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Mi herencia

 

MIRADA DE MUJER

Por Luz del Carmen Parra

Mi herencia

 

Entre juegos y risas se entretejió mi infancia, en aquel pueblito lleno de naturaleza y aire fresco, rodeado de montañas verdes y de un azul inmenso, reflejado en los ojos amorosos de mi padre. De él aprendí sin proponérmelo, el valor de las pequeñas cosas, de su sencillez y su sentido humano, de su trato cálido y amable, no solo para sus hijos, sino para todos los que formaron parte de su vida. Hoy, después de 13 años de su partida, reconozco en ello, mi mayor herencia.

Como él, yo también intento esforzarme diariamente por construir un patrimonio para mis hijos. Para hacer menos difícil su vida en este mundo cada vez más complicado. No sé si me equivoque, pero me doy cuenta cómo las cosas han cambiado y cómo el concepto de vivir feliz y plenamente, ha perdido la esencia que lo sustentaba.

Ahora, el esfuerzo mayor está centrado en poseer bienes y servicios materiales, que te permitan alcanzar un nivel de vida con alto poder adquisitivo, sin importar el costo que se tenga que pagar, ni lo que en el camino se sacrifique o a lo que se tenga que renunciar. Se vive de prisa, desconectados del aquí y ahora, con la mirada fija en aquéllo que se quiere conquistar, alejados de las grandes satisfacciones que nos brinda la compañía de nuestros seres queridos, y la conexión con nuestros sentidos.

Aún recuerdo el rostro de mi padre, lleno de paz y sus ojos, con esa chispa de luz que contagiaba alegría y ganas de vivir; se despertaba al alba y trabajaba de sol a sol, con gusto y al ritmo que la naturaleza le imponía. Disfrutaba inmensamente de su quehacer cotidiano. Amaba la tierra y el sustento que de ella obtenía. Era agradecido y solícito para prodigar afecto y cariño a los pequeños que sufrían la ausencia de sus padres que, por necesidad, emigraban en busca del sueño americano. A muchos de ellos, ya hombres, los vi llorar como niños, el día de su funeral.

Su familia era el centro de su mayor esfuerzo. Todas sus energías las dirigía en formarnos con principios y valores en los que él creía, y que, con su ejemplo sincero, nos transmitía en cada una de sus acciones.

Frecuentemente vienen a mi memoria las palabras que nos repetía, tratando de conciliar en medio de los desacuerdos juveniles. Véanse como hermanos, apóyense, para eso Dios nos dio una familia, la batalla está allá afuera”; o cuando queriendo hacer conciencia de las consecuencias de sus actos a mis hermanos, en el momento en que empezaron a hacerse hombres y los veía en medio de relaciones poco serias: Cuiden su sangre”, les repetía, invitándolos a hacerse responsables. No rieguen hijos por doquier, ¿cuándo han visto un pájaro con un huevo buscando un nido para ponerlo y salir volando?, los hijos se cuidan, se protegen, se defienden”. Sin duda, era su familia, sus hijos, lo que más amaba.

Lo aprendí de él. Nada es más importante que mis hijos. El valor de mi familia y la realización de cada uno de ellos mi mayor ilusión. Siempre creí en la fuerza de la educación para crearles una conciencia de sí mismos y de la sociedad que les rodea; como una herramienta indispensable para hacer de ellos seres racionales capaces de identificar sus fortalezas y transformar sus debilidades.

Más que un patrimonio material, me he preocupado por dejar en ellos, los principios y valores que aprendí de mi padre y de transmitirles el amor por la vida, el trabajo, la honestidad, el sentido de vida que te da formar, cuidar y defender una familia, más allá de sí mismo.

Nunca lo escuché renegar de su cansancio, y lo vi llegar agotado. Nunca lo escuché maldecir cuando las heladas lo hacían perder sus cosechas, y vaya que lo vi luchando por salvarlas. Jamás lo vi encerrarse en su recámara de mal humor o, enojado, desquitarse con alguno de mis hermanos, porque algo saliera mal, mucho menos, aprovecharse del pobre o manipular la inocencia de los niños, y sí en cambio, percibí el inmenso cariño y agradecimiento que recibía de todos ellos.

Esa es mi mayor herencia repito, ese sentido humano que hace la diferencia, esa calidez que te hace sentir amado, esos detalles que sin palabras te dicen cuán importante eres. Ese aprender a disfrutar de lo que hacemos, cuando lo hacemos como una misión de vida, cuando nos enfocamos en servir y apoyar a los demás.

Lo demás viene como consecuencia de la disciplina. De aprender a administrar el producto de mi trabajo. De trabajar y ahorrar, como él decía, para estar listo para lo que se ofrezca.

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