VICTORIA Y ANEXAS
Por Ambrocio López Gutiérrez
Mujeres que tocaron fondo
Vive en el oriente de Victoria, tiene poco más de 50 años, aunque no los demuestra porque es delgada y de poca estatura, se corta el pelo como adolescente y ríe con frecuencia a pesar del dolor que le agobia desde que su hija desapareció. Le pregunto a Lilia cómo perdió a su hija y responde: “mi muchacha fue seducida por un trailero hace cerca de diez años; en todo ese tiempo la he buscado en toda esta ciudad y en la frontera porque el que se la robó viajaba para allá cuando la convenció de que le acompañara. El licenciado Guillermo, que en paz descanse, me convenció de acercarme al comité de desaparecidos y he participado en casi todas las actividades que organizaron como ir a la fiscalía a preguntar con frecuencia sobre las investigaciones. Aparte del dolor por la pérdida de mi hija, quien actualmente debe tener unos 27 años, también he tenido que soportar groserías por parte de funcionarios, policías y hasta de algunos vecinos que me preguntan si ella tenía muchos novios, que tal vez se fue de Victoria porque no soportaba a su familia y que es probable que la tengan trabajando de puta en cualquier lugar de la frontera. Que digan misa, yo seguiré buscando a mi niña hasta que la encuentre”.
Paquita es de la huasteca potosina, está algo pasada de peso, pero sus curvas provocan piropos de los hombres que pasan por su calle. A todos los sonríe, pero sigue en lo suyo mientras cuenta cómo es su vida desde que una de las bandas que azotaron Tamaulipas en años recientes le mató al marido. “Yo llegué de Tanlajás cuando era casi una niña, fui muy feliz en la primaria y en la secundaria. Me junté jovencita porque quedé embarazada y tuve una hija. Cuando mi niña tenía unos cinco años, se llevaron a mi esposo, pero me consolaba pensando que estaría vivo en algún lado, hasta que me lo llevaron muerto y tuve que aceptar que estaba sola. Trabajé una temporada en casas, luego en algunos comercios, pero me echaban porque me dio por tomar. Un amigo me recomendó para que fuera a una cantina donde acompañaba a los señores y me daban una comisión que ahí mismo me gastaba porque me agarró en serio la tomada. Mi hija creció y se embarazó siendo adolescente, se juntó con un muchacho, pero no pudieron con su criatura y tuve que hacerme cargo. Apenas tengo 40 años, pero me siento más grande porque soy abuela. Lo bueno es que como he criado a mi nieta desde recién nacida, ella me dice mamá. Mi niña me hace feliz, su sonrisa me da energía. Me he dado cuenta de que soy buena para hacer felices a algunos hombres. Qué bueno que algunas celebren el día de la mujer protestando y exigiendo derechos. Yo no puedo protestar, soy viuda, madre y abuela. Mi alegría es llevar el sustento diario a mi niña y a mi madre enferma”.
Dice que se llama Karina, es joven, le calculo unos 25 años, es gorda y de muy baja estatura, tiene unos ojos negros hermosos pero la mirada se pierde en el horizonte cuando habla de su vida. “Tengo cuatro hijos, al primero lo tuve antes de cumplir 15 años; en lugar de fiesta de quinceañera, empecé pronto a celebrar el día de las madres. Mis niños son de distintos padres porque al papá del primero me lo mataron cuando trabajaba en un taller aquí en Victoria. Me dijeron que los malosos tenían problemas con su patrón, pero quizá no lo conocían porque mataron a mi pareja; le dieron muchos balazos como si fuera un criminal. La soledad, la desesperación y los embarazos me llevaron a consumir drogas; fumé mariguana un tiempo y cuando andaba muy arriba descuidaba a mis niños. Un dizque amigo me invitó a consumir cristal, pero me negué porque dicen que si lo pruebas ya no lo dejas. En mi poco tiempo de drogadicta toqué fondo en las cantinas y en las calles. Fui fichera, pero, cuando no sacaba dinero suficiente, aceptaba tener sexo con borrachos en los mismos bares o en vehículos. Un día llegó mi abuela a mi casa, vio el tiradero, mis hijos sucios y hambrientos; uno de ellos estaba enfermo y me dijo que ella podía cuidarme a los chamacos pero que tenía que dejar mis vicios. Desde entonces me dedico a vender joyería de fantasía, cremas, perfumes. Estoy enterada de que hay apoyos del gobierno para las madres solteras, pero no he hecho los trámites. Por lo pronto, trabajo lo más que pueda para ganar algún dinero y alejar los malos pensamientos porque me da miedo regresar a las cantinas y al consumo.
Mara vende equipo para celulares, comercia con memorias cargadas de música, películas y otros contenidos. Cuenta que su marido la abandonó con dos hijos que han crecido bajo su sombra. Emocionada recuerda el día en que su esposo le dijo que la dejaría y que no esperara ningún apoyo económico. “Ya estábamos muy peleados; él era policía y yo ama de casa; cuando bebía de más me golpeaba delante de los hijos, así que cuando anunció que se iba, me enojé mucho, pero me consolé pensando en que sería libre después de una relación tan horrible. Le grité muchas cosas y le dije que se largara de nuestras vidas, que yo sacaría adelante a mi niño y a mi niña. Se burló de mí diciendo que no sabía hacer nada, entonces le dije que trabajaría, aunque sea de puta y se lo cumplí. Vivíamos en El Mante y a las dos semanas de ser abandonada encontré un lugar donde solicitaban mujeres para hacer felices a los hombres solitarios. Estuve años trabajando en bares y casas de citas hasta que mi hijo terminó la preparatoria y mi niña la secundaria. Nos cambiamos a Victoria con el propósito de mejorar nuestras vidas; yo dejé de hacer la calle y mis hijos siguieron estudiando. Mi hija ya está casada pero mi hijo tuvo un problema de acoso con una chica y está en la cárcel. Tengo más de 50 años, pero lucharé hasta que mi muchacho esté libre. Él es lo único que tengo”.
Correo: amlogtz@gmail.com
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