Perla Reséndez
SAN FERNANDO, Tam.| Han pasado 10 años de la peor masacre en contra de migrantes en México, sin embargo, en el galerón del rancho El Huizache en una de las brechas del ejido 6 de Enero en San Fernando, el tiempo se ha detenido.
El memorial colocado allí hace dos años por activistas e integrantes de la Casa del Migrante de Saltillo es el triste recuerdo del asesinato de 72 personas a manos de los Zetas.
Los 22 kilómetros de terracería que recorrió Luis Freddy Lala Pomavilla, migrante ecuatoriano de 18 años, que logró sobrevivir el horror de ese lugar, parecen eternos, aunque el recorrido es en vehículo escoltado por policías estatales.
A los lados de la brecha, se ven tierras sembradas de sorgo, en otras ya la planta está seca; en un punto, un pequeño cementerio con tumbas recientes es testigo de las pocas personas que se animan a transitan por el lugar.
La galera se encuentra a un lado del camino, por fuera parece indefensa, hay que atravesar grandes matorrales que tratan de esconder el terror que se vivió el 22 de agosto del 2010.
Al final de la galera, recargada en la pared, se encuentra una gran cruz, con 72 pequeños crucifijos, que representan a los 58 hombres y 14 mujeres que fueron ejecutados en el lugar; 24 hondureños, 14 salvadoreños, 13 guatemaltecos, cinco ecuatorianos, tres brasileños y un ciudadano indio.
Al lugar de la masacre nadie quiere acercarse, comenta un vecino del ejido; a un costado de la gran cruz, en una de las paredes laterales, las avispas hicieron un panal, nadie las molesta porque nadie va a ese lugar, sólo el ulular del aire entre las ramas de un árbol, intensifica el ambiente de tristeza que se siente en el lugar.
A lo largo de las tres únicas paredes de la galera, los criminales formaron contra la pared, de rodillas y con las manos y pies atados a los migrantes que se negaron a pagar por su libertad y a trabajar para ellos.
Primero los golpearos para después dispararles por la espalda, luego el tiro de gracia en la cabeza, para asegurarse que no vivieran para contar el horror del lugar.
Sin embargo, Luis Freddy Lala, quien, pese a tener una herida de bala en su cuello que salió por la mandíbula, caminó durante la noche para pedir ayuda, siendo rechazado en el camino por una persona que encontró, siguiendo hasta el amanecer a un retén del Ejército, donde lo auxiliaron y denunció los hechos.
A diez años, nueve de los 72 cuerpos hallados no han sido identificados; tampoco hay una sola sentencia de los detenidos, por lo que las familias siguen esperando justicia.
EXPERIENCIA DEL MIGRANTE, TRISTE Y LAMENTABLE: SACERDOTE
Para Hilario del Pozo Noyola, sacerdote de la parroquia de San Fernando en el municipio del mismo nombre, recuerda que a partir del 2010 y en tan sólo cuatro años, más de la mitad de la población se fue del lugar, huyendo de la violencia e inseguridad.
“No cabe en San Fernando, una familia que no haya sido tocada o lastimada por esta situación, como iglesia tenemos ese compromiso de dar el apoyo espiritual y moral, para todas las personas que tienen el deceso o la experiencia de un secuestro o de un familiar, fueron situaciones lamentables las que se vivieron”.
San Fernando para los migrantes se ha convertido en signo de muerte, en una tumba de olvido y la de los 72 migrantes, fue la puerta que abrió el horror que pasan los que se atreven a cruzar por ese poblado a 184 kilómetros de Victoria, la capital de Tamaulipas.
En abril del 2011 fueron hallados en 47 fosas clandestinas otros 193 cuerpos y desde entonces, se han reportado más hechos violentos en San Fernando, relacionados con migrantes.
“La experiencia del migrante es una situación muy triste y lamentable, que lo buscan, no por hacer daño a otros lugares, lo buscan por una finalidad, llevar la prosperidad a sus propias familias, eso es lo que los hace arriesgar sus vidas y dejar todo lo que tienen, sus raíces, su cultura, pero nunca dejan de tener su corazón en su lugar de origen”, señala en sacerdote.
LUCIANO LEAL, EL SECUESTRO DE UN MENOR QUE ESTREMECE A SAN FERNANDO
El ambiente en San Fernando sigue siendo tenso, algunos pobladores aseguran sentir miedo, ya que los secuestros y asesinatos continúan, el último de ellos el de Luciano Leal Garza, un niño de 15 años, quien fue engañado en un perfil falso de Facebook, para ser secuestrado.
Pese al pago de dos rescates de 4 millones y medio de pesos, el menor no fue entregado y sus padres siguen buscando pistas junto a las autoridades, para dar con su hijo.
El padre de este, de nombre también Luciano, señala que sus hijos han crecido en medio de un ambiente violento, por lo que no pueden salir a la calle libremente y no es para menos, pues la familia ha pasado por cinco secuestros.
“Yo fui secuestrado en el 2012, estuve 32 días, enseguida una tía, hermana de mi mamá, hace 2 años y medio mi hermano fue secuestrado, poco tiempo después, tres, cuatro meses, un primo, está desaparecido, tiene ya dos años, y ahora pasa lo de mi hijo”.
En San Fernando, los secuestros son habituales, sin embargo, explica el papá de Luciano, casi siempre son personas mayores, dueños de negocios, empresarios, ganaderos, pero nunca de niños, hasta ahora.
En las calles son pocas las personas jóvenes que transitan, quienes lo hacen por necesidad, saben que corren peligro y tienen que cuidarse de los delincuentes. En la plaza, los cajones de los lustradores de calzado, se encuentran vacíos.
