MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
Sensibles, pero no débiles
Casi siempre los aprendizajes de la infancia nos remiten a los comportamientos de la vida adulta. Recuerdo que, en la convivencia con mis hermanos, tenía en especial, un confrontamiento permanente con la que nació poco menos de un año y medio, después de quien esto les narra y, mi madre, queriendo hacer que se limaran las asperezas en nuestra relación, me hacía referencia a que yo era la mayor, que tenía que aguantarla, y a mis quejas de no poder más, porque tenía un carácter más fuerte, me decía: “lo que no quepa en una, que quepa en la otra, pero ya no se peleen, porque las voy a castigar a las dos”, así que, siempre terminaba por ceder, hasta que entendí que el problema lo tenía que resolver yo.
Viendo que mamá ponía en mi la responsabilidad de soportar sus travesuras, mi hermana se aprovechaba cada vez más y un día sí y el otro también, terminaba por hacerme la vida imposible. Aprendí a ser prudente, a tratar a quien desde pequeñita manejaba muy bien el chantaje y la manipulación, con tal de imponer siempre su voluntad. No admitía negociación. Todo debía ser como ella decía, en el momento en que ella lo decidía.
Aprendí a enfrentar con inteligencia sus caprichos y me esforzaba por evitar coincidir con sus juegos. Le sacaba la vuelta, cuando me provocaba y poco a poco me fui distanciando de ella que, insistía en buscarme y molestarme con sus rabietas, hasta que llegué al punto de decirle que ya no la quería, que no iba a jugar con ella, que me dejara en paz. Recuerdo que aquellas palabras le dolieron tanto, que corrió desconsolada a buscar a mamá para quejarse, a gritos, de que yo le había dicho que ya no la quería. Era una tragedia para ella.
Vi sus ojos llenos de lágrimas y su mirada desconcertada, sin alcanzar a entender el alcance de mis palabras. Bañada en llanto, buscaba que mamá le diera la razón y volviera a llamarme la atención. Pero en cambio, le hizo reflexionar sobre todo lo que ella hacía conmigo; que
siempre me molestaba y eso no era jugar, que, si quería que yo la aceptara, debía portarse bien y aprender a compartir sus juguetes y a cuidar de los míos. Que también debía jugar a lo que a mí me gustaba y que ya no hiciera tantos berrinches. A partir de ese día nuestra relación cambió. Aprendimos a querernos y a respetarnos mutuamente hasta el día de hoy.
Desde entonces aprendí a defenderme por mí misma. Que siempre iba a ver personas con un carácter mucho más fuerte que el mío, pero que no por eso debía ceder a todo en aras de la prudencia. Podía permitirme ser sensible, pero no débil.
Desarrollé carácter y me preparé para defender mis ideas cuando fue necesario asumir posiciones diferentes a las de los demás, pero también adquirí la habilidad para entender los sentimientos de quienes me rodean, sin menoscabo de la validez de la negociación; que ceder por el bien común, no implica renunciar.
Estoy convencida que es mejor batir el agua cuando hay que hacerlo, a vivir como si no pasara nada, intentando mentirme y poniendo cara bonita para llevar la fiesta en paz. No se trata de vivir negando mis necesidades, ni de estar peleando por todo, sino aprender a defender mi derecho a ver las cosas de otra forma y de encontrar otras alternativas de solución a los problemas.
He luchado por resolver situaciones que me han parecido injustas, he cuestionado decisiones que me han parecido equivocadas; he rechazado instrucciones cuando me han parecido fuera de lugar; me ha llevado muchos meses encontrar el punto exacto de negociación para sobrellevar algunas contrariedades, que aun cuando pude preverlas, no estuvo en mis manos resolver.
Me gusta defender mi punto de vista, argumentando y analizando. Estoy aprendiendo a escuchar los argumentos del otro y a mediar soluciones. Pero ya no estoy dispuesta a ceder porque todo esté bien. Creo que es muy importante expresar mis emociones, mis sueños, mis ilusiones. Que me motiva. Que me entristece.
Si puedo ver al mundo de otra forma y tengo la capacidad de tomar decisiones que me ayudan a resolver, creo que es importante expresar lo que pienso. Como decía el Marqués de Sade: “¡Cuántas variaciones!
¡Cuántas cosas! Me parece que el cielo solo me ha dado un corazón sensible para ponerlo a prueba en los más rudos combates”.
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