MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
Voluntad anticipada
Hace muchos años, 24 para ser exactos, después de dar a luz a mi tercer hijo, mi esposo y yo decidimos que me sometería a una cirugía, para que en lo futuro no se dieran más embarazos y, como ocurre cuando menos lo esperas, tras el procedimiento quirúrgico me infecté con una bacteria que puso en riesgo mi vida.
No recuerdo haber vivido un dolor semejante en el resto de mi existencia, no sólo físico sino emocional; tanto, que me hizo confrontar la posibilidad de dejar huérfanos a mis hijos de 7 y 8 años y un recién nacido.
Era tal mi estado de salud, que el doctor decidió atenderme en casa para evitar los riesgos que implicaba internarme de nuevo; de inmediato se acondicionó mi recámara para recibir con esmero la atención requerida con todos los cuidados higiénicos del caso, y solo acudir al hospital para hacerme las curaciones que precisaban equipo y material especial.
De inmediato me separaron de mi bebé. Ya no podía acercarlo a mí, ante la posibilidad de contagiarlo. Aún no tiraba los restos de su cordón umbilical.
Tampoco podía ver de cerca a mis hijos mayores. Se paraban en la puerta de la habitación y desde ahí preguntaban cómo estaba y si necesitaba algo. Medio adormecida, los escuchaba a lo lejos entretenidos con sus juegos y sus tareas.
Fueron momentos muy difíciles donde pude sentir de cerca la posibilidad de morir y, sin embargo, me recuerdo serena, sin miedo, casi inconsciente cuando recibí los Santos Óleos.
A la distancia, me doy cuenta de que día a día percibía mi debilidad, y la sentía venir, y lo que más me costaba era desprenderme de mis hijos a tan temprana edad, sabiendo cuán necesaria es la madre en los primeros años de vida del ser humano.
Nadie nos prepara para la muerte, aun cuando se nos dice que puede llegar en cualquier momento, siempre evitamos pensar en ese día y cuando estamos ante ella, nos encuentra inertes. Simplemente sucede, como lo vimos con la Pandemia.
La cercanía del Dia de Muertos me confirma que, a pesar de formar parte de nuestra cultura, y que año con año nos reímos y jugamos con la catrina, y nos reunimos en torno de altares que levantamos en honor a nuestros seres queridos difuntos, a disfrutar de sus platillos favoritos y del pan de muertos, pensar en nuestra propia muerte nos acongoja y hablamos de ella, como de algo que a nosotros no nos va a suceder.
Pero realmente creo que es muy importante pensarla y prepararnos para cuando llegue nuestro momento.
¿Cómo imaginamos nuestro final? ¿nos gustaría ser atendidos en una institución de salud pública o privada? ¿contamos con los recursos para recibir esos cuidados que deseamos tener?
Creo que es necesario tomar en nuestras manos la responsabilidad de las decisiones finales de nuestra vida.
No tengo la menor idea de cuál será la causa de mi muerte, pero lo único que tengo claro son dos cosas: No quiero morir en un hospital, donde se me suministren de forma indiscriminada un sinfín de medicamentos con el único afán de mantenerme con vida a toda costa, aún de mi propio deterioro, conectada a un sin número de aparatos que me den respiración artificial o que permitan que mi corazón siga latiendo ya sin conciencia de mi misma, tirada en una cama incómoda y fría, sola, con una atención profesional, sí, pero sin la calidez y el amor de mi familia, prolongando mi agonía.
Decididamente firmaré mi Voluntad Anticipada ante notario público y con testigos, donde asigne mi tutor médico que conozca de mis decisiones y cuide que se cumplan y dejaré muy claro qué quiero para cuando ya no tenga posibilidades de mantener una vida digna.
Quiero recibir los cuidados paliativos en mi casa, rodeada de mi gente, en mi ambiente, segura, en mi cama, con el calor de mis almohadas y mis sábanas, de mis olores y mi música, sin dolor. Irme soltando poco a poco, como quedándome dormida, escuchando el murmullo de las voces de mis hijos que siempre me acompañarán.
Que me dejen morir en paz y ellos, satisfechos del deber cumplido y agradecidos, sigan con fortaleza su camino.
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