OpiniónVictoria y Anexas

Acerca de la mediocridad 

 

VICTORIA Y ANEXAS

Ambrocio López Gutiérrez

Acerca de la mediocridad 

 

José Ingenieros, médico, psiquiatra, psicólogo, filósofo, sociólogo y farmacéutico ítalo argentino, escribió numerosos ensayos acerca de la mediocridad cuyo producto más logrado es, precisamente El hombre mediocre, libro en el que aborda descarnadamente las virtudes y debilidades humanas. Con el respaldo de dos de mis alumnos de noveno semestre de la licenciatura en Ciencias de la Educación compartiremos en este espacio una probadita de la obra de este genio latinoamericano.

NAYLA VÁZQUEZ Franco, después de leer algunos capítulos, reportó: “La desigualdad humana no es un descubrimiento moderno. Plutarco escribió, siglos atrás que «los animales de una misma especie difieren menos entre sí que unos hombres de otros», es decir, entre las personas existe una serie de diferencias, por nombrar algunas, puede ser desde aptitudes y actitudes hasta en lo económico. El poeta Horacio se refería a áurea mediócritas: la tranquilidad y la independencia como el mayor bienestar del hombre, enalteció los goces de un vivir sencillo que dista por igual de la opulencia y la miseria, llamando áurea a esa mediocridad material, también haciendo referencia al proverbio árabe: «Un mediano bienestar tranquilo es preferible a la opulencia llena de preocupaciones», ya que al tener mayores bienes, ya sean tangibles o intangibles como el dinero, se puede llegar a vivir de una manera menos tranquila por el pensar o sentir que en algún momento podría perder algo, de igual manera alguna capacidad como la inteligencia misma o la creatividad.

Es por eso que se apuesta a tener una vida simple, sin querer hacer algo más o sobresalir sino lograr una estabilidad tanto en lo emocional como en lo económico. Ahora bien, llevándolo a la diferenciación social, no se concibe el perfeccionamiento social como un producto de la uniformidad de todos los individuos, sino como la combinación armónica de originalidades incesantemente multiplicadas, ya que para mantener una sociedad en plena armonía es necesario que exista una diversidad en cuanto a profesiones, personalidades, ingenios. Lo único que podría verse como igual son las costumbres y las leyes que pueden establecer derechos y deberes comunes a todos los hombres; pero seguirán siendo siempre tan desiguales como las olas que erizan la superficie de un océano. Aplicado a cada persona, el autor define la mediocridad como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo. La mediocridad envuelve a todos en una serie de rutinas, prejuicios y domesticidades, es decir actuar de la misma forma siempre y creer que cualquiera podría estar en las mismas condiciones.

Aunque los hombres carecemos de misión trascendental sobre la tierra, en cuya superficie vivimos tan naturalmente, nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal, por ejemplo: los más altos placeres son inherentes a proponerse una perfección y perseguirla. Las existencias que no persiguen un sueño no tienen biografía: en la historia de su sociedad sólo vive el que deja rastros en las cosas o en los espíritus. La vida toma su valor en el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos, lo que llegamos a hacer, conocer, por la marca que vamos dejando. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal; las canas denuncian la vejez, pero no dicen cuánta juventud la precedió. La medida social del hombre está en la duración de sus obras: la inmortalidad es el privilegio de quienes las hacen sobrevivientes a los siglos, y por ellas se mide.

Vivir es aprender, para ignorar menos; es amar, para vincularnos a una parte mayor de humanidad; es admirar, para compartir las excelencias de la naturaleza y de los hombres; es un esfuerzo por mejorarse, un incesante afán de elevación hacia ideales definidos. Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño social. El hombre normal no existe; no puede existir. La humanidad, como todas las especies vivientes, evoluciona sin cesar; sus cambios operan desigualmente en numerosos agregados sociales, distintos entre sí. El hombre normal en una sociedad no lo es en otra; el de hace mil años no lo sería hoy, ni en el porvenir. Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir.

Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad. Más tarde, las variaciones adquiridas en el curso de su experiencia individual pueden hacer que el hombre se caracterice como una persona diferenciada dentro de la sociedad en que vive. La imitación desempeña un amplio papel, casi exclusivo, en la formación de la personalidad social; la invención produce, en cambio, las variaciones individuales. Aquélla es conservadora y actúa creando hábitos; ésta es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa. El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema de que no se vive como reflejo de los demás.

Todos los hombres de personalidad firme y de mente creadora, sea cual fuere su escuela filosófica o su credo literario, son hostiles a la mediocridad. Toda creación es un esfuerzo original; la historia conserva el nombre de pocos iniciadores y olvida a innúmeros secuaces que los imitan. El eterno contraste de las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos grandes actitudes, que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador o rutinario y el espíritu original o de rebeldía. Lo mismo que en los organismos, los distintos elementos sociales se sirven mutuamente de sostén; en vez de mirarse como enemigos debieran considerarse cooperadores de una, obra única, pero complicada. Si en el mundo no hubiera más que rebeldes, no podría marchar; tornarse imposible la rebeldía si faltara contra quien rebelarse. Y, sin los innovadores, ¿quién empujaría el carro de la vida sobre el que van aquéllos tan satisfechos? En vez de combatirse, ambas partes debieran entender que ninguna tendría motivo de existir como la otra no existiese. El conservador puede bendecir al revolucionario, tanto como éste a él. He aquí una base para la tolerancia: cada hombre necesita de su enemigo”.

