MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
A mis maestros inolvidables
En los últimos años hemos sido testigos de la transformación que ha sufrido el proceso enseñanza-aprendizaje en nuestro país, como consecuencia de las últimas reformas educativas. Muchos intentos por modificar, acondicionar, mejorar los contenidos y las formas de los programas que rigen el sistema educativo en México, donde tradicionalmente el papel del maestro en nuestras comunidades, era muy importante en la formación de las nuevas generaciones.
Esto ha cambiado. Ahora se le prepara para desempeñarse como un profesor que transmite el saber teórico-práctico, independientemente del nivel, contexto y contenidos, pudiendo impartir sus clases desde preescolar, hasta universitario, especializándose en matemáticas o ciencias sociales, idiomas o instrumentos musicales, deportes o artes marciales, es decir, enseña de lo que sea, pero evitando el contacto cercano con sus alumnos, conduciéndose con objetividad y distanciamiento emocional. Si se detecta algún problema de conducta, debe reportarse al psicólogo, quien se hará cargo.
Su área de influencia, por tanto, se ha visto reducida desde mi punto de vista. Ha perdido autoridad para acompañar el crecimiento emocional de niños y jóvenes. Se ha puesto énfasis en su desempeño profesional, académico, obligándolo incluso a aprender a marchas forzadas el uso de nuevas tecnologías y nuevas formas de impartir sus conocimientos. Se ha exaltado el aprendizaje, la calificación y el éxito, como medida de aceptación social, dejando en un segundo plano, el valor añadido de la aplicación de lo aprendido y su utilidad en el servicio de los demás.
Atrás, han quedado aquellos maestros que trascendían en su misión, a la simple transmisión del conocimiento científico, a quienes se les reconocía su habilidad extraordinaria para convertirse en agentes transformadores del pensamiento, creadores de grandes hombres y mujeres que encontraron en su guía la inspiración para hacer algo grande de sus vidas.
Aquellos maestros que no limitaban sus enseñanzas a las matemáticas simples, sino que nos llevaban a la obtención del razonamiento lógico y a la toma de decisiones, desarrollando el sentido común de la vida cotidiana. Que acompañaban la formación académica con la práctica de valores y reglas sociales, que nos apoyaron en el aprendizaje de una convivencia basada en el respeto y la solidaridad.
Que trascendían al ámbito del aula escolar y asumían el reto de llenar los vacíos educativos que quedaban en el hogar, que reforzaban la formación de nuestras capacidades y nos obligaban a descubrir las habilidades necesarias para resolver nuestros pequeños o grandes problemas y a fortalecer nuestra autoestima. Se nos reconocía y se nos llamaba por nuestro nombre.
Sus enseñanzas trascendían a la mera escucha de los contenidos académicos. Había una relación de confianza y respeto, en aquella figura que se convertía en referencia de una infancia en formación, y a la que se le recuerda con nostalgia al pasar de los años.
Hoy viene a mi memoria con especial cariño el Profesor José Alvarez, simplemente inolvidable. De él aprendí a no darme por vencida, a tener paciencia y humildad, a compartir, a reconocer y a escuchar al otro, a respetar sus diferencias, a trabajar en equipo. A ser escuchada y a esperar mi turno.
Pero sin lugar a dudas fueron mis maestros de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales los que aportaron sus conocimientos, valores y emociones, y los que formaron mi criterio y mi personalidad. Los que guiaron mis perspectivas, compartiéndome sus experiencias de vida, en medio de problemas mayores, que los llevaron a tomar posiciones comprometidas con causas sociales que hoy en día valoro y con las cuales me solidarizo. Mi admiración y reconocimiento, para quienes con sus propias narrativas marcaron mi camino, entendiendo en la práctica las teorías de las ciencias sociales.
Educar a las nuevas generaciones es un gran reto tanto para los padres, como para los maestros. Saber intuir necesidades, gestionar emociones, entender el entorno de cada uno de los niños o adolescentes, es esencial para crear un ambiente adecuado que permita obtener los mejores resultados en el proceso de la enseñanza-aprendizaje.
Alfred Mercier, aseguraba que “nunca olvidamos lo que aprendemos con placer”, aquello que trasciende a nuestros sentidos, todo lo que ha quedado grabado en nuestra memoria emocional. El maestro juega un papel trascendente en cómo nos acercamos al conocimiento. Hago votos porque recuperemos para nuestros hijos y nietos el gozo de aprender, de descubrir que hay en nuestro medio ambiente, en la naturaleza, en nuestro cuerpo, en cada uno de los seres vivos que habitamos este planeta, quizás así contrarrestemos ese estrés que acompaña hoy en día las tareas cotidianas de los estudiantes, desde preescolar hasta el doctorado.
Revaloremos la vocación de quien sacrifica el tiempo de sus hijos, por atender los nuestros.
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