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Nuevos roles en las tareas del hogar

MIRADA DE MUJER 

Por Luz del Carmen Parra 

Nuevos roles en las tareas del hogar 

Eran muy niños y me acompañaban solidarios en todos mis quehaceres. Cómo reían y se esforzaban por repetir cada movimiento que hacía con la aspiradora; se disputaban luego, el rodillo para hacer tortillas, disfrutaban en sus manos la masa y su imaginación no tenía límites al intentar darle forma a las galletas, que de tarde en tarde, los invitaba a preparar.

Jugué de todo con mis hijos. Fui su caballito en el pasto de mi patio y en las alfombras de la estancia; descubrí, que cada uno tenía una sensibilidad diferente, para responder a las cosquillas que les hacía intentando dominar su fuerza; escuché atenta sus historias llenas de fantasía, plenas de personajes míticos y dotados de superpoderes y desarrollé una paciencia infinita, al tratar de responder sus porqués interminables.

No me di cuenta en qué momento fue que rebasaron el metro de estatura, y sus juegos requirieron la presencia de sus amiguitos y empezaron a llenar sus horas en medio de las novedades tecnológicas que absorbieron su atención y de pronto se hicieron hombres, capaces de tomar decisiones sin consultar.

Recuerdo las palabras de una de las maestras que intervinieron en su formación, que decía que cuando llegara el día en que ya no me necesitaran, era momento de felicitarme, porque había hecho un buen trabajo. Cuánta razón tenía, ahora puedo verlos ir y venir cumpliendo con las responsabilidades de un compromiso laboral que exige su concentración y esfuerzo, empeñados en la consecución de sus objetivos. Autónomos, independientes.

Sin embargo, he de confesarles que aquello que de niños aprendieron, hoy todavía los acompaña. La disposición para realizar las tareas del hogar está presente. Aprendieron a tener su espacio limpio y ordenado, a cuidar su ropa y a preparar sus alimentos. Me enorgullece verlos autosuficientes, capaces de atender por sí mismos sus necesidades vitales, y los detalles cotidianos que implica el atender una casa, desde surtir despensa, hasta pagar a tiempo los servicios.

Sin darme apenas cuenta, los estaba preparando para un tiempo diferente, donde las relaciones sociales y de pareja han cambiado enormemente, donde la distribución del trabajo que representa tener funcionando un hogar, no se define por el género, sino que exige la disposición natural y espontánea de quienes habitan en él.

Lo que antaño eran ocupaciones para las que se preparaba a las mujeres desde su infancia, ahora se ha hecho necesario redistribuirlas. Creo que nunca, como ahora, se sabe lo necesarias e indispensables que son, para mantener el orden y la funcionalidad de los espacios donde habitamos.

Se puede decir que se ha hecho forzoso revalorar las tareas del hogar. A raíz de la necesidad de que la mujer apoye en la economía, han quedado relegadas. Apenas si alcanza el tiempo para tratar de organizar lo que las necesidades básicas requieren. No es lo mismo llegar a casa después de una jornada laboral que ha consumido la mayor parte de la energía, para tratar de cumplir con todo lo que ha quedado a la espera, que cuando podía hacerlo despacio, sin prisa. Es justo en ese momento, al contemplar el desorden y sentir el cansancio, que se extraña lo que se ha perdido.

Por eso se hace necesario que también ellos, los varones, se comprometan con la atención de esos quehaceres. Ni les humilla, ni les cuestiona. Por el contrario, les hace sentir en carne propia el valor de este trabajo, digno y valioso, que enaltece la convivencia y permite la solidaridad entre quienes habitan una casa, para transformarla en un hogar.

Decía John Boyne “Un hogar no es un edificio, ni una calle, ni una ciudad; no tiene nada que ver con las cosas tan materiales como los ladrillos y el cemento. Un hogar es donde está tu familia”.

Es la diferencia en la actitud ante la urgencia de poner cada cosa en su lugar y las ganas de participar en ello, lo que mantiene unida a la familia y conlleva una armonía en la convivencia.

Ni se exige, ni se controla. Ya no hay obligaciones intrínsecas para cada uno. Ni te toca ni me toca. Ni se vale hacer las cosas a medias y esperar que el otro (a) venga a corregir lo mal hecho. Ni dejar regada por todos lados la ropa, cual huellas en el bosque, ni dejar el plato en la mesa.

Asumir la parte que a cada uno corresponde y enseñar a las nuevas generaciones el valor de hacerse responsables de sí mismos, sin esperar que alguien más venga a atender sus necesidades personales, sin lugar a dudas, facilitará la organización de las tareas del hogar.

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