Entrevista

LUCIANO, EL TAMPIQUEÑO…que atendía en su cantina a Don Eugenio Garza Sada

Antes de morir, en el 2014, Luciano Galván reveló como en su famosa cantina El Caracol tenía de cliente al empresario que sentó los cimientos del desarrollo de Monterrey, quien consumía cocteles, pero sin alcohol

Luis Alvarado

Cuatro años después de efectuada esta entrevista al tampiqueño Luciano Galván Padilla en Monterrey  -entonces de 93 años de edad-  y a 3 años de su muerte en 2015 se da a conocer su relato  de hombre sencillo y laborioso, el que reúne elementos de cultura del trabajo intenso, visión, coraje, persistencia por salir adelante pese a los infortunios.

Al sufrir una huelga declarada por sujetos ajenos que no eran empleados suyos, Luciano, entonces de 38 años recordaría sus inicios a los 16 años de edad como trabajador ferrocarrilero que cambiaba las obsoletas vías férreas del porfiriato por las modernas en 1940 hasta ser jefe de oficina y luego pasar a ser responsable de tráfico en una empresa de transporte nacional de carga.

Así, sería movido por el destino para auxiliar en la carretera a una mujer que no conocía, Margarita López Portillo, intelectual y literata, propietaria de otra empresa de carga que le ofrece un nuevo empleo.

También relata parte de los andares de su padre, José Galván López, quien de ser mecánico de locomotoras en Guanajuato en 1915, es forzado por el revolucionario Pancho Villa a reparar dos de sus máquinas averiadas tras su derrota en la Batalla de Celaya, para luego ser contratado como el maquinista del tren del Centauro del Norte.

Pero con tan mala suerte que por la equivocación de un subalterno de Villa, le es asignada una máquina que al ser probada por él provoca una tragedia múltiple al dar muerte a decenas de cansados combatientes que dormían posados en las vías que usaban como rígida almohada.

Este es el contenido de la entrevista a don Luciano efectuada el 29 de noviembre de 2014 en su casa del municipio de San Nicolás de los Garza, un año antes de que falleciera a los 94 años de edad, tras haber nacido el 7 de enero de 1924:

LG- “En ese entonces había máquinas chicas y me tocó cambiar las vías antiguas que venían del porfiriato, ahora para los trenes modernos. Después cambié el trabajo… que era muy pesado por el de estibador de Express, yo tenía como jefe a Juan Navarro Castañeda, quien era buena gente conmigo y un día me ofrece un trabajo de oficina y me inicié ahí como aprendiz y al año quedo muy preparado”.

P- Qué sucedió después?

LG- ”Había un pero… me faltaba el certificado de primaria que se exigía para entrar como oficinista de Express… Yo me sentía más preparado que muchos y usaba pantalones de mezclilla de pechera. Luego me pidieron que me fuera a Guanajuato para que me hicieran examen de conocimientos, ahí busco al profesor Navarro y pasé muy bien la evaluación y me entregan mi certificado de primaria, cuando yo solo había estudiado hasta el tercer año de primaria”.

P- Cómo estaba la economía, los salarios?

LG-  “En ese entonces se hablaba de centavos y valían. El sueldo mínimo de un estibador era de $ 2.20 pesos diarios y cuando lo del certificado yo tenía 17 años de edad y entonces me dan de alta como oficinista de planta y a los dos días me ofrecen el puesto de jefe nocturno de 12 a 7:00 am en Empalme, de Escobedo, Guanajuato… y había como 70 trabajadores de planta y 200 extras en cada turno… y me quedé con el puesto”.

Luciano de joven a la derecha

P- Al ser nuevo usted, de 17 años, cómo se llevaba con los trabajadores?, que supongo que no eran fáciles de manejar.

LG- “Pues no me aceptaron fácil como jefe tipos que tenían mucho y que eran mañosos algunos. Había seis tipos que no querían trabajar a mis órdenes y como no querían trabajar les levanto una acta por desobediencia, insultos y por no trabajar, luego éstos me balacean pero no me hieren, solo me querían dar susto, pero poco a poco entraron en razón hasta que terminaron siendo mis guardias, mis guardaespaldas, porque se manejaban valores, dinero. Para entonces yo ganaba $ 6 pesos diarios o 180 al mes”.