Un grupo de elementos de la Guardia Nacional, montan guardia a las afueras de la presidencia municipal, otros se ubican enfrente, en la esquina de la pequeña plaza principal, a un lado del memorial colocado hace un año, en honor de Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez, quien fue asesinada el 10 de mayo del 2015.
MIRIAM RODRÍGUEZ ÍCONO DE LUCHA POR LOS DESAPARECIDOS
Miriam buscaba a su hija Karen Alejandra Salinas Rodríguez de 16 años, que en enero del 2012 fue secuestrada por un grupo delincuencial, dos años después, encontró el cuerpo de su hija en una fosa clandestina y siguió la búsqueda de los asesinos de su hija.
La búsqueda dio frutos y en septiembre del 2014, encontró a Uriel y Cristian Josué “N” de 19 y 18 años de edad, quienes fueron detenidos por policías federales; en junio del 2017 en Boca del Río, Veracruz, la policía detuvo a Alejandra “N”, integrante de la banda que secuestró a Karen.
Miriam, quien encabezaba el “Colectivo de desaparecidos de San Fernando”, fue asesinada cuando regresaba a su casa, tras un festejo del Día de las Madres. Dos años después, Juan Manuel Alvarado López “Alushe”, señalado como uno de los cuatro asesinos de la activista, fue abatido en enfrentamiento con autoridades.
Edwin Alain “El Flaco”, fue detenido en Apodaca, Nuevo León ese mismo año; Erick Leonel Villatoro Hernández “El Diablo”, detenido en Jalisco y Alfredo Misael Quintanilla Vélez, fue condenado 15 años por el homicidio.
Algunas de las familias que han decidido quedarse en San Fernando, lo hacen esperando encontrar a un ser querido que fue arrebatado con violencia del hogar, pese a correr también el mismo riesgo.
LA FE Y LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE MUERE: ACTIVISTA
Carmen Ramos Pérez, madre de dos jóvenes, se ha convertido en activista, a costa de tocar puertas y adentrarse entre el monte, buscando una pista de su esposo Jesús Leal Lucio, quien el 15 de septiembre del 2012, a las 2:00 de la tarde, fue “levantado” por un grupo armado.
Nunca le pidieron un rescate, por lo que desde entonces ha andado en “pie de lucha”, pues el Ministerio Público de Matamoros, donde radicó la denuncia, dice, no ha realizado las diligencias necesarias en el caso.
Carmela mantiene la esperanza de que su esposo Jesús, esté vivo, pues hace un año, cuando colgó la fotografía de él en una página de Facebook de búsqueda de personas, le mandaron mensaje a su celular desde una lada de Reynosa, donde le aseguraban que su esposo está vivo.
Como prueba, le dieron datos que sólo ella y su esposo, podría saber; le exigieron 40 mil pesos para entregarlo, sin embargo, al acudir a Matamoros a ampliar su declaración con los nuevos datos conseguidos, se da cuenta que nunca se hizo una diligencia para buscar a su esposo.
“Lo único nuevo que hay, es que están citando a mi suegro y a mi cuñado, para que declaren, mi suegro ya tiene más de un año que murió y murió de tristeza, murió desilusionado porque el gobierno no hizo nada”.
De los inicios de la guerra en San Fernando en 2010, entre el Cartel del Golfo y su brazo armado, “Los Zetas”, recuerda, “eran un equipo solo, luego se pelean y fue el acabose del pueblo, porque como andaban en guerra, venían y agarraban gente a la fuerza”.
La señora Carmela Ramos, explica que los “reclutados” no se escapaban, porque sabían que si lo hacían, matarían a la familia, “cuando ellos lleguen a nuestras casas, nosotros vamos a estar muertos, es lo que se oye, es secreto a voces”.
La primera matanza de los 72 migrantes, dice, fue la perdición para San Fernando, “luego Calderón empezó a agarrar cabecillas grandes y cada vez que agarraban a un pesado, como nosotros decimos, las represalias son para el pueblo; nosotros tenemos miedo que agarren un cabecilla, porque nos van a venir a ejecutar a llevar, no importa si eres hombre o mujer, vas pa´rriba”.
En el pueblo, asegura, la tranquilidad dura dos o tres días, luego, se vuelven a escuchar noticias de personas que se llevan, “han desaparecidos señores, jóvenes, niños, ahora el más mencionado es Lucianito Leal de materiales San Antonio”.
Tener un familiar desaparecido, dice, es un infierno, “es una cruz que estamos cargando y nos preguntamos día a día, ¿por qué?, si ellos no estaban mal, no le hacían daño a los demás, ¿por qué nos pasó esto?”
No todas las historias son tristes, recuerda que el pasado domingo 16, en el llamado Paso Real, secuestraron a un joven, sin embargo, su familia se movilizó, se implementaron retenes en carreteras y caminos para buscar al secuestrado, “mis respetos para la Federal, en ese rato, recuperaron al muchacho y mataron a los delincuentes”.
Pese al ambiente de inseguridad que dice, aún se vive, asegura que la gente se ha cansado de las amenazas, del dolor que viven, “creo que ya en San Fernando nos vamos a levantar en armas, porque la ley aquí, es raro que haga algo”.
A ocho años del secuestro de su esposo, Carmela tiene todos los documentos importantes de su familia en una maleta, “si encuentro a mi esposo con vida, que Dios quiera, allí se queda todo, yo tengo todo en un maletín, actas de nacimiento, CURP, hasta fotografías”.
La fe y la esperanza, dice, es lo último que muere, “el día que yo lo recupere, agarro el maletín y pido asilo político, dejo todo, con la ropa que traes a dormir en el suelo, como sea, pero estar la familia unida, tengo años que tengo mi maletín, de documentos, fotos, porque no pienso dejar ni fotos para que nos alcancen y nos lleguen a matar más allá”, comentó.
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