Mirada de MujerOpinión

Una plegaria

 

MIRADA DE MUJER

Por Luz del Carmen Parra

Una plegaria

 

Esta noche, ante el dolor de la pérdida de seres queridos a mi alrededor, de amigos y familiares de los que no he podido despedirme, y a quienes de algún modo extrañaré por siempre, me cuestionaba cuántas personas en todo el mundo estamos viviendo la misma situación. Familias enteras se están infectando unos a otros, en una voluntad férrea de no dejar solo al que cae.

Cada vez más me invade un sentimiento de desamparo y fragilidad, nunca me había sentido tan a la deriva como ahora. Pareciera que el barco se hunde en medio de un mar embravecido, sin que nadie a bordo supiéramos nadar, donde por salvar al que cae al agua, se ahoga quien intenta rescatarlo, en una cadena interminable.

En esta soledad busco a Dios. Intento tomarme de su mano y continuar. Necesito elevar mis ojos y doblar rodilla ante su mirada. Clamar misericordia. Esas estadísticas frías que hace unos meses no me decían nada, ahora tienen nombre y un recuerdo inolvidable. ¿Cómo haré para recuperar la fe y la esperanza? ¿Seré yo una de las bendecidas que logren sobrevivir? Y de ser así, ¿a cuántos más veré quedarse en el camino? O, aunque me resista a creerlo, ¿seré también parte de las mismas?

La posibilidad es real, así me lo indican los hechos. Nadie nos prepara para morir y la muerte ahora se ha vuelto omnipresente. Pareciera que estamos jugando a la ruleta rusa. No sabemos el día ni la hora, pero actualmente puede ser en cualquier momento. Por eso, orar es mi necesidad urgente.

Nunca antes me pareció tan corto el tiempo entre vivir y morir. En apenas unas semanas de diferencia, he visto cómo van cayendo uno a uno, parejas muy queridas; ya no importa si son jóvenes o adultos mayores, si tienen complicaciones de salud o si eran saludables, inexplicablemente todo se complica en un momento inesperado y la vida empieza a irse lentamente, sin poder evitarlo.

Desde niña aprendí que podía sentir a mi lado la presencia divina. Que debía caminar confiada sabiendo que contaba con una protección suprema. Eso me generó a lo largo de mi vida una

agradable sensación de cobijo y me daba seguridad. Mi fe ha sido el sostén en los momentos de prueba y se ha fortalecido mientras más difíciles han sido.

Entendí que cuando las cosas se me salen de las manos, cuando no tengo la posibilidad de resolver por mí misma, necesito recurrir a esa reserva interior que me brinda mi fe, y vuelvo a creer que todo va a estar bien, porque Dios está a cargo y una u otra alternativa, vendrá de su mano. Acepto en mi corazón su respuesta en paz, porque he entendido que sus tiempos son perfectos. Todo ha sido para bien, aun cuando a veces de inmediato me pareció perder.

El cansancio y agotamiento de médicos y enfermeras, que sienten que pierden la batalla cada segundo, empieza a hacerse presente en cada rincón, en cada uno de nosotros que hemos tenido que renunciar a la alegría de vivir, a la espontaneidad de nuestras emociones, a la confianza de que luchando cada día lograríamos nuestros sueños. Y en medio de todo esto vuelve a mi memoria esa frase que me llena de energía y vitalidad: Y aunque camine por cañadas obscuras, nada temo porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad”, palabras entrañables del Salmo 22 de la biblia católica.

Clamo la bendición de Dios como una fuerza universal que nos protege y nos guía. Dejo en sus manos, confiada, el destino del ser humano, segura de que al final de esta pandemia ya no seremos los mismos. Tal vez nos reencontremos siendo más sensibles, más compasivos, más solidarios y entonces habrá valido la pena tanto sufrimiento.

Mi abuelito decía que había que trabajar como eternos, sabiendo que nos íbamos a morir”, sabias palabras que me hacían tomar conciencia de mi temporalidad. Había que esforzarnos en la rutina y concentrarnos en el ahora, teniendo siempre presente lo más inmediato y resolver lo que el diario acontecer nos ponía en la agenda, sin detenernos a pensar, ni siquiera, en la posibilidad de que dejaríamos a medias lo empezado.

Hoy, más que nunca, toman sentido sus palabras. Atenderé su consejo y seguiré trabajando, como siempre, confiada y poniendo mi vida en las manos de Dios.

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