En el año de 1900 iniciaba actividades la empresa Fundidora Monterrey, acerera que sería el ícono de la industria pesada de México pero siete décadas después, en 1971 se producía el accidente colectivo más grave de que se tuviera registro cuando el 20 de noviembre un error humano, causado al parecer por la falta de mantenimiento de consolas de control provoca la muerte de 17 personas, 16 obreros y un ingeniero.
Luis Alvarado
La tragedia sobrevino al derramarse sobre ellos el metal fundido de una de las ollas, la cual previamente había chocado en su traslado mecánico por una grúa, volteando parte de su contenido de más de 20 toneladas de peso.
Esto ocurría 15 años antes del cierre definitivo de la paraestatal Fundidora, decretado por el gobierno federal en sus proyectos de reconversión industrial neoliberal del gobierno del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado.
Esteban Ovalle Carreón, el Cronista Minero, recuerda que eran cerca de las 6:50 horas de ese 20 de noviembre “cuando por un ingrato e involuntario accidente, una olla con capacidad de 300 toneladas, transportando 275 toneladas de hierro fundido había derramado cerca de 25 toneladas a una temperatura de casi mil 600 grados centígrados frente al horno 4 del departamento de Aceración”.
Dice que la cascada de hierro fundido bañaba mortalmente a 17 víctimas inocentes y de toda la cuadrilla solo sobrevivió el electricista Reyes Arguelles, quien se encontraba a cierta distancia del trágico lugar.
Observa que los trabajadores caídos cumplían con su jornada laboral de tiempo extra por ser día festivo, mientras que la ciudad se preparaba para participar en las conmemoraciones cívicas de la revolución mexicana.
La mayoría de los miles de trabajadores de la acerera vivían en las colonias cercanas y reconoce como ex empleado que “se habló de sabotaje, de falla mecánica y humana”.
Tres comisiones; se derrama el perol
Para investigar las causas de la tragedia en el galerón, tres comisiones analizan las condiciones mecánicas y eléctricas para determinar porqué chocó la olla transportada en alto contra la plataforma.
Ovalle Carreón escribió la obra Mártires de Fundidora, crónica de una tragedia casi olvidada, publicada en 2002 por el CIHR de la UANL.
En la página 20 del libro, Esteba pregunta “el encargado de la grúa Moisés Reyna Reséndiz ¿realizó la maniobra con exceso de confianza, tal vez porque ya lo había realizado miles de veces?, si acaso fue esto último, sólo él lo supo”.
En su edición del lunes 22 de noviembre de 1971 el diario El Porvenir informaba que “el país se unió al dolor que embarga a la comunidad nuevoleonesa, que ha unido en el dolor a todos los sectores”.
Y agrega que expertos coinciden en afirmar que el accidente se debió a una falla humana o mecánica. Con la representación del presidente Luis Echeverría asiste a los diferentes sepelios de los caídos el subsecretario del Trabajo, Arturo Llorente González, quien declara que se está a la espera de los peritajes “y evitar hechos futuros”.
De acuerdo a las versiones de los responsables de la empresa, el choque de la olla con la plataforma –operada desde la grúa-, “el contenido fundido se derrama sobre la misma y la planta baja al producirse la fuerte vibración”.
El diario El Norte consigna el 22 de noviembre que al sepelio del obrero Rogelio Villalón asiste el subsecretario Llorente, acompañado del gobernador Luis M. Farías, del dirigente sindical minero Napoleón Gómez Sada y del líder de la sección 67 gremial Carlos Martínez Garza.
Descartan sabotaje; operador detecta falla en grúa
La comisión mixta investigadora estuvo integrada por los ingenieros Raúl Mejía Chávez, Enrique Mesa Banda y Gabriel Cárdenas por parte de la empresa y por Marco Ledezma, Juan Aguirre e Ignacio Ayala Lunken por la Procuraduría de Justicia estatal, quienes descartaron sabotaje en la reconstrucción de los hechos.
Pero otro operador de la misma grúa en otro turno, José Tello Guerrero opinaba que “la falta de protección en la cabina de mando contra las chispas que saltan de la olla y una falla electromecánica que ya había sido notada el día 18 pudo ser la causa de la tragedia”, escribe Ovalle en su texto.
En su declaración ante la Procuraduría, el operador Tello Guerrero afirmaba que “el día 18 estuvo operando la grúa y la olla que provocó la tragedia, notando que la grúa tardaba segundos en deslizarse luego de ser accionado el mando eléctrico… yo hice el reporte pero no se actuó, tal vez esta falla fue la causa del accidente”.
Observa en su testimonio que “en la cabina de mando del operador no había protección suficiente para el operador, electricistas y mecánicos que laboraban juntos y que al pasar cerca de la olla con el hierro líquido saltaban chispas por la ebullición y muchas veces han resultado quemados el operador y sus compañeros”.