P- Qué recuerda de este trabajo como jefe de oficina?

LG- “Pues una vez la chamba me puso a prueba, cuando se me juntaron dos trenes para despachar, el de norte-sur y el de sur-norte, los que debían de llegar con 12 horas de diferencia y a esto se le agrega otro tren, el de Acámbaro, Guanajuato y un cuarto más, el de Irapuato, los que debí atender de acuerdo al reglamento en 20 minutos a cada uno… y los saqué, pero con problemas.

Recuerdo que del tren 3, el de Acámbaro, recibo una caja de valores donde venía adentro una bolsa con $5,000 pesos para el pago de rayas, los que guardé en la caja fuerte grande  de la oficina, pero poco después me entero que lo robaron y las sospechas venían sobre mí. Me mandaron 20 agentes especiales del ferrocarril, investigaron y a los tres días me dicen que me iban a llevar a Guanajuato a hacer la declaración ante el Ministerio Público, como detenido”.

P- Entonces, quién fue el que robó?

LG- “Me llevaron preso a la Alhóndiga de Granaditas, que era cárcel, y quedo detenido junto con mi subalterno Francisco Ugalde, yo me sentía hundido, por algo que no había hecho, estuve como un año conviviendo con criminales. Resulta que se dijo que era yo responsable porque no había asegurado bien la caja al cerrar….un día avisan que llega preso un tipo que andaba gastando dinero a manos llenas en México, le llamaban El Guiriqui.

Ahí en la Alhóndiga tuve que defenderme de un carcelero que me chicoteaba por no ir rápido en la formación de presos y ya enojado que lo agarro a golpes y lo noqueo y eso me valió para que me llevaran a hombros los demás presos y me agarraran respeto. Aquí conocí fusilamientos de presos salteadores o violadores que eran reconocidos por sus víctimas… a las 12 de la noche se tocaba la campana, se formaba al reo a ejecutar frente al pelotón, se fusilaba… y se acabó tanto crimen en esa parte.

Salió en la investigación que en el interior y exterior de la caja fuerte aparecían huellas de José, el oficinista del turno de día. Al final se comprueba que no había complicidad entre nosotros y al año quedo libre por falta de pruebas, cuando yo tenía 18 años de edad”.

P- Siguió trabajando como jefe de oficina?

LG-  “Amparado en el documento que me exoneraba del delito quise pelear para regresar al puesto que tenía, pero la empresa no quería darme el mismo cargo y me dan a elegir entre el dinero como liquidación o la planta de conductor de máquina de un Express y así  empecé como conductor…y ahí duré cinco años y salí cuando ya tenía 23 años de edad”.

Qué hizo al terminar como conductor de locomotora?

LG- “Pues me vine a Monterrey, a vivir aquí por primera vez, llegué sin dinero a  la estación del ferrocarril, que entonces estaba por Cuauthémoc y Colón…. Y pues, ahí dormía. Empecé a trabajar en una cantina como ayudante, se llamaba La Copita y estaba en contra esquina del cine Encanto… lo que yo quería era aprender los secretos de un negocio. Yo tendría como 23 -24 años y el año creo que era 1947 o 48.

Luego me fui a otro bar en Zaragoza y Washington que se llamaba El Carita, porque me pagaban mal en La Copita y me llevé bien con el dueño Adolfo Ramírez, que fue quien me apadrinó, el que me recomendó para otros asuntos. En este bar aprendí para luego iniciar mi propio bar en Washington y Zaragoza al que le puse El Colmenar, que estaba a un lado de donde está el restaurante Nuevo Brasil. La clientela habitual estaba bien, pues hasta el gobernador del estado fue ahí, periodistas de El Norte, El Porvenir, El Sol y todos dejaban buenas propinas”.

Las glorias de El Caracol

P- Se llamaba El Colmenar o El Caracol?

