MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
Gracias, gracias, gracias
Del ejemplo de mis padres aprendí el valor de ser agradecida. De reconocerme con humildad como depositaria de tantas y tantas bendiciones. De entender que no soy un ser totalmente independiente ni autosuficiente, sino que soy el resultado de la manifestación constante de la presencia de Dios en mi vida, de la relación continua de familiares y amigos que me brindaron el soporte emocional de su compañía y dieron sentido al despertar de cada día.
Desde muy pequeña aprendí a decir gracias, como una regla familiar y social de cortesía y sana convivencia, como una forma de aprender a corresponder a una muestra de solidaridad, de ser recíproca. Mas allá de un gesto de buena educación, ser agradecida me hace volver los ojos a todo lo que soy y a todo lo que tengo, más que centrar mi atención en lo que me hace falta, en lo que deseo. Es volver al origen y descubrir todo lo andado.
Agradezco profundamente a todos los que han contribuido a lo largo de mis años a hacer de mi lo que soy. A mis padres, mis maestros, mis amigos, a todos aquellos que se cruzaron en mi camino y me tendieron la mano o me dieron un consejo; agradezco infinitamente su compañía, su tiempo, su sensibilidad para intentar estar conmigo en esos momentos difíciles que formaron mi carácter.
Agradezco infinitamente mi salud, mi familia, mi alimento, mi techo y cada una de las cosas que poseo para mi goce. Eso me hace volver los ojos a quienes desgraciadamente enfrentan enfermedades o discapacidades que han hecho doblemente mas difícil su vida. A quienes han perdido sus padres, sus hijos o a un ser querido; a quienes vagan por la calle en busca de un pedazo de pan o un espacio para dormir. Valoro infinitamente el calor y la seguridad de mi hogar, y lo agradezco desde lo más profundo de mi ser.
Agradezco la luz de mis ojos y que mis oídos puedan escuchar el sonido de la voz de mis hijos. El poder disfrutar de un helado de pistache y la hermosa sensación de la llegada de un frente frío después de varios días de calor intenso. Agradezco el tiempo invertido por aquellos que crearon las tecnologías modernas y me permiten ver y escuchar a mis hijos, aunque estén a kilómetros de distancia.
Decía mi abuelita que no había sábado sin sol, que no sabemos en qué momento, en medio de la lluvia o entre las nubes, pero siempre se asoma, aunque solo sea por unos segundos, y es que, aseguraba, Dios nos abre un
hoyito desde el cielo para decirnos que no estamos solos, que él está al cuidado de nosotros. Yo sé que todo era cuestión de observación, no hay nada escrito, ni tratados o profundas investigaciones que vengan a ratificar esas afirmaciones. Lo cierto es que no importa cuál sea tu creencia, o como le llames a ese ser supremo, siempre hace bien sentirse acompañado, protegido bajo su amparo. Gracias por darme la fe.
Pero quiero compartirles que hoy agradezco hasta por las cosas que en un momento me parecían contratiempos; he aprendido que todo tiene una razón de ser y que debo agradecer porque todo me lleva a un bien. He entendido que los tiempos de Dios son perfectos. Agradezco el camino recorrido y los sinsabores que me obligaron a esforzarme, a crecer.
Hoy he terminado incluso por agradecer la Pandemia del Coronavirus. Me vi obligada a hacer un alto en el camino. De repente la imagen reflejada en el espejo me regresó a una persona desconocida, y sus ojos llenos de ansiedad por la incertidumbre me cuestionaban duramente sin que las respuestas aparecieran por ningún lado. Fueron meses de retomar el camino hacia mi interior. Siempre he dicho que es ahí donde tengo la fortaleza que me ha sostenido. Era necesario un tiempo de recogimiento, de evaluación. De silencio, de reposo.
Creo que también como sociedad este virus nos está permitiendo volver los ojos a lo realmente importante para el ser humano. Deseo de corazón que los padres se reencuentren con sus hijos; que los hijos valoren y acepten a sus padres, que las parejas encuentren motivos para seguir juntos, que los abuelos sigan llenando de ternura la vida de sus nietos. Que todos los seres humanos encontremos la verdadera riqueza y que aprendamos de nuevo a jugar con la naturaleza y a cuidarla; a disfrutar de todo lo que Dios ha puesto en nuestro entorno y, sobre todo, a ser agradecidos.
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