Advierte Tello de otro grave riesgo en la operación de la grúa transportadora: “Las palancas –de mando- eran sumamente sensibles y con capacidad hasta para seis velocidades y por lo estrecho entre unas y otras palancas no se podían usar guantes de protección, por lo que al sufrir de repente alguna quemadura se corría el riesgo de que el operador hiciera frenar o mover más rápido la grúa con el enorme perol”.
Empresa niega fallas pero desaparecen reportes escritos
Por su lado el ex trabajador Antonio Martínez Torres, entrevistado por El Porvenir el 8 de mayo de 2008 refiere: “estábamos todos trabajando como siempre y la caldera de repente se ladeó un poquito porque topó con la horqueta de metal que la iba a apresar”.
“Nada más se ladeó un poco y dejó caer unas gotas del acero hirviendo y pues vi cómo mis compañeros corrían, pero el acero alcanzó a muchos de los que estaban abajo y vi cómo se hacían chiquitos, como pollitos, por el calor. Nada más quedaron los cascos de las botas, fue muy feo, si –yo- hubiera estado más cerca de la caldera ahí hubiera quedado”, relata Martínez.
Un electricista, Hipólito Duarte Hernández, declaró por su parte que desde 1962 en que se estrenó la grúa, presentaba fallas en los seis mandos o velocidades, que provocaba falta de control en la primera y segunda al mover la olla, siendo hasta la tercera o cuarta velocidades en que se movía y que a pesar del cambio de resistencias, la grúa seguía fallando.
Duarte dice estar convencido de que al estar la caseta del gruísta con muchos agujeros en la lámina de cabina “de seguro por ellas entraron bolitas de hierro fundido y le cayeron en la mano derecha y al sentir dolor soltó los controles y el carro con el perol siguió moviéndose hasta que topó con la plataforma y derramó parte del hierro”.
Pero la empresa Fundidora a través de los ingenieros Pedro Rubio Díaz y Jesús García Cabriales negó que se tuvieran reportes de fallas de la grúa, “pues de haber sido así estuvieran escritos en los libros de mantenimiento”.
Sin embargo, uno de los obreros fallecidos había reportado por escrito las fallas de la grúa en varias ocasiones, pero, “casualmente en la confusión causada por la tragedia, solamente su cajón donde guardaba su ropa y pertenencias fue violado y saqueado; ¿no sería para desaparecer las copias de los reportes?, pregunta Ovalle Carreón, basado en versiones de compañeros que pidieron la omisión de sus nombres.
Los minutos previos al accidente
Antes de la tragedia, el gruísta hizo sonar cinco veces la sirena, lo que significaba que había problemas eléctricos y solicitaba la presencia de los electricistas Bonifacio Espinosa y Reyes Arguelles y ayudantes, quienes se disponían a almorzar.
Arguelles se queda a cubrir las viandas y al caminar hacia la grúa escucha un estruendo, corre y lo que ve lo deja horrorizado, todos sus compañeros acababan de ser desintegrados con hierro hirviente. A las 2 de la tarde que llegan los relevos les dice llorando que todos los compañeros del turno anterior están muertos.
La víctima 16 que sobrevivió algunas horas es el ingeniero Homero Olivares García, quien es visto subir por la escalera pero al escuchar el golpe del choque de la olla adivinó lo que venía y trató de correr pero el líquido lo alcanzó por la espalda.
Víctimas eran deportistas
Algunos de los trabajadores fallecidos son: Simón Leal Escobedo, quien soñaba con tener casa propia para su familia y muy dado a apadrinar chiquitines; Rodolfo Fernández Arredondo, gustaba llevar a sus hijos a montar a caballo; Francisco Chávez Delgadillo, quería estudiar electricidad; Luis Rodríguez Campos, practicaba el beisbol y lucha olímpica.
Bonifacio Espinosa Bautista, le gustaba leer libros religiosos; Moisés Reyna Reséndiz, el operador de la grúa, gustaba de ir a los parques con su familia; Bruno Reyna Palacios, esperaba “la planta” en su trabajo; Gilberto Mendoza Flores, seleccionado a torneos de volibol; José Rodríguez Mena, quería comprar un televisor para sus hijos.
Asimismo, Aristeo Coronado Barrios, beisbolista llanero; Jesús Rodríguez Cantú, muere en el único día festivo que laboró en su vida; Rogelio Villalón Moreno, había dejado el box; Jesús Dueñas Castillo, practicó lucha libre y llegó a alternar con El Santo; Manuel González Saucedo, beisbolista, Vicente Torres Peña, abstemio, de vida metódica.
Además Irineo Gaytán Hernández, recién casado y beisbolista; Homero Olivares García, el ingeniero de origen humilde, quien muere al noveno día de la tragedia.
A 47 años de esta tragedia colectiva, Esteban Ovalle el Cronista Minero reclama para los trabajadores victimados un reconocimiento que la sociedad y gobiernos les han negado. Sugiere construir algún monumento en el parque Fundidora o imponer el nombre de Mártires de Fundidora a alguna calle.
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