MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
¿Qué lleva a una mujer a decidir abortar?
Todavía resuena en mis oídos la frase dicha por la ministra Margarita Rios Farjat durante su intervención en la segunda sesión en la que la Suprema Corte de Justicia de la Nación, discutía sobre la inconstitucionalidad de la penalización absoluta del aborto voluntario.
Decía con pleno convencimiento:
“Nadie se embaraza, en ejercicio de su autonomía, para después abortar”, entonces, me pregunto: ¿qué sucede en la vida de una mujer, para ponerla en la disyuntiva de atentar contra sí misma primero, para luego terminar con la vida de su bebé?
Dejo de lado todos esos casos donde considero necesario rescatar la dignidad de la mujer violada o violentada, para detenerme a considerar la angustia que vive aquella que es llevada al extremo de decidir tener o no tener un hijo, concebido en circunstancias menos desfavorables.
Somos mujeres y está en nuestra naturaleza ser madres, somos las receptoras de la vida. Pero ahora pareciera que no hay tiempo ni espacio para vivir la maternidad. Se ha magnificado la parte intelectual y física de las jóvenes, enalteciendo la femineidad desde el aspecto profesional y de realización personal.
Los hijos no entran en los planes en un futuro cercano, vienen a echar a perder los proyectos y a estropear la buena relación de la pareja.
Algo no estamos haciendo bien como sociedad, sobre todo, cuando se ha incluido en los libros de texto la orientación sexual desde los primeros niveles de educación básica, cuando se invierten millones y millones de pesos en la compra de los más variados métodos anticonceptivos, que se reparten de forma gratuita en todos los hospitales públicos y privados, cuando las campañas de planificación familiar son permanentes y accesibles para toda la población.
Cuando por otra parte, se incita a los jóvenes a la vida sexual activa, a una edad cada vez más temprana. Cine, televisión, redes sociales, todo está saturado de imágenes eróticas que invitan a vivir relaciones íntimas pasajeras, alejadas de las posibles consecuencias de un embarazo no deseado. En muchas ocasiones se obliga a la mujer a enfrentarse sola a este problema tras sufrir el abandono de su pareja.
Se menosprecia el dolor físico y emocional que vive en la más completa soledad durante el proceso de decidir conservar o no a su hijo; se evade la carga moral y las cadenas del sentimiento de culpa que llevará sin poderlo evitar. Sus lágrimas son justificadas después de todo, porque el verdadero dolor que vive una madre no es en el momento de parir, sino cuando se pierde un hijo.
Lo cierto es que ya no se educa el alma para recibir un hijo, se ha enaltecido la búsqueda de bienes materiales en los jóvenes y ahora ponen énfasis en vivir aquí y ahora. Pasar el rato a gusto sin establecer un compromiso de vida y por supuesto donde no hay el deseo de asumir la responsabilidad cuando las cosas se salen de control.
Podemos ver como se ha caído en una sociedad permisiva, que acepta como algo natural la cada vez más temprana relación íntima entre los adolescentes y jóvenes que aún no tienen la capacidad de valerse por sí mismos. Que se encuentran a la mitad de su preparación profesional y están muy alejados del ánimo de formar una familia, pero no están dispuestos a sacrificar su vida sexual.
Sabemos que siempre existe el riesgo de embarazo aun cuando se utilicen ciertos métodos anticonceptivos. Toda relación conlleva ese riesgo. La pregunta es ¿cómo hacer para acompañar a la mujer que involuntariamente queda embarazada y en muchas ocasiones es abandonada por su pareja, u obligada a casarse para cubrir las apariencias sociales?
Cómo acercarle los elementos que le faciliten la toma de decisiones más acordes a su circunstancia. No es una situación fácil ni mucho menos superficial y las consecuencias físicas y emocionales le acompañarán por el resto de su vida.
¿Qué estamos dejando de hacer como familia y como sociedad para que muchas jovencitas tengan que enfrentarse hoy en día a este problema?
Muchas aristas se ofrecen para el análisis, pero sin lugar a duda, sufren las consecuencias de la desintegración familiar, de la violencia que ha desencadenado la lucha por acotar el sometimiento al patriarcado, el reclamo de la mujer por decidir sobre su cuerpo y la influencia del machismo en la relación de pareja, que ponen a la mujer en una frágil posición para asumir la decisión de abortar. Pareciera que nunca ha estado más sola.
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