Como una visión de los vencedores, un militar yanqui observa al Monterrey ocupado en los meses de septiembre a diciembre de 1846, destacando la opulencia de la aristocracia, el atrevimiento de mujeres mexicanas, los crímenes de texanos, la defección del Batallón de San Patricio, las acciones de Taylor y la despedida del liberal Manuel María de Llano.
Por Luis Hernández
Son las 10 de la mañana de un trágico 25 de septiembre de 1846. Las fuerzas invasoras yanquis se han apoderado de la ciudad de Monterrey al capitular el general mexicano defensor Pedro Ampudia ante su homólogo Zachary Taylor, quien sería futuro presidente norteamericano.
Las tropas gringas rinden honores en formación a los cansados soldados aztecas, mitad por protocolo militar al solicitar éstas la rendición por ser superados en número y artillería no obstante haber causado cuatro bajas a los estadounidenses por cada mexicano caído.
Tras feroces días de batallas y luchas cuerpo a cuerpo en pleno centro de la ciudad, llevados al máximo del heroísmo los últimos tres días, los mexicanos deben abandonar la ciudad tristes, abatidos pero con cierto dejo de orgullo al haber sido aquí donde más daño se les causó.
Los nacionales y los regiomontanos que quisieron seguirlos enfilan hacia Saltillo. Ya vendrían otros encuentros en La Angostura y otras zonas del país. Igual desfila con ellos el estrenado aquí Batallón de San Patricio, irlandeses que abandonan a los yanquis al comprobar el abuso a una nación débil y pobre.
Caían así los fortines Tenería, Ciudadela, Federación, Rincón del Diablo, La Purísima y Cerro del Obispado. Los gringos izan su bandera en la Ciudadela y el Obispado entre los gritos de la soldadesca y cuerpos de voluntarios estadounidenses.
Le seguirían meses de ocupación extranjera, abusos contra la población civil y mujeres en los diferentes municipios. También relatos de las costumbres de la época y admiración por los paisajes de la región.
Se apoderan de casas de ricos
Un teniente invasor, Jackson Tecumseh Dana narra en cartas a su esposa en Estados Unidos lo que va observando de la vida cotidiana regiomontana en el lapso del 5 de octubre al 12 de diciembre de ese 1846.
Así, el 5 de octubre le escribe que los regimientos 5º y 7º se han apoderado de dos casas de ricos que las han abandonado con vajillas de porcelana, licoreras finas y observa que la ciudad está llena de árboles de naranjo y que de la casa de Arista se han traído mucha de esta fruta.
Añade que luego se instalan en el Salón de Consejos de este estado (Nuevo León), estos pertenecen y son ocupados, por un miembro de la aristocracia local, un tal Don Manuel “Algo”, El es un soltero muy rico.
Tecumseh escribe cartas en el cuarto dotado de muebles fines; “escucho el traqueteo de la carretas al pasar por las calles pavimentadas (que por cierto, están mucho mejor pavimentadas que muchas calles de nuestras ciudades), sólo puedo imaginarme a mí mismo de vuelta en Nueva Orleáns o Nueva York… que Dios nos conceda encontrarnos en algún lugar, así sea tan alejado como éste, y no seguir separados por esta cruel e inútil guerra”.
Las mejores casas de ricos regiomontanos son ocupadas por los invasores, “el alcalde es avisado para que proceda a su inmediato desalojo. El General Worth, el General Butler, el General Smith, todos ocupan casas muy buenas. (Mariano) Arista recién había terminado para sí, un lugar perfecto en este mismo lugar”.
Destaca la belleza de los terrenos en patios “tal como los habrás visto en imágenes de los jardines italianos en la antigüedad, llenos de jarrones, imágenes, fuentes, baños, naranjos, limoneros, limas, flores, y cosas así. Supongo que tenemos en uso por lo menos un ciento de casas de esta ciudad”.
Atrocidades cometidas por yanquis
“Sólo nuestra división está en la ciudad. Las otras dos están todavía en el ojo de agua del Nogalar (actual San Nicolás)”. Luego se refiere a crímenes cometidos por compañeros texanos: “Han cometido algunas atrocidades desde la capitulación. En una sola noche mataron a siete mexicanos sólo porque uno de sus compañeros había sido muerto en una pelea”.
