Mirada de MujerOpinión

La experiencia, la dan los años

 

MIRADA DE MUJER

Por Luz del Carmen Parra

La experiencia, la dan los años

 

Si algo tengo determinado desde antes de nacer, es el tiempo que habré de vivir. ¿Cuánto? No lo sé, no lo intuyo. Tengo un reloj integrado a mi sistema de vida y se ha ido agotando conforme han transcurrido los minutos, pero sin tener conciencia, de que es el mayor de los tesoros que me ha sido regalado.

Día a día, en el hacer diario, sumando responsabilidades y corriendo tras los sueños, a veces olvidé cuán rápido se va la vida y me concentré en desenredar los hilos, dejando para después lo que en realidad debió formar parte de mis prioridades. No fue fácil mantener la vista en el horizonte, cuando el camino se tornaba espinoso.

Mucho de ese valioso tiempo se me ha ido de las manos tratando de cambiar, lo que no me gusta. De evitar, lo que me duele. De esforzarme por transformar mi entorno. De llevar luz, donde creo que hace falta. De moldear mis creencias a lo que concibo, de acuerdo a mi formación y experiencia, como lo mejor.

Sin embargo, poco a poco y con mucho esfuerzo, he aceptado las cosas que no pude cambiar. Con los años he asumido, que cada una de las personas que han coincidido en algún momento conmigo, son el resultado de su propia experiencia de vida, de sus principios y valores, aprendidos en una familia diferente a la mía, que han sido formados por maestros y amigos que no fueron los míos, y que necesariamente tenían derecho a ser como son.

Casi desde niña identifico algo en mí, que me hace rechazar la imposición de órdenes que se dan sin razón, ni sustento, y cuestiono la autoridad que, en ocasiones, solo busca enmascarar un complejo de inferioridad, humillando en su necesidad de afianzarse. He tratado de imitar la sencillez y la humildad aprendida con el ejemplo de mi padre, pero también reconozco que no me resultó nada fácil, lo que en él era algo innato, espontáneo.

Siempre repetía “no necesitas gritar, si tienes la razón”. Lo vi resolver en muchas ocasiones, incluso con sentido del humor, situaciones que le fueron incómodas, pero nunca confrontarse con sus interlocutores; era amable, cordial en su trato, pero firme en sus posiciones. No era ventajoso, pero sabía defender lo suyo.

No parecía que estuviera imponiendo su voluntad, siempre lograba negociar y terminaba con un apretón de manos y una palmada en el hombro, agradeciendo en todo momento lo acordado. Estaba listo para apoyar a quien le necesitaba. Había un sentimiento de bondad y de entrega en todo lo que hacía, que en su entorno se respiraba una paz contagiosa. Fue un hombre muy respetado y querido entre sus conocidos.

¿Cómo lograba conciliar su razón con la de los demás?, no lo sé. Tal vez era su sensibilidad y el mantener abierto su corazón para escuchar y hacer favores en todo lo que podía. Lo mismo lo buscaban niños, que adolescentes, que hombres maduros o ancianos. Para todos tenía palabras de aliento y hasta una broma que les hiciera más ligero el día.

Nunca tuvo aires de grandeza, que lo hicieran perder el sueño, ni le quitó nada a nadie por acumular poder o riquezas. Vivía respirando el aire puro del amanecer y al ritmo de las horas marcadas por los rayos del sol, disfrutando todo lo que hacía. Amaba sus animales; eran sus compañeros. Con ellos convivía la mayor parte de su día. Esa paciencia aplicada en el hacer, le permitía disfrutar su vida, y regresar a casa satisfecho, con el cansancio del deber cumplido.

“Vive y deja vivir, cada cabeza es un mundo”, me decía. “Si es tu responsabilidad, aplícate a cumplir lo mejor que puedas, si no, hazte un lado para que al que le corresponda, lo haga”, me decía cuando acudía por consejo. “No se trata de ceder en todo o de renunciar a lo que eres, sino de aceptar que este mundo es para ser compartido y, que no todo tiene que ser, como tú lo quieres».

El tiempo me ha dado el equilibrio. Son mis años los que han hecho que poco a poco esas palabras, llenas de sabiduría, tomaran sustento y validaran mi lucha por ser yo misma, sin pasar por encima de los demás; los que me permitieron aprender a defender mis derechos y a reconocer que mi libertad termina, donde empieza la libertad y el derecho de quien está a mi lado.

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