nuestra pareja, hijos, colaboradores o clientes; tenemos habilidad para lograr que confiados esperen, y como si no hubiera diferencia alguna en cumplirlas o no, ignoramos lo dicho y en muchas ocasiones hasta las negamos.
En alguna parte leí que el hombre es su palabra, de ahí la urgente necesidad de sopesar con hechos lo que decimos, de hacer evidente el compromiso con quienes nos rodean o con aquéllos que de alguna u otra forma dependen de nosotros, para generar confianza en la medida que la congruencia sea el tinte que nos identifique, que sea clara nuestra intención de apoyar y no de manipular, en la búsqueda de objetivos comunes.
Las palabras y promesas tienen relación directa con el valor que le damos a las personas y cuidar nuestras buenas relaciones en cualquier ámbito, laboral o sentimental, dependerá de la honestidad y el respeto con que las tratemos. Sino estamos seguros de poder cumplir, mejor será no hacer promesas, así sabrán que cuando decimos algo es porque tenemos la certeza de que lo haremos.
Siempre será más digno reconocer nuestras propias limitaciones, que intentar justificarnos con pretextos que no hacen más que evidenciar nuestra incapacidad, ante la falta de voluntad por cumplir una promesa. No basta con una disculpa, asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestros compromisos, nos permitirá establecer relaciones más sanas y de respeto con los demás.
Si tomamos conciencia de lo que decimos y de las expectativas que generamos en las personas que han depositado su confianza en nosotros, nos daremos cuenta hasta dónde comprometemos nuestras relaciones ante la falta de respuesta. La decepción, el enojo y la desconfianza llegarán inevitablemente.
El chantaje o los condicionamientos no nos ayudan a conservar nuestras relaciones, más bien las ponen en juego y aunque el prometer no empobrece, el dejar de cumplir lo prometido nos lleva a perder lo más valioso en cualquier relación humana: la confianza y el respeto.
Al prometer algo, se espera nuestra respuesta. Está en juego nuestra credibilidad, lealtad y nuestra responsabilidad. Podemos honrar nuestra palabra y dar una muestra de consideración y buena voluntad para quien confía en nosotros.
Las palabras se las lleva el viento, es cierto, pero el daño que ocasionamos con nuestra actitud no.
(1).- Cita registrada en el artículo de Carlos Batista, La barba como símbolo (y moda) de la revolución en Cuba, publicado en https://www.elespectador.com/noticias/cultura/la-barba-como-simbolo-y-moda-de-la-revolucion-en-cuba.
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