MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
¿Qué hacemos con los niños y los ancianos?
La verdad no tengo ni idea de cómo fue que llegamos hasta aquí. ¿En qué mo-mento hemos perdido los valores que sustentaron la convivencia familiar, como pilar fundamental de la conservación de la especie humana? Cada día se hacen más frecuentes en mis reflexiones las imágenes del abandono y el des-cuido de niños y ancianos, observando a las nuevas generaciones cuestionarse donde ubicarlos. Es evidente que no saben qué hacer con ellos. No encuentran el espacio adecuado donde colocarlos en su vida productiva. De repente no tie-nen tiempo, ni suficientes recursos para atenderlos y muchos prefieren evitar-los.
Me duelen. Me cuestionan. Me rebelan los niveles de indiferencia que ha al-canzado en medio de una sociedad materialista, dominada por el consumo y la superficialidad, el desamparo del ser humano en su primera y última etapa de su vida. Aunque no quiero incorporarlos a mi universo, me doy cuenta que esa pesadilla forma parte de la realidad cotidiana que estamos viviendo los seres humanos en pleno siglo XXI.
Las nuevas generaciones enfrentadas y confrontadas, sin saber qué hacer ante la imposibilidad de cuidar, de proteger, de atender las necesidades urgentes de seres vulnerables que reclaman, no por voluntad, sino por indefensión, la cari-dad de todos nosotros.
Ahora las parejas se cuestionan si tienen hijos o no, ante la imposibilidad de formar un hogar que ofrezca las condiciones mínimas de subsistencia, a pesar de dedicar la mayor parte del día a una jornada laboral que rebasa los límites humanos por parte de ambos cónyuges. Apenas queda tiempo para mal comer y mal dormir. Están conscientes de la imposibilidad de brindarles a sus hijos lo que ellos desean. Hay quienes deciden mejor no tenerlos, renunciando a lo más sagrado que nos puede dar la vida.
Y qué decir de los ancianos que han dejado atrás la posibilidad de valerse por sí mismos, donde la gran mayoría no cuenta con ingresos propios ni con una pen-sión digna, en momentos en que los hijos se enfrentan con la necesidad de dar el cien y el extra para atender las urgentes necesidades de su familia. ¿Cómo hacer para atender también a sus padres? ¿Cómo cuidar de sus enfermedades
cuando necesitan cumplir a veces no con una, sino con dos jornadas laborales diarias, para proveer el sustento familiar?
Las guarderías y los asilos se han puesto de moda como una opción para dejar a buen resguardo a niños y ancianos mientras quienes están en su edad pro-ductiva dedican su vida por completo a buscar el sustento de la familia, aisla-dos de sus emociones, de sus más nobles sentimientos, sumidos en el afán de cumplir con las exigencias de un trabajo que asegure sus ingresos y que agota sus fuerzas físicas y mentales debido al nivel de estrés a que son sometidos.
Dicen los que saben de psicología infantil que ahora los pequeños de apenas unos meses de nacidos, que son llevados a las guarderías o estancias infantiles a deshoras de la mañana, cuando deberían continuar con su sueño, ya presen-tan manifestaciones de ansiedad, que les falta un soporte emocional que los haga sentir amados, protegidos, seguros, con graves consecuencias en su vida adulta.
Por otra parte, también hay quienes aseguran que los ancianos que son sepa-rados de su familia, de sus espacios, de sus amistades y son incorporados a grupos de personas adultas en los asilos, sufren de depresión, de soledad, deri-vadas del abandono que, en el transcurrir de los días, se da de parte de sus fa-miliares que poco a poco delegan su cuidado, en el personal que los atiende. La tristeza y la añoranza en muchas ocasiones, acortan su vida.
Lo que está en juego es el relevo generacional. El distanciamiento emocional y la negación de las necesidades humanas. ¿Quién se hará cargo de las nuevas generaciones o también de las que pronto empezarán a envejecer, cuando el ritmo laboral impuesto por una sociedad consumista acaba con la familia, cuando no se han construido lazos de amor, de solidaridad, de pertenencia?
Como evitaremos caer en un sin sentido que nos haga perder la alegría de vivir, que nos impida descubrirnos como seres humanos sensibles, capaces de dar y recibir amor más allá de convertirnos en robots carentes de sentimientos, am-biciosos y desconectados de nuestras propias necesidades emocionales.
De verdad me duele aceptar que el futuro sea tan vacío. Si el ser humano ha trascendido, la familia ha sido el pilar que ha sostenido su caminar. Deseo de corazón que las nuevas generaciones reencuentren su esencia humanista y nunca renieguen de ella.
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