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Los padres del futuro

 

MIRADA DE MUJER

Por Luz del Carmen Parra

Los padres del futuro

 

Si algo me motivó a educar en mis hijos su corazón y su carácter, fue tener muy claro que tenía en mis manos a los futuros hombres, esposos y padres de familia, y deseaba verlos realizados, trabajando por sus sueños, esforzándose por crear un porvenir digno y me preparé para acercarles los conocimientos necesarios para que fueran ellos mismos los que, mezclando sus habilidades con todo lo que encontraban a su paso, afianzaran su identidad.

Sabía por mi propia experiencia, cuánto influye en la vida del ser humano contar con una imagen fuerte que acompañe nuestra infancia; sentirme segura, amada y protegida, formando parte de una familia, sin lugar a dudas fue determinante en la mía. Recuerdo que en una de las tantas conferencias para padres a las que asistí, uno de los ponentes nos decía: “el padre educa el carácter, la madre el corazón, tan necesario el uno, como el otro”.

Venía a mi memoria la presencia siempre cercana de mis padres. Cada uno en sus labores, cada quien haciendo lo propio para que todo funcionara. Quise traer a mis hijos lo vivido, los mejores momentos que me formaron, intentando generar en ellos sentimientos nobles y el deseo de convertirse en buenos padres, consciente que la mejor manera de aprenderlo, es reconociéndonos hijos amados y respetados, por quienes nos dieron la vida.

Busqué la cercanía y el entendimiento, y alejé de mi rutina la tradicional dicotomía premio y castigo, y en su lugar establecí un canal de comunicación que permitiera el diálogo y la confianza, estimulando el crecimiento y la responsabilidad. Quise transmitirles, la seguridad y la tranquilidad que genera en el desarrollo emocional del ser humano, saber que se cuenta con el apoyo y el respaldo incondicional de nuestros progenitores, para que en su corazón se fuera arraigando el amor, y el compromiso que genera traer un hijo al mundo.

Deseaba que se visualizaran desempeñando un rol de padres activos y participativos, que anidaran en su ser, la necesidad urgente de descifrar el llanto de un bebé, y el gozo de involucrarse día a día en su cuidado y educación; que se prepararan para tener la disposición de aprender que no hay mayor ciencia en cambiar pañales o preparar biberones y descubrieran a través de ello, la trascendencia de la cercanía, del lazo tan fuerte que se establece entre padre e hijos, cuando se interviene de forma directa en la satisfacción de sus necesidades.

Que sintieran el placer que ofrece acompañarlos al colegio y escuchar con atención sus relatos cotidianos; involucrarse en sus juegos y establecer un vínculo emocional de confianza, camaradería y comunicación o disfrutar del momento de leerles un cuento antes de irse a dormir.

Ponía énfasis en señalarles la importancia de no hacer comparaciones, ni de despertar competencia entre ellos, destacando la necesidad de que se respetaran sus capacidades y habilidades valorando sobre todo aquello que les diferenciaba.

Me negué a hablarles de culpas y pecados y puse énfasis en desarrollarles la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus actos y la dignidad que representa el reparar el daño que ocasionamos; les enseñé a ser solidarios y compartidos; aprendieron a ser empáticos.

Les infundí amor, admiración, valoración y respeto por la mujer, partiendo del concepto de lo aprendido desde el seno de su madre, porque quise que en su corazón abrigara la presencia femenina como un complemento en su vida; que sintieran a la mujer como su compañera y amiga, no como una amenaza a su virilidad.

Les enseñé que el ser hombre, es más que haber nacido con el género masculino, infundiéndoles respeto por esta condición; ni mayor, ni menor que la de una mujer. Tan inteligentes y tan necesarios como ella misma. Cada quien, en su esencia, cada uno con sus capacidades.

Hoy me preparo para dejarlos ir, sabiendo que cada uno tendrá que buscar su propia realización. Viven su momento de decisiones trascendentes. Aprendí a amarlos como son, a reconocer sus esfuerzos y a entender sus errores, en muchas ocasiones reflejo de los míos.

Deseo de corazón que, llegado el momento, vivan su experiencia con todo lo aprendido y lo adapten a su circunstancia porque, al final de todo, puedo reconocer que realmente tiene razón Robert Brault, escritor americano cuando dice que “el problema en el aprendizaje de ser padres, es que los hijos son los maestros”, y a veces, no nos damos cuenta de ello.

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