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Una disculpa a tiempo

 

MIRADA DE MUJER

Por Luz del Carmen Parra

Una disculpa a tiempo

 

Inmersos en la rutina, acostumbrados a la convivencia espontánea con los que a diario comparten nuestros espacios, en muchas ocasiones pasamos desapercibidos los pequeños roces, y no registramos el momento en que lastimamos sus sentimientos, seguimos como si nada hubiera pasado, y aunque intentamos ignorar la llamada de alerta, hay algo en nuestro interior que nos dice que la regamos.

Podemos percibir de inmediato la respuesta, en ocasiones en un silencio, en una mirada de coraje, en un distanciamiento, hasta llegar a la indiferencia. Hemos decepcionado a las personas más cercanas, hemos herido susceptibilidades.

¿Por qué nos resulta tan difícil disculparnos? En lugar de atender de inmediato el daño ocasionado, lo evadimos y nos refugiamos al otro lado de la esquina, esperando que lo resuelva, quien ha sido el receptor de nuestros desatinos.

Nos negamos a asumir la responsabilidad de nuestros actos, y delegamos al otro la solución del conflicto que ocasionamos. Como Pilatos, nos lavamos las manos y hasta nos hacemos los ofendidos. Dejamos pasar el tiempo, y contrario a lo esperado, poco a poco el problema se hace más grande, poniendo en riesgo la relación. Así se han perdido muchas amistades, también muchos matrimonios han firmado el divorcio.

Si desde pequeños hubiéramos aprendido a disculparnos, nos resultaría más fácil expresar con sinceridad el deseo de corregir las afrentas, de reconocer nuestras debilidades, y transformar nuestras inseguridades en un aprendizaje continuo, de las fortalezas de quien comparte nuestra vida.

Evitaríamos sumergirnos en una relación de competencia, donde la necesidad de imponer nuestro punto de vista y minimizar al otro, dejaría de ser el objetivo de nuestras conversaciones. Tendríamos apertura para valorar la inteligencia y la capacidad de quien nos escucha, dándonos la oportunidad de conocerle, para reconocerle.

Hemos aprendido que no solo con palabras soeces lastimamos. El tono y el modo de decirlas cuenta mucho. Expresamos con ellas, no solo nuestras emociones, sino también nuestros sentimientos, y no podemos

disfrazar nuestras intenciones del momento: burla, sarcasmo, ironía; sin embargo, no lo asumimos y mucho menos intentamos reparar el daño.

Lynn Johnston, asegura que una disculpa es el pegamento de la vida, y que puede reparar casi cualquier cosa». ¡Cuántas relaciones personales, familiares y laborales podrían recuperarse con una disculpa a tiempo!; con el reconocimiento de nuestra falta de sensibilidad y empatía, expresada en un momento en que se nos necesitaba.

Cómo disculparse, cuando tenemos la idea de que hacerlo implica rendirse, ceder. Cuando lo vemos como una manifestación de debilidad y sumisión. Cuando sentimos que nos estamos humillando al reconocer que nos equivocamos, que ofendimos y no podemos siquiera pensar en la necesidad de hacerlo.

Cuando debemos hablar, y nos quedamos callados. Cuando las palabras debieran servir como conducto para aclarar cualquier malentendido, y cerramos la puerta y como si no pasara nada, tratamos de continuar con el ritmo de la vida, esperando que el tiempo acomode por sí mismo todo, y queremos regresar a retomar la relación cariñosos y solícitos, justo en el momento anterior al que se presentó el problema, sin respetar los sentimientos que herimos.

La sinceridad y la humildad, sin lugar a dudas, son indispensables para expresar una disculpa. Poder hablar frente a frente y viéndose a los ojos, con el corazón en la mano, como muestra de una verdadera intención de reconocer nuestras ofensas y el deseo de hacer todo lo que está en nosotros para compensar el agravio.

Es recomendable evitar la justificación y sobre todo el echarle la culpa del problema al otro en el momento en que intentamos un acercamiento; Kimberly Johnson sentencia: Nunca arruines unas disculpas con excusas”, incluso cuando creemos que no tuvimos ninguna mala intención y estamos firmes en el deseo de no causar daño a nuestros seres queridos.

Los seres humanos no somos perfectos, diariamente estamos en riesgo de cometer errores que pueden lastimar profundamente a otros; regularmente vivimos sometidos a muchos tipos de presiones, económicas, laborales, familiares, que nos hacen perder la cordura y la amabilidad en el trato cotidiano. Pero ser valientes, y dejar a un lado la soberbia, el orgullo o la falsa dignidad por reconstruir una buena

relación, bien vale la pena. Decir, a tiempo, lo siento, no he querido ofenderte”, evitará que el resentimiento anide en el alma.

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