OpiniónPasado y Presente

Con Valentín, hasta el fin… (II)

PASADO Y PRESENTE
Por Pedro Alonso Pérez
Con Valentín, hasta el fin… (II) 

La huelga general en los ferrocarriles estalló el 22 de febrero de 1927 a mediodía, y Valentín Campa la encabezó en Ciudad Victoria. Pero semanas antes, durante los preparativos del paro, Campa había sido despedido arbitrariamente y se trasladó a Monterrey a reclamar; mientras, la CTC acordó hacer una huelga previa por su reinstalación. La empresa tuvo que reinstalarlo ante este amago laboral y Valentín regresó a Ciudad Victoria, iniciaba así su “bautizo represivo”. 

Para detener labores el día señalado hubo que hacer varias maniobras, algunas – realizadas en la madrugada- de franco sabotaje a las locomotoras buscando evitar que funcionaran; otras, a pleno mediodía, al empezar formalmente el movimiento huelguístico. “A esa hora se aglomeraba ahí mucha gente por la llegada y salida de los trenes de pasajeros de Monterrey y Tampico. No había carreteras ni servicio de pasajeros en avión, solo existían los ferrocarriles como medio de transporte”.  

Llegaron soldados del 33 Regimiento y ocuparon la estación, el patio y los talleres con toda la intención de obstruir la huelga y aprehender a Valentín, que así lo recuerda: “A bayoneta calada avanzaron hacia mí y me rodearon, mientras el coronel Cabrera me goleaba con su pistola”. Trabajadores, pasajeros y mirones eran testigos de tan cobarde agresión, generando indignación en muchos; tuvo que intervenir el profesor Graciano Sánchez, entonces diputado local portesgilista, que años después sería líder de la Confederación Nacional Campesina (CNC), para frenar los golpes y vejaciones contra los rieleros y en especial contra Campa. 

 De cualquier forma, éste fue detenido y trasladado a la guarnición militar donde estuvo incomunicado durante tres días. Al salir, sus compañeros le informaron lo ocurrido: “los agraristas de la región, […] decidieron solidarizarse con nosotros, utilizando las prácticas que hacía poco habían aplicado en la guerra civil: quemaron un puente donde se descarriló en forma aparatosa un tren”. 

Aquella drástica acción campesina, realizada para evitar que fuera rota la huelga por “esquiroles” traídos por la empresa a manejar los trenes, al parecer se ejecutó con dinamita en el puente de ferrocarril sobre el rio Santa Engracia, al norte de Ciudad Victoria; al menos, en la memoria colectiva regional quedó así registrada, todavía en los años ochenta varios dirigentes ejidales me platicaban de ese acontecimiento de 1927, que habían protagonizado sus padres durante el movimiento agrarista.  

Lo cierto es que, aquel descarrilamiento y los sabotajes a locomotoras al arranque de la huelga, fueron usados contra Campa. El presidente Calles con acuerdo de Luis N. Morones, su secretario de Industria, Trabajo y Comercio, ordenó el máximo castigo: pasarlo por las armas. Solo la intervención del gobernador Emilio Portes Gil – adversario acérrimo de Morones – logró evitar que Valentín fuera fusilado. Portes telegrafió a Calles pidiendo anular la orden, argumentando que, si Campa era llevado al paredón, la situación política se tornaría muy complicada. Finalmente, dice Valentín: “La orden de fusilamiento fue cancelada, acompañada de mi extradición inmediata de Ciudad Victoria […]. Me prohibieron regresar al estado de Tamaulipas, me condujeron a un tren y salí con destino a Monterrey”. 

No obstante, regresaría a los pocos meses. Antes había viajado a la ciudad de México – que conocía por primera vez – para representar a los ferrocarrileros de la capital tamaulipeca en una reunión nacional. En Monterrey tampoco había perdido el tiempo, pues participó en actividades para fortalecer la Local del PCM en esa ciudad y un Centro sindical en alianza con los anarquistas, en un medio industrial hostil, donde predominaban los sindicatos blancos, llamados “independientes”, al servicio de la Patronal. Valentín había dejado en Ciudad Victoria a su madre y dos hermanas, por ello le urgía regresar. La oportunidad vino en agosto de 1927, cuando “se me presentó un amigo, diputado local de Ciudad Victoria, enviado por Emilio Portes Gil, para expresarme que, iniciada la campaña para la reelección presidencial de Álvaro Obregón, él tenía interés en que yo cooperara en esa campaña y me proponía un buen empleo en la Tesorería del Estado”. Se infiere que fue el profesor Juan Rincón, quién llevó esta propuesta del gobernador; rechazada por Campa porque el PCM se sumaría por su cuenta a Obregón, y por tanto no aceptaba incorporarse con el PSF, le dijo; también le hizo saber que volvería a Tamaulipas.  

En efecto, Valentín regresó a la capital tamaulipeca y participó en la recepción al candidato Obregón, y en general en su campaña electoral, apoyada por los comunistas, pero dirigida en la entidad por los portesgilistas. Participó también en otras luchas sociales, como la sindicalización de los trabajadores de La Pedrera, una empresa trituradora de roca ubicada en Tamatán y concesionaria de los Ferrocarriles Nacionales, donde, según Campa: “Los propietarios tenían enormes ganancias basadas en los salarios miserables de los obreros. Un accionista destacado era un señor Zorrilla, quien también tenía plantaciones de henequén”. Por dichas actividades, Valentín volvió a prisión, detenido por la policía del estado en forma muy discreta. “Me llevaron a un calabozo inmundo – nos cuenta – de la cárcel municipal de Victoria donde tenía que respirar por un postigo de la puerta”. 

Para su fortuna, informado por los ferrocarrileros, a medianoche llegó el licenciado Francisco Castellanos, gobernador electo, “de posiciones democráticas – dice Campa – y a quién habíamos apoyado en su campaña electoral”. Castellanos intervino para que lo sacaran del calabozo y le dieran mejor trato, mientras llegaba la orden de libertad que él había tramitado ante Portes Gil, convertido ahora en secretario de Gobernación, tras el asesinato de Obregón. 

Ya libre, Valentín tuvo que presentarse con el profesor Juan Rincón, gobernador interino, quién le dijo que Portes Gil buscaba su amistad y le ratificaba la propuesta de “un buen puesto en la Tesorería” o de otro adecuado a sus intereses. “Le reiteré mi actitud de no aceptar ningún puesto – afirma Valentín – en el gobierno de Portes Gil y menos ahora que arbitrariamente había ordenado mi secuestro anticonstitucional”. Esta acre respuesta obedece a que entendió como intento de soborno la propuesta portesgilista; y porque al salir de la cárcel fue informado por sus camaradas, que, según investigaciones de ellos, Portes Gil era también socio destacado de la Pedrera de Tamatán, y antes de irse a la ciudad de México, habría dejado instrucciones para encarcelarlo. Lo cierto, es que estaba terminando el ciclo de Valentín Campa en la capital tamaulipeca. A finales de 1928 o principios de 1929 se trasladó a Tampico, entonces epicentro de la lucha obrera y sindical, para incorporarse a tareas nacionales que ya nunca abandonó. 

En la tercera y última entrega hablaremos de esas tareas; también de algunos recuerdos personales sobre Campa, a quién conocí en Ciudad Victoria muchos años después de los acontecimientos que venimos comentando. 

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