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El derecho a la intimidad

MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
El derecho a la intimidad  

¿Qué pasaría, si de pronto encontráramos a nuestra pareja, o alguno de los hijos hurgando en nuestro celular? Ya imagino el cúmulo de emociones que nos envolvería: enojo, impotencia y muchas más. Múltiples relaciones familiares se han destruido por lo que se considera una invasión a la intimidad personal, un atropello al derecho a conservar para nosotros, eso que no queremos mostrar a los demás, de nosotros mismos.  

Sería algo así, como si se tomaran la confianza de leer lo que en nuestro diario personal hemos escrito. Nuestros momentos más íntimos. Donde hemos registrado nuestras emociones cotidianas ante los aconteceres vividos. Ese espacio sagrado donde vamos dejando huella de la evolución de nosotros mismos, construyendo nuestra propia historia. Esa que solo nosotros conocemos al cien.  

De repente, los smartphones se han convertido en los diarios modernos, acaparando y llevando nota de nuestra intimidad. Guardamos imágenes, conversaciones e infinidad de información. Respondemos las preguntas de cualquier aplicación, sobre lo que estamos pensando, que queremos decir, cuáles son nuestras necesidades.  

Poco a poco van construyendo nuestro perfil, tomando información de aquí y de allá, más de la que nosotros mismos queremos compartir. Cada minuto que pasamos navegando queda registrado. Toda nuestra actividad en las redes sociales, en cada aplicación que elegimos, en blogs o en foros de opinión, se va acumulando en un historial que le permite desnudar nuestros más íntimos pensamientos, emociones y sentimientos.  

Las nuevas tecnologías digitales, rompen la barrera de nuestra intimidad y nos motivan para poner en la esfera de lo público, lo que antaño consideraríamos privado. El ánimo de hacernos visibles nos ha invadido y hemos reducido con demasiada ligereza los límites con los que resguardábamos para nosotros, lo que considerábamos nuestro territorio personal.  

A diario compartimos información, que nos hace estar presentes en un escenario virtual que de otra forma nos anularía, dejándonos fuera de un mundo que exige de nosotros, con sus reglas, la mayor apertura a nuestra privacidad.  

Cada vez nos resulta más natural, publicar de inmediato ese pensamiento que nos asalta, lo que estamos desayunando o la música que escuchamos, donde y con quien estamos y por supuesto, anhelamos como respuesta el link de “me gusta”, dejando expuesta de forma voluntaria nuestra cotidianidad, y nuestra necesidad de reconocimiento.  

Si en una relación personal, cercana, nos limitamos al compartir información relacionada con nuestra intimidad, es porque no se ajusta al grado de confianza requerida para hacerla partícipe de nuestras experiencias, pero publicar en una plataforma, chat o blog, nos da la sensación de libertad para salir a expresar opiniones, deseos o frustraciones e incluso a representar un papel ajeno a nuestra realidad en un universo ambiguo.   

Elegimos la cara que queremos mostrarle al mundo, las fotos más bonitas de nuestros viajes, los momentos maravillosos de nuestros hijos, los éxitos y premios alcanzados. Pareciéramos decirles que en nuestro mundo todo está bien, todo es perfecto. Que somos inmensamente felices. Lo último que deseamos es exponer nuestra íntima y preciada verdad. A nadie interesa saber de problemas ajenos, y pareciera que todos terminamos emocionándonos con las mentiras de los demás.  

La intimidad como la conocíamos ya no es posible, hoy la compartimos y cedemos nuestros derechos sobre ella, la dejamos al alcance de cualquiera, por muchas contraseñas que inventemos para intentar protegerla.  

¿Con quién compartimos nuestra intimidad? Realmente es impensable la cantidad de personas que pueden tener acceso a ella y las alternativas de uso posibles.  

Gran número de las aplicaciones con las que realizamos nuestro trabajo, no solo nos facilitan el quehacer cotidiano, sino que también abren las puertas para un modelo de negocio que genera ingresos multimillonarios e influye en distintas áreas de la vida social, económica y política del mundo, promoviendo nuestros datos personales.  

Nadie nos pregunta si estamos de acuerdo o no, en el uso que se hace de ellos. Ni siquiera llegamos a imaginar como los utilizan las grandes marcas, los gurús de las redes sociales o los grupos que manipulan las decisiones políticas.  

Ya no podemos hablar de temores invasivos o de paranoias por teorías conspiracionistas. La realidad nos ha superado. Hoy los dispositivos electrónicos disponen de cámaras, micrófonos y recursos para obtener nuestra ubicación.  

Lo aceptemos o no, la verdad es que somos observados y analizados por algoritmos capaces de saber incluso cuál es nuestro estado de ánimo en este momento y sugerirnos que tema musical escuchar o a que restaurant acudir a degustar nuestro platillo favorito, basados en la información que nosotros mismos les estamos proporcionando.  

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