ROSVEL ADRIÁN Rodríguez Castro, también estudiante de la UAT, agregó: “El pastor ingenuo implica una forma de pensar muy estática, lo que es así, siempre será de esa manera y está cerrado a pensar en la perfección humana, que constantemente y día con día se logra, por tal motivo, para llegar a ello se requiere de un cierto nivel de ética, para salir de esos dogmas y dejar de ser esclavos de fórmulas, que en el pensar del hombre ingenuo están establecidas. En otro sentido, la mediocridad podrá definirse como la ausencia de características personales que permiten distinguir al individuo en su sociedad, de cierta manera hablamos de una persona “media” que aquello que lo distingue de la sociedad no más que, el no tener voz y ser eco, la sociedad piensa y quiere por ellos. Desde mi punto de vista en el hombre mediocre, falta aquello que lo define y distingue de la sociedad, pero positivamente, es decir, ante un problema del hombre en pensar que siempre todo será igual, esto le permite caer precisamente en la mediocridad, donde no aspira a más y se queda como un conformista.

Bajo esta idea, el hombre al salir de ello se da cuenta que la vida vale por el uso que le da a ella, por las obras que realiza. Que no ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor una idea, resumiendo esto en obras, en aquello que le ha permitido salir de la mediocridad y que le ha permitido llegar y hacer aquello que está bien mediante obras en el transcurso de su vida. Todo lo anterior, se resume en el vivir, pero vivir para aprender e ignorar menos; amar para entrar en esa comunión con los demás; admirar para compartir las experiencias con los semejantes evocando en el esfuerzo del hombre por ser mejor día a día. Muchos nacen, pero pocos viven. El vivir implica las obras, salir y romper paradigmas, escapar de la mediocridad. ‘todos nacemos originales, pero muchos morimos como fotocopias’ (Carlo Acutí), aquí radica la importancia de lo que el hombre es, lo que vale y lo que lo distingue de la sociedad y de los demás positivamente. Quien nace y muere original, es aquel que ha hecho de lo ordinario algo extraordinario, en cambio, aquel que nace original y muere como fotocopia, ha sido uno más que no se ha distinguido de la sociedad por sus buenas obras, todo esto implica abandonar el confort y la mediocridad de uno mismo.

Hablar de un hombre normal, es caer en aquello que es lo mejor para la humanidad, dejando de lado la diversidad y unicidad del ser como persona o individuo, pensar en el hombre normal como aquel que no tiene error alguno, es no hacer valido aquel que persevera día con día, por ser mejor, por ser alguien en la vida. Además, lo normal, en ese sentido; adquiere como verdad absoluta que el hombre no se equivoca, pero hay aquel hombre que aun con sus errores, hace buenas obras y ese es el buen sentido de la vida. Hacer de lo ordinario algo extraordinario. Entonces, ¿Cuál es el hombre normal? ‘buen apetito, organizado, trabajador, egoísta, aferrado a sus costumbres, paciente, respetuoso…,’ bajo la idea, en la cual Flaubert definió al hombre mediocre como: ‘Aquel que piensa bajamente, siendo este justo-medio, lo sabe, tiene la intención de serlo; lo es por naturaleza, no por opinión; por carácter, no por accidente.

Esto no lo hacer ser anormal, sino que definir el hombre normal, implica ver lo que es la esencia del ser humano, por naturaleza, es decir, que somos hombres y mujeres dotados de forma distinta, pero también limitados a realizar determinadas cosas, aquí la importancia de la diversidad, pero también de ver a todo hombre como “normal”, ya que, lo que yo aporto como ser humano es distinto a lo que otro puede aportar, dado que estamos dotados de distintos dones y carismas. Siguiendo esta línea, hablar del hombre mediocre en la sociedad es hablar de aquel ser, que no tiene la capacidad suficiente para hacer lo que hace, desde un punto de vista, visto desde la sociedad el hombre es un valor social, producto de dos factores: la herencia y la educación, la primera se refería a los órganos y el pensar de la persona, la segunda referente a la sociedad y la educación, sociedad que rodea al individuo. La formación del individuo se va construyendo por las personas y entorno que lo rodean, en su determinado tiempo puede llevar a diferenciarlo de la sociedad, la experiencia y los escenarios que lo formaron dentro donde vive”.

LA FELICITACIÓN de hoy va para la maestra Juana Adela Tamez Haces (Revo para sus amigos) quien cumplió un año más de vida el mero 20 de noviembre. Otros cumpleañeros son nuestra querida abogada de Reynosa, Emilia Vela González y mi compadre (ensayista y dramaturgo) José Ángel Solorio. Un abrazo con sana distancia.

Correo: amlogtz@gmail.com

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