La calidad del aire alrededor del campus de la UANL es crítica desde hace años. Hace unas semanas, el Centro Mario Molina de estudios ambientales encontró restos de nitrógeno y dióxido de azufre en el aire. Para estudiantes y aficionados, la muerte es ligera, delgada y omnipresente.
Por Luis Fernando Bañuelos
San Nicolás de los Garza, Nuevo León, sábado a las 11 de la mañana. Voy de Apodaca a Cumbres, llevo 40 minutos manejando y sé que estoy apenas a medio camino. La masa vehicular se ralentiza mientras a lo lejos aparece la Ciudad Universitaria.
La capa de niebla y humo que la cubre no es normal, tiene un tono amarillento sucio que hace pensar en películas rusas de los 70. A la izquierda, la fábrica de Ternium supura un humo tan espeso que parece pus. Para qué dejé de fumar, pienso, si igual vivo en Monterrey.
La situación de calidad del aire alrededor del campus de la UANL es crítica desde hace años. Hace unas semanas el Centro Mario Molina de estudios ambientales presentó un reporte de aire y suelo en esa área. Encontraron restos de nitrógeno y dióxido de azufre en el aire, los jardines, las banquetas, y hasta el estadio de los Tigres. Para estudiantes y aficionados, la muerte es ligera, delgada y omnipresente.
La mayor parte de la gente al escuchar esto piensa en los sospechosos habituales: los automóviles. El caos vial ya no es más que otra faceta del orden para los miles de estudiantes que viven en o transitan por esta área todos los días. Saben cuáles son las mejores horas para adentrarse en el tráfico y cuándo es mejor encerrarse en una biblioteca a aprovechar el tiempo y respirar aire filtrado.
El parque vehícular que se mueve por el área (que además conecta los dos extremos norte de la ciudad) es, por decir poco, apocalíptico. Aúnese el deficiente (e insuficiente) servicio de transporte colectivo y está el coctel listo para terminar con cualquier sombra de calidad de vida para los estudiantes.
Pero no es todo. Trágica y posiblemente, hay más. Empresas como Vitro, Protexa y Ternium, operan día y (sobre todo) noche, enturbiando aún más la ya tóxica atmósfera universitaria. Basta pasar junto a sus chimeneas, notar cuán vasto, espeso y hediondo es el menjurje que exudan, sentir cómo se pega la consistencia, el olor (el sabor) en la piel, para saber que eso es por lo menos inmoral, si no ilegal.
Lo que definitivamente es ilegal, sin embargo, es lo que hacen por las noches. La investigación ambiental de los últimos años ha demostrado que ninguna estrategia de villano de película barata es demasiado baja para la clase empresarial regiomontana. Resulta (y esto lo ha reportado RespiraMonterrey, Reporte Índigo y el ya citado Centro Mario Molina) que las fábricas la zona metropolitana bajan la producción durante el día y retoman el ritmo a deshoras, para hacer menos visible a los transeúntes la gravedad y cantidad de desperdicios que lanzan al aire.
Creo que es imposible enterarse de esto y seguir como si nada, quedarse inmóvil. La escala del daño visible es más que catastrófica: los cerros son invisibles a diez kilómetros de distancia, el Cerro de la Silla se difumina hasta ser apenas una silueta de forma cotidiana, aumentan las enfermedades respiratorias y los ataques de tos son la norma en cualquier espacio público de Monterrey. Y saber, ahora, que el daño real está escondido, que esto es sólo lo de encima…
Si se esconden es porque saben. Así de simple. Saben que si la ciudadanía (los votantes) estuviera plenamente consciente de sus acciones no habría manera de que se les permitiera continuar. Saben que están causando daño y no les importa.
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