MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
Esperas, o provocas lo que deseas
¿Eres de los que espera, o de los que provoca que suceda lo que quieres, lo que necesitas, lo que deseas? Hoy recibí la imagen de un hermoso arreglo de rosas rojas con un saludo de buenos días en mi whats. Me emocioné solo de verlo, por-que trajo a mi memoria, aquellos ramilletes que en los prime-ros años de casada mi esposo traía a casa, para celebrar entre otras fechas importantes, nuestro aniversario de bodas.
Cada año lo veía entrar con una hermosa sonrisa, alegre, tra-yendo en sus manos ese símbolo que a las mujeres nos com-place tanto como muestra del amor que se nos tiene. Pero de pronto sucedió que, estando muy atareado con los compro-misos de sus dos jornadas laborales, se olvidó de tan especial acontecimiento.
Si. Una tragedia me envolvió ese día. Sin embargo, no hubo reproches. Ni siquiera un recordatorio. Pasaron los días y cuando se dio cuenta ya había pasado un mes y llegaron las disculpas. Pero lo importante que quiero compartirles hoy, no son esos detalles, sino lo que sucedió justo al acercarse la fe-cha de mi cumpleaños.
Estaba muy segura que volvería a ocurrir lo del aniversario an-terior, viéndolo tan concentrado atendiendo sus obligaciones. Casi no lo veía durante todo el día, aunque siempre tuvo tiempo para estar en familia a la hora de la comida. Entonces tomé la decisión de salir a buscar el ramo de rosas más her-moso que encontrara en la ciudad y como si fuera su secreta-ria, escribí a nombre suyo en una tarjetita, el mensaje más emotivo de felicitación para su esposa y pedí que lo enviaran a casa justo a la hora en que sabía vendría a comer.
Recuerdo que cuando llegó, comprobé que efectivamente ha-bía omitido mi tan esperado regalo. ¡Había olvidado mi cum-pleaños! Llegó sin mayor ánimo que comer para regresar de inmediato a la oficina. Apenas habían pasado unos 15 minu-tos cuando se escuchó el timbre de la puerta. Le pedí que por favor atendiera mientras yo terminaba de servir la mesa. Y cuál va siendo su sorpresa cuando vio acercarse al mensajero con el arreglo.
Recuerdo que lo único que llamaba su atención cuando re-gresó frente a mí, era la tarjetita. Me preguntaba con insisten-cia de quién eran esas flores, quien me mandaba rosas a mí. Entonces le pedí que abriera el sobrecito y leyera su conte-nido. Ya imaginarán la escena. Si. Eso y más. Lo cierto es que a partir de esa fecha siempre hubo un ramo de rosas rojas para acompañar nuestras celebraciones.
Cuántas veces nos refugiamos en el rincón de las víctimas, y agotamos las reservas de lágrimas, llenándonos de reproches; vivimos decepcionados de quienes nos rodean, porque no cumplen con las expectativas de lo que esperamos de ellos.
Porque no atienden nuestras necesidades. Porque viven aje-nos a nuestro sentir y creemos que carecen de sensibilidad para entendernos.
Ponemos en sus manos nuestra felicidad y, confiamos ciega-mente que será su responsabilidad, hacer todo lo que esté de su parte para que nosotros seamos personas dichosas, por-que nuestros sueños se hagan realidad. Esperamos ciega-mente que sean ellos los que pongan los medios y hagan hasta lo imposible por acercarnos todo lo necesario para que así sea.
Sin embargo, a veces es necesario tomar en nuestras manos la posibilidad de hacer realidad lo que deseamos, porque nuestra capacidad de comunicación, no alcanza para estable-cer un diálogo abierto y productivo, con quien esperamos sea el realizador de nuestras ilusiones. En ocasiones, no somos suficientemente claros para expresar en el contenido de nuestros mensajes, lo que requerimos. Entonces empiezan a suponer, interpretan nuestras demandas o, intentan compla-cernos con lo que les gusta, sin entender qué es lo que real-mente se les solicita.
Creo que lo mejor es asumir nuestro compromiso de hacer todo lo posible por alcanzar lo que necesitamos. Si nosotros lo soñamos, nosotros podemos realizarlo. Empecemos por prac-ticar en las cosas más simples y cotidianas. Como cumplirnos el antojo de un helado o de ir al cine. Si somos capaces de identificar nuestras necesidades, podemos esforzarnos por crear las condiciones requeridas para atenderlas.
Lo mejor es tomar acción. Quedarnos sumisos, esperanzados a que alguien venga y nos cumpla nuestros mal llamados ca-prichos personales, no nos conducirá más que a la frustración y al encierro o, de plano, a victimizarnos. La vida es corta. Aprender a conocernos y a resolver nuestras necesidades, es lo mejor que podemos hacer para disfrutarla a plenitud. Re-cordemos que nadie hará por nosotros, lo que no estemos dispuesto a hacer por nosotros mismos.
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