CABRITO NEWS
El otro virus: la pobreza
Por Homero Hinojosa
Una vez que inicie su marcha el controvertido “Tren Maya” —si es que AMLO logra concretar su sueño— los turistas internacionales podrán constatar cómodamente desde sus ventanillas el alto grado de miseria y desigualdad social que impera en Chiapas, Tabasco y Campeche.
Y es que México sigue siendo un país de pobreza. Según un reporte divulgado por el BID, nuestro país ocupa el sexto lugar en mayor desigualdad económica y social de América Latina. Solo nos supera Brasil, Colombia, Honduras, Panamá y Paraguay.
Las políticas para combatirla prácticamente no han movido el índice de Gini —medida para la distribución del ingreso— en los últimos 12 años.
El BID considera el nivel de 5.5 dólares al día para ubicar a una persona en pobreza monetaria, es decir, que no puede adquirir los alimentos ni bienes y servicios de consumo habitual.
Las cosas en México y en la región se han agravado seriamente este año. La crisis económica que trajo el Covid-19 generará en América Latina y el Caribe hasta 44 millones de nuevos pobres (según la ONU hay 190 millones de pobres desde Tijuana hasta Patagonia).
La Pandemia no solo ha afectado a los que menos tienen. La llamada “clase media consolidada” también ha sido dañada y de manera grave. Una caída en el poder adquisitivo (los supermercados no han escatimado en aumentos), reducción de salarios y pérdida de empleo han sido factores reales que le han impactado.
“La pandemia reducirá el bienestar de 52.2 millones de personas que habían alcanzado la categoría de clase media consolidada”, revela el informe. Un dato sin duda escalofriante.
No podemos afirmar que el Covid-19 ha sido el mayor causante de la crisis de pobreza y de “devaluación” que vive la clase media actualmente. La pandemia solo vino a potenciar un fenómeno que estábamos viviendo en toda esta región latinoamericana: un estado de fragilidad social y económica.
La pobreza que vemos es principalmente un efecto de la falta de una política de protección social consolidada en la mayoría de los países de la zona, evidente en naciones con gobiernos tanto de línea conservadora (Brasil con Jair Bolsonaro) que de modalidad pro-socialista (México con Andrés Manuel López Obrador).
La mala respuesta a la crisis sanitaria inevitablemente ha generado en nuestras naciones una reducción drástica de la actividad económica que se ha trasladado en un reto de similares repercusiones al tema de salud.
Resulta imperante que los países latinoamericanos más afectados hagan un frente común y consoliden prácticas públicas que los lleven a soluciones más pragrmáticas. Es hora de trabajar alineados.
El BID, por ejemplo, exhorta a nuestros gobiernos a estimular a la iniciativa privada, dar un seguro de desempleo a los trabajadores del sector formal y otorgar apoyos a las personas que laboran por cuenta propia.
Ello aunado a una política social que duplique los apoyos sociales ya existentes y con una reprogramación de pagos de impuestos y contribuciones de seguridad social. La apuesta está en incrementar el nivel de liquidez de las empresas, lo cual puede utilizarse para mantener el empleo y el valor de los salarios.
Es México es hora de actuar antes que los estragos del 2020 lleven a “pulverizar” más a la clase media y aumentar los niveles de extrema pobreza en nuestros estados, principalmente aquellos ubicados en el sureste mexicano. Y es que antes de sembrar vías de ferrocarril en una zona selvática urge mejorar el bienestar de millones de mexicanos.
Una vez que inicie su marcha el controvertido “Tren Maya” —si es que AMLO logra concretar su sueño— los turistas internacionales podrán constatar cómodamente desde sus ventanillas el alto grado de miseria y desigualdad social que impera en Chiapas, Tabasco y Campeche.
Y es que México sigue siendo un país de pobreza. Según un reporte divulgado por el BID, nuestro país ocupa el sexto lugar en mayor desigualdad económica y social de América Latina. Solo nos supera Brasil, Colombia, Honduras, Panamá y Paraguay.
Las políticas para combatirla prácticamente no han movido el índice de Gini —medida para la distribución del ingreso— en los últimos 12 años.
El BID considera el nivel de 5.5 dólares al día para ubicar a una persona en pobreza monetaria, es decir, que no puede adquirir los alimentos ni bienes y servicios de consumo habitual.
Las cosas en México y en la región se han agravado seriamente este año. La crisis económica que trajo el Covid-19 generará en América Latina y el Caribe hasta 44 millones de nuevos pobres (según la ONU hay 190 millones de pobres desde Tijuana hasta Patagonia).
La Pandemia no solo ha afectado a los que menos tienen. La llamada “clase media consolidada” también ha sido dañada y de manera grave. Una caída en el poder adquisitivo (los supermercados no han escatimado en aumentos), reducción de salarios y pérdida de empleo han sido factores reales que le han impactado.
“La pandemia reducirá el bienestar de 52.2 millones de personas que habían alcanzado la categoría de clase media consolidada”, revela el informe. Un dato sin duda escalofriante.
No podemos afirmar que el Covid-19 ha sido el mayor causante de la crisis de pobreza y de “devaluación” que vive la clase media actualmente. La pandemia solo vino a potenciar un fenómeno que estábamos viviendo en toda esta región latinoamericana: un estado de fragilidad social y económica.
La pobreza que vemos es principalmente un efecto de la falta de una política de protección social consolidada en la mayoría de los países de la zona, evidente en naciones con gobiernos tanto de línea conservadora (Brasil con Jair Bolsonaro) que de modalidad pro-socialista (México con Andrés Manuel López Obrador).
La mala respuesta a la crisis sanitaria inevitablemente ha generado en nuestras naciones una reducción drástica de la actividad económica que se ha trasladado en un reto de similares repercusiones al tema de salud.
Resulta imperante que los países latinoamericanos más afectados hagan un frente común y consoliden prácticas públicas que los lleven a soluciones más pragrmáticas. Es hora de trabajar alineados.
El BID, por ejemplo, exhorta a nuestros gobiernos a estimular a la iniciativa privada, dar un seguro de desempleo a los trabajadores del sector formal y otorgar apoyos a las personas que laboran por cuenta propia.
Ello aunado a una política social que duplique los apoyos sociales ya existentes y con una reprogramación de pagos de impuestos y contribuciones de seguridad social. La apuesta está en incrementar el nivel de liquidez de las empresas, lo cual puede utilizarse para mantener el empleo y el valor de los salarios.
Es México es hora de actuar antes que los estragos del 2020 lleven a “pulverizar” más a la clase media y aumentar los niveles de extrema pobreza en nuestros estados, principalmente aquellos ubicados en el sureste mexicano. Y es que antes de sembrar vías de ferrocarril en una zona selvática urge mejorar el bienestar de millones de mexicanos.
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