LG- “Terminé con El Colmenar pero luego abrí El Caracol, el cual quise que fuera algo único, bonito, de buena clase, donde se comiera y bebiera con categoría, estaba ubicado por el mismo rumbo en Zaragoza 140 entre Washington y Modesto Arreola. Ahí tenía una barra muy bonita de ladrillo y piedra. Para entonces yo tenía 30 años, pero solo duró unos tres cuatro años porque una huelga que nos declararon alguien de afuera acabó con este lugar.

La inversión para instalar El Caracol vino de lo ganado en un restaurante que había abierto junto con mi esposa, donde se pudo reunir unos $40,000 pesos”.

Un ‘cliente’ llamado Eugenio Garza Sada

P- Y cómo estaba la clientela de El Caracol?

LG- “El Caracol tuvo mucho éxito, al ser un negocio confortable, limpio, con muy buen servicio, atentos barmans, se vendían como 3,000 cajas de cerveza por mes y eso llamaba la atención de la gente de la Cervecería, pues éramos de los que más cerveza vendíamos y nos daban buenas promociones en la compra de sus marcas”

Había de todo, profesores, comerciantes, abogados, hasta el gobernador llegó a ir (se deduce que era el interino José Vivanco Lozano), periodistas de los diarios y radio  de la época, dueños de empresas, ah, también de vez en cuando se dejaba venir don Eugenio Garza Sada, pero él no tomaba cerveza, ni licores, nada que tuviera alcohol, aunque si le gustaba tomarse un coctel pero sin nada de alcohol, yo creo que como le vendíamos 100 cajas de cerveza diarias pues quería verificar cómo le hacíamos y cuál era la reacción de los clientes, jaja. Había ocasiones en que cerrábamos hasta las 7 de la mañana.

Luciano atrás, cuando era dueño de El Caracol. Aquí un periodista de El Norte entrega un reconocimiento a José López Portillo (familiar y homónimo del ex presidente)

Aquí tengo estas fotos en blanco y negro, en ésta aparecen un periodista de El Norte, también José López Portillo (homónimo y al parecer pariente del ex presidente José López Portillo) y el empresario de cines Adolfo Rodríguez y atrás estoy yo”.

(Un hijo de don Luciano comentaría en este mes de noviembre que existe una fotografía donde aparece Eugenio Garza Sada entregándole a su padre un reconocimiento por el volumen de ventas de cajas de cerveza pero que lamentablemente no han podido localizar).

P- Qué siguió al cerrar El Caracol?

LG-“El bar cerró por huelga y me fui a Transporte Líneas Nacionales de México, que ya no existe y estaba en Guerrero y Ruiz Cortines… Ahí, cuando tenía unos 38 años y yo era el encargado de tráfico de los camiones me avisan de la Federal de Caminos de un accidente cerca de Matehuala en que un tráiler de la línea se había volcado y yo me arranco para el lugar del accidente con dos mecánicos y 10 estibadores para recoger la carga de la caja y nos vamos en otro camión, pero al llegar solo pudimos recuperar 10 toneladas de las 30 que traía la caja… era junio de 1962.

Y ya de regreso, a 10 kilómetros de la carretera Matehuala-Monterrey encontramos a orilla de la carretera dos carros negros grandes parados y dos hombres altos parados afuera viendo el motor de uno de ellos; nos paramos y le ofrecí nuestra ayuda ya que llevábamos dos mecánicos…. lo arreglaron y luego me ofrecieron pagar por el servicio pero lo rechacé, luego se abre la ventanilla del carro y una mujer nos ofrece dinero igual y me niego a recibirlo y le digo que nos ofrecimos a ayudar solo por ayudar, no por otro motivo.

Ella me dio una tarjeta de presentación y uno de los ayudantes me dice que no la perdiera, que le pudiera ser útil después. La tarjeta decía Margarita López Portillo (la escritora tendría 48 años de edad) y por aquel entonces se decía que era copropietaria de la empresa Dina Diesel Nacional y de varias líneas de camiones de carga. Luego le llamo a los seis meses y me ofrece trabajo como jefe de Tráfico en la línea Auto Express Mexicano… ahí estuve a prueba tres meses pero me quedé por ocho años allá en el centro del país pero me tuve que salir por motivos de la familia que tenía en Monterrey cuando ya tenía 46 años de edad”.

