Las plumas
La educación universitaria, ¿final del camino?
Por Dr. Jorge Martín Trujillo Bautista
Hasta hoy existen muchas familias que han depositado confianza y esfuerzo en sus hijos con la esperanza que al contar con una carrera universitaria, obtengan movilidad social o al menos, no sufran lo que ellos padecieron en su tiempo.
El tránsito educativo implica una serie de esfuerzos, no se reducen a los que los alumnos y sus familias realizan. Los gobiernos y la sociedad en general, participan de manera activa en la formación y educación de los alumnos. Estamos quizá, o debiéramos tal vez, aceptar que la educación es un proceso social. Quizá haya quien no acepte esta idea, pero es una realidad: todos contribuimos en ese proceso y lo explicaré enseguida.
Por lo general, nadie piensa que sus hijos obtendrán un doctorado al ingresar en el jardín de niños. Nuestras metas educativas están basadas en el término de cada nivel. Así es que nuestro enfoque está en terminar la primaria, luego la secundaria o la prepa…pero no pensamos en un futuro más mediato. México, salvo las generaciones jóvenes que piensan (piensan en ello) en posgrados, los padres de nuestro tiempo, no pensaron en ello. La visión fue más limitada, marcando con ello una amplia generación.
En definitiva cuando llevamos a nuestros hijos de la mano al preescolar, no pensamos que llevamos a un doctorado o a un futuro maestro. Simplemente lo llevamos a la escuela. Pensamos, eso si, que cursando la educación saldrán adelante. Y salir adelante, puede significar no vivir en la misma condición de origen, sino un mejor estatus socioeconómico.
De acuerdo con la SEP, hasta 2018, para el Estado cada alumno que cursa el nivel básico (preescolar, primaria y secundaria) tiene un costo de 57,800 pesos. Mientras que mantener un reo en la cárcel, cuesta para el Estado 71,798 pesos. ¿Cómo es posible esto? Lo es. Pero es aquí donde el costo monetario de la educación adquiere otro valor, un valor impensable. El valor de la educación supera los costos de la inversión pública. Cuando la sociedad en general descuida la educación o crea paradigmas negativos, el proceso formativo se distorsiona y obtenemos un mal resultado. Y aunque no nos guste, Usted y yo participamos en este proceso, aunque no participemos. Suena contradictorio, pero así es: si no hacemos nada, la avalancha de lo social no se detiene. Con su participación o sin ella, esa avalancha sigue.
El costo de abandonar la educación es mucho más alto del que se cree. No solo el Estado tiró el dinero, que tanto es suyo como mío. Sino que además socialmente tarde o temprano seremos sujetos de nuestra propia indiferencia y apatía. Víctimas de la delincuencia. Los costos sociales los padecemos todos, cuando no aportamos en la formación de los jovenes adecudamente y dejamos que “solos” se atoren en la decisión por sus estudios universitarios. Estamos lejos de construir un pensamiento o incluso un conocimiento social positivo.
Debe saber Usted que en México, de acuerdo con la misma fuente (la SEP) de cada 100 niños que ingresan en la escuela primaria, apenas 27 terminan la universidad. Ese resultado aplica para 2018. Es preocupante la cifra, básicamente en dos puntos: primero, dónde quedó el resto y a qué se dedican con su poca instrucción; y segundo, quienes culminaron qué calidad de educación universitaria recibieron que les permita emplearse adecuadamente, para cumplir con aquella aspiración de sus padres: “salir adelante”.
Cuando una persona deserta de la educación, en el nivel que sea, cuesta para el Estado tres veces más su recuperación académica. Si es que la persona decide retomar el camino. La deserción escolar no es algo precisamente que se haga por gusto. Sus orígenes son más profundos: tiene que ver su formación de su cerebro en los primeros mil días de nacimiento, como el BID lo enfatiza. Pero también el nivel educativo de los padres y, aunque Usted no lo crea, la calidad de la educación que ante poca exigencia, al momento de ingresar ante la exigencia educativa, el alumno reprueba al menos una materia que al final de la carrera no le permite titularse.
Así es que llegar a la educación universitaria, no debe ser la meta. Es acaso el inicio de la carrera, es donde se exige la aplicación de los conocimientos adquiridos no solo en la universidad, sino desde el preescolar. Culminar estudios universitarios es un compromiso bastante fuerte y creo que las universidades debieran estar conscientes de ello, dado que son las señaladas de exitos o fracasos del tránsito del proceso, incluyendo lo formal e informal de la educación.
Hace algunos años, Brasil experimentó un gran cambio: su sociedad decidió tomar las riendas de su educación. Hoy, de acuerdo con universidades argentinas (Universidad de Belgrano, Boletín de Abril 2019) tiene más egresados universitarios que Perú y que la propia Argentina. Todo es parte de un proceso social y en él hay que tomar la responsabilidad que a cada quien le corresponde. ¿No lo cree?.
Universidad de Barcelona, España
Director de GENERA, Investigación para el Desarrollo
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