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La vocación de darse 

MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
La vocación de darse 

En una de las reuniones cotidianas entre amigas, alguien comentó cómo ha evolucionado la presencia del maestro en la sociedad, como ha sido limitado su papel al de un simple instructor, cuando en nuestra infancia eran formadores, no solo transmitían el conocimiento, sino que nos infundían hábitos y principios que darían soporte a nuestra vida adulta. 

Acompañaban nuestro crecimiento representando una imagen de autoridad y respeto, imponiendo límites a nuestra infancia desbordada por el afán de saber y hacer cosas nuevas cada día, pero también establecían vínculos de confianza y seguridad, dando importancia a nuestros pequeños sinsabores y palabras de aliento cuando nos invadía el desánimo. 

Día tras día nos observaban, sabían si estábamos tristes, si algo nos preocupaba, si estábamos enojados o vivíamos momentos de algarabía. Tenían la habilidad para acercarse a cada uno, justo en el instante en que lo necesitábamos, representando el papel de nuestros padres fuera de casa. 

Con ellos asimilamos el valor de la disciplina, del que no siempre se podía hacer lo que se quiere en el momento en que se desea, sino que había que coordinar esos impulsos de correr, con el freno del saber administrar las consecuencias de lo hecho. 

No solo aprendimos el alfabeto o los números, la historia o las reglas de ortografía, poco a poco descubrimos nuestras habilidades, nuestras propias capacidades y trascendimos del yo al nosotros. 

Practicamos desde entonces a controlar el carácter, para aceptar las necesidades del compañero, socializar y empatizar, respetar las reglas básicas para convivir en armonía en un grupo tan diverso como el formado por niños nacidos en familias con distintos orígenes. Encontrar coincidencias y limar diferencias. Eran negociadores en conflictos infantiles. 

Poseían una verdadera vocación de maestros, con todo lo que ello implicaba. Se entregaban en cuerpo y alma a sus alumnos. Enseñaban con entusiasmo y compromiso, seguros del poder de transformación que brinda la educación, con ese sentimiento altruista de ayudar a formar seres humanos felices y exitosos. Con ética respondían a la importancia de su rol social. 

Se veían realizados, satisfechos con su labor, dedicados a su misión con alegría y disposición, disfrutando su convivencia con niños que vertían su ansia de saber al deseo vivo y sincero de enseñar. 

Vienen a mis recuerdos mis maestros, esos que aportaron mucho y construyeron desde muy pequeña la mujer que soy. Los que desde mi primera infancia despertaron mis sueños y los que en mi vida adulta acompañaron el camino. 

Fueron más, muchos más los que aportaron y agradezco infinitamente su vocación de sembrar la luz en la obscuridad, y ser guía en la búsqueda, de tender puentes que permitieron superar las carencias de la ignorancia. Gracias por su paciencia, su amor y su entrega. 

Desgraciadamente en México en las últimas décadas se ha visto devaluada la figura del maestro, se le relaciona más con intereses políticos que con su vocación de servicio y entrega desinteresada en beneficio de las futuras generaciones de la patria. 

Bien lo describe Abraham Rivera Sandoval, autor de la poesía “Maistrito de Pueblo” que, en uno de sus versos, resume muy bien el poco aprecio que se tiene actualmente por la labor del maestro, al expresar en las palabras de un padre, su rechazo a que uno de sus hijos ingrese a la normal. 

…” Mira nomás. Maestrito de escuela.
Un torpe. Un bueno para nada.
Haragán, Irresponsable. Vago. Majadero.
Un flojo al que solamente le gusta el dinero.
Maestrito… ¡mitotero!”. 

Un conferencista dijo que los maestros se recuerdan conforme a lo que dejaron en nuestra vida; los muy buenos, los que nos enseñaron hábitos y valores, que además de sumar y restar, nos hicieron hombres y mujeres de bien; y los que, en su falta de vocación, pasaron sin dejar huella, tanto que ni los recordamos, porque solo fueron facilitadores en el momento de pasar la materia, esos a los que identificábamos como “barcos”, pero que encontraron en el magisterio su modo de supervivencia. 

Es, sin duda, la vocación lo que hace al maestro. Ese espíritu de darse a diario con conciencia social y con visión de futuro a los más necesitados, “tomar conciencia y confundirse con ellos”, concluye en sus versos el poeta. 

…” Deje padre, que yo tenga
La profesión con que sueño.
Deje que yo sea feliz
Con mis niños sin colegio.
Deje que con mi vocación
Se torne clase y recreo,
Que sea lección de cariño,
Que sea canto, que sea verso,
Que pueda yo ser lucero
Con la luz del alfabeto” (*)
(*). – “Maistrito de Pueblo” de Abraham Rivera Sandoval. 

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