Qué me puede decir de su padre, cómo se llamaba?

“Mi padre es José Galván López, nacido en San José Iturbide, Guanajuato. Él de jovencito se internó en los Estados Unidos y se fue a Pensilvania a trabajar en una empresa donde se fabricaban locomotoras de ferrocarril… que luego se mandaban a todo el continente americano, a México y Europa y ahí aprendió a armas y desarmar máquinas en la época de 1911.

Regresa a México joven a Tampico y se va a trabajar a Petróleos El Aguila, era muy político y sindicalista y enseñó a defender sus derechos a los trabajadores y formar sindicato cuando entonces pagaban en oro. Pero luego un José Troncoso le dice que había un rumor de que lo querían matar los de la empresa, por revoltoso y huye a Empalme, Guanajuato a trabajar de maquinista, varios años después”.

Su padre, maquinista de Pancho Villa. La tragedia

¿Y  la anécdota de don José Galván en la revolución?

LG- “Sucede que Pancho Villa estuvo en la Batalla de Celaya (abril de 1915), que la pierde, donde dos de sus máquinas de ferrocarril quedan en mal estado y Villa comisiona gente para ir a Empalme donde estaba mi papá… y pues llegan los villistas y dan con José Galván  que también era mecánico y le dicen que se lo van a llevar para componer las máquinas y él les dice que necesitaba que las máquinas estuvieran en los talleres de La Casa Redonda donde tenía las instalaciones y equipo para la maniobra y compostura.

Los enviados se van pero luego llega Pancho Villa y se dirige a José y le dice –a ver muchachito, me dicen que tú eres buen mecánico-, José les da informes de su trayectoria y dónde estuvo…. y que arregla las dos máquinas ayudado por otros ayudantes. Entonces se le hace saber a Villa, me dijo mi padre, que la gente del pueblo se moría de hambre por la escases de comida y Villa llama al jefe de estación, donde se resguardaban comestibles en carros con harina, azúcar, café, comida y ordena repartir los costales a todo el pueblo dejando solo su firma de recibido.

Para entonces Villa ya le había tomado medida a mi padre y se lo lleva junto con un fogonero para alimentar las calderas y José escoge a su hermano Dolores Galván, quien estaba escondido por el miedo y lo calman diciéndole que él no va a estar en los balazos, sino de fogonero del tren de Pancho Villa.

Entonces  Villa y su gente se van a Aguascalientes y traen otra máquina descompuesta y ahí José saca la máquina al taller y en 8 o 9 horas ya estaba lista…. las fallas más comunes eran en las calderas, en la serpentina, tuberías, líneas de salida. Luego a mi padre le ponen un proveedor al frente de la máquina que iba adelante, pero se equivoca éste y lo mete a otro tren villista que no era para conducirla… pero resulta que en este tren equivocado, en las vías en las que estaba parado había muchos soldados villistas dormidos en las vías del tren y pues él da tirones de 4 o 5 metros para comprobar que todo estuviera ganchado y esto acaba en tragedia pues ahí mueren decapitados o destrozados decenas de soldados, decían que cerca de 100.

En consecuencia Villa ordenó que se fusilara al responsable y ahí se dan cuenta que estaba mi padre en el tren equivocado… la tragedia fue como a las 9 de la noche, entonces le preguntan a mi padre –cómo quieres morir?- pero él y su hermano Dolores escapan corriendo hacia el río, lo cruzan a nado, pasan la noche nadando en el agua y la corriente les quita la ropa, luego como a las 8 de la mañana del siguiente día llegan a un pueblo con taparrabos de hierba y llegan a un jacal donde les dan algo de ropa y zapatos viejos, a más de 100 kilómetros del lugar de la tragedia”.

 

 

 

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