MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
El amor por el trabajo
¿Quién me enseñó el amor por el trabajo, a sentirme útil, a sentir la satisfacción del deber cumplido?
¿Desde cuándo aprendí la necesidad de ocupar el tiempo en algo productivo, a mantenerme ocupada y a gozar de todo lo que podía hacer con el esfuerzo de mis manos?
¿Cómo descubrí de cuántas cosas soy capaz de hacer, como me inspiré en estar en una constante búsqueda de superación y de nuevos aprendizajes?
¿De quién aprendí que cuando se trabaja con gusto, cuando se disfruta lo que se hace, se alcanza la realización personal y se vive en medio de grandes satisfacciones?
Sin lugar a duda de mis padres, desde casa, rodeada de un ambiente de pequeñas y grandes responsabilidades que eran distribuidas entre cada uno de los miembros de la familia.
Cada quien, de acuerdo a su edad, tenía que desempeñar una tarea, tan importante como cualquier otra. Éramos parte de un equipo bien coordinado por mamá y papá y si queríamos salir a jugar con los vecinos, había que cumplir primero con lo que previamente se nos había asignado.
Cuando fuimos dejando atrás la infancia y llegamos a la adolescencia, recuerdo haber escuchado una frase de mi padre en una conversación que sostenía con mamá, que se quejaba de que mis hermanos empezaban a rebelarse y era necesario enseñarles a trabajar, mantenerlos ocupados y que no anduvieran de vagos nada más viendo que inventar.
“Tu encárgate de las mujeres, le decía papá, de los hombres me encargo yo” y empezó a llevárselos a trabajar al campo y a cuidar del ganado. Durante un tiempo aprendieron a cultivar la tierra y a ordeñar las vacas, pero se dio cuenta que no era para ellos, los veía poco dispuestos a dedicarse el resto de su vida a hacer lo mismo que él disfrutaba tanto, así que decidió vender parte de su ganado y comprar maquinaria y equipo para establecer una fábrica de muebles, donde mis hermanos encontraron el espacio propio para desarrollar todas sus habilidades.
Decía Boris Pasternak, poeta y autor ruso, que “el trabajo ayuda siempre, puesto que trabajar no es realizar lo que uno imaginaba, sino descubrir lo que uno tiene dentro”.
Los padres somos los primeros educadores, los que, con el ejemplo, sobre todo, y con la buena voluntad de formar hijos capaces de resolver cualquier contratiempo, cimentando confianza y seguridad en el hacer de ellos, vamos creando disciplina y responsabilidad, fundamentales para el buen desempeño del trabajo, como una oportunidad de crecimiento y no como una carga.
“Nadie que esté entusiasmado con su trabajo puede temer nada de la vida” aseguraba el productor de cine polaco-estadounidense de origen judío, ganador del Óscar y del Globo de Oro, Samuel Goldwyn.
Estoy convencida que es en la infancia, en casa, que aprendemos el amor al trabajo, a mantenernos ocupados haciendo lo que nuestros padres nos van asignando conforme a lo que podemos hacer, cuando desarrollamos la satisfacción de colaborar, de ser partícipes del entorno y de su cuidado.
De mi madre aprendí que había que hacer bien las cosas desde el principio, porque si no, invertiría mucho tiempo extra en corregir lo mal hecho. Debía esforzarme, pero de verdad como disfrutaba escuchándola reconocer el resultado de mi tarea.
El aprendizaje en el trabajo no es automático y espontáneo, mucho de él se deriva de la presencia constante de nuestros padres en los primeros años de nuestra vida. De ir aplicándonos poco a poco a realizar tareas más complejas, aumentando nuestra disposición para emprender labores más difíciles.
Desde pequeños nos preparamos para gestionar la incomodidad o el rechazo para hacer algún trabajo, es el juego la tendencia natural del niño, pero el atender una responsabilidad desde la infancia nos da herramientas para enfrentar la frustración cuando somos adultos.
Adquirimos la disciplina y el orden mental para organizar nuestras ocupaciones; asimilamos que no todo es juego y que es necesario administrar nuestro tiempo en algo productivo que nos genere los ingresos necesarios para alcanzar el nivel de vida deseado, sin descuidar el descanso y el esparcimiento.
Realizando pequeños trabajos desde chiquitos vamos descubriendo nuestra vocación; que nos gusta y que no. En que ocuparemos nuestros años por venir, algo que nos permita sentirnos satisfechos de nosotros mismos, realizados.
Recupero una frase de Máximo Gorki, escritor ruso, que dice:
Cuando el trabajo es un placer la vida es bella. Pero cuando nos es impuesto la vida es una esclavitud.
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