Doce son abusadas sexualmente y nueve violadas. En 2019 se han cometido mil 812 feminicidios
Por Flor Goche
MEXICO | Celia Flores participó en la protesta del pasado viernes en la Ciudad de México en la que cientos de mujeres manifestaron su hartazgo frente al horror de la violencia que viven cotidianamente.
Asistí para “por lo menos gritar por las que ya no pueden hacerlo”, comenta la mujer de 76 años de edad.
De acuerdo con datos oficiales, en 2019 han ocurrido mil 812 feminicidios y homicidios dolosos contra mujeres y niñas en el país, a lo que se suman dos mil 586 casos de abuso sexual y mil 895 de violación.
Ni en los espacios más íntimos, las mujeres conocen la paz: en lo que va del año se han hecho más 143 mil llamadas de emergencia relacionadas con incidentes de violencia en pareja y casi 352 mil de violencia familiar.
Las manifestantes más jóvenes miraban con curiosidad a Celia, quien no escapó al foco de algunos lentes: llamaba la atención por ser una de las pocas mujeres mayores que participaron en la protesta, pero también porque portaba un cartel con una frase del Himno de Mujeres Libres, organización libertaria española de la década de 1930:
“¡Qué el pasado se hunda en la nada! ¡Qué no nos importa el ayer! Queremos escribir de nuevo la palabra mujer. Puño en alto mujeres del mundo”.
Licenciada en Economía y en Pedagogía, Celia no se asume como feminista pero sí como solidaria de las causas justas.
En esta ocasión la convocó su ser mujer y el constatar que “la violencia ha escalado de manera horrenda, que cada día es peor que el anterior”.
Refiere que tan sólo en días recientes y a raíz del destape público de la presunta violación de policías a una joven en Azcapotzalco, se supo al menos de otros tres episodios de violación sexual: contra una menor de edad en un museo, contra una estudiante universitaria y contra una señora que tiene casi su edad, 70 años.
Es por ello que Celia no se asustó ni se sorprendió cuando algunas de las asistentes a la marcha empezaron a romper vidrios, a rayar monumentos y a arrojar polvo rosa.
“Nadie en su sano juicio rompe un vidrio. La rabia contenida se convierte en ese actuar justiciero”, señala.
Y cuestiona: “¿Cómo pueden ponerse a pensar en lo material? Un vidrio se repone, pero una vida no se restituye”.
Comenta, además, que en México “cuando te ves muy correcta y muy legal ni te pelan”, como cuando en su colonia se quedaron sin agua y sin luz y fue hasta que el vecindario bloqueó la avenida que les hicieron caso y les restablecieron los servicios.
Demandan a medios rol crítico
Feministas de todo el país denunciaron que la mayoría de los medios de comunicación nacionales que cubrieron la protesta de mujeres del 16 de agosto, priorizaron los daños materiales y la agresión de un hombre a otro, “omitiendo por completo la causa que originó esta ola de indignación”.
En un comunicado emitido ayer, les demandaron asumir el rol crítico que les corresponde para contribuir a erradicar la violencia de género:
“Las protestas buscan recuperar el sentido último de las instituciones públicas: impartir justicia. Los medios tienen una responsabilidad clara en ayudar a romper con la normalización y el silencio que rodea las condiciones de violencia que viven las mujeres en el país”, señalaron.
Layla Sánchez Kuri, profesora en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional Autónoma de México, lamenta que, en su mayoría, el ojo de la cobertura se haya posado en el momento de la violencia dejando de lado todo lo demás.
Incluso, bajo este lente, quedaron desdibujadas las movilizaciones que se realizaron en otros estados del país para demandar alto a las violencias machistas, precisa.
La doctora en Estudios Latinoamericanos considera que esta falta de contexto responde en parte a la competencia que existe entre los medios por ganar la nota y por ello se limitan a reproducir sin más lo primero que perciben, pero también a una cuestión estructural del uso político de los medios de comunicación.
Las consecuencias de ese tipo de cobertura son graves, advierte la académica: se desvirtúa la legitimidad de un movimiento, se contribuye al linchamiento social del feminismo y se imposibilita la comprensión de una nueva generación de jóvenes feministas que juntas están superando el miedo de salir a la calle y que, por tanto, reaccionan y ya no se van a quedar sentadas ni calladas.
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