“Esta tarde, un viejo lancero mexicano, que se quedó atrás para atender a un oficial de caballería, se encontraba escoltando a este oficial, cuando uno de estos sinvergüenzas sin ley, le disparó al viejo inofensivo, dejándolo muerto en la calle”
“El general Worth está ya buscando por todos lados al delincuente. Es este uno de los asesinatos más salvajes y a sangre fría del que yo haya tenido noticia”, le refiere Jackson a su esposa.
Luego le contesta a su conyugue celosa por comentarios anteriores de mujeres de Camargo, Tamaulipas que se bañaban semidesnudas en el río, sin inmutarse, a un lado de los soldados gringos.
“Sólo las que pertenecen a las clases más bajas las que se muestran tan fácil en público. Son de piel muy obscura y exageradamente feas… tus piernas, tus tetitas y cosas así, son las únicas que me encanta ver muy de cerca”, le dice.
Municiones en la catedral
En otra misiva del 12 de Octubre Jackson describe la catedral regiomontana como grande y hermosa, ricamente ornamentada; “el suelo está dividido en losas que pueden retirarse. Cada losa
es del tamaño de una sepultura, y dicen que las retiran para sepultar a sus muertos debajo de ellas. Este fue el lugar donde el enemigo tenía guardada la mayor parte de sus municiones”.
Para el 18 de Octubre el oficial se queja de nuevos crímenes de los voluntarios texanos que los acompañan en la invasión: “No han existido aquí, tanta embriaguez y disturbios como los que hubo en Matamoros, sigue habiendo asesinatos cometidos por ambos bandos, la mayoría de ellos por los Texanos. La semana pasada, uno de los hombres de mi compañía fue acuchillado y muerto por uno de sus sargentos”.
Posteriormente se dice admirado por la belleza de los paisajes y montañas regiomontanas: “Existen muy pocos lugares tan bellos como este, justo a la entrada de la Sierra Madre. Al fondo, aparecen estas montañas de piedra, con sus afilados y aserrados picos, contrastando fuertemente contra el cielo y presentado sus caras empinadas (cerro Las Mitras).
Las icónicas pinturas de Whiting
Para el 1 de noviembre, el militar y pintor Daniel Powers Whiting ha terminado ya la primera de una serie de pinturas con motivo de la toma de Monterrey, para ser enviadas a la capital estadounidense. Serían las suyas las más icónicas de la Batalla de Monterrey.
El 9 de noviembre Jackson acompaña a Whiting por tres días, haciendo bocetos entre las colinas. Gozan de la dispensa del general Worth para ausentarse de la milicia. El 15 de ese mes escucha por primera vez el órgano de la catedral en que se toca música sacra y alegre por un mexicano.
Para el día 23 los invasores reciben la negativa de la gente de Coahuila de venderles maíz para los caballos y el escritor comenta que si antes les iban a pagar por ello, ahora no recibirán nada; “El General Taylor ha regresado de Saltillo esta mañana tan fresco como cuando partió. Decomisó el general alrededor de 350 barriles de harina en Saltillo”.
Para el 29 detectan a varios mexicanos que ofrecían dinero a soldados yanquis para desertar y luchar al lado local, involucrados entre éstos un hijo del alcalde, a quien golpea Worth. El peor problema son los crímenes de los voluntarios texanos que salen en banda de 25 hombres.
“La otra noche, algunos voluntarios, por ejemplo, ingresaron a la casa de una familia bastante respetable, y obligaron al esposo a abandonar la habitación. Uno sostenía una pistola apuntando hacia la cabeza de la dama, mientras el otro, convertido en un demonio, procedía a violarla”, relata.
“A consecuencia de esta clase de hechos, muchas familias han abandonado sus hogares, y se han ido hacia el interior. La gente común está asustada, y muchos de ellos se han marchado. Muchos creen que los vamos a enviar de regreso a Estados Unidos como esclavos, y no los hemos podido persuadir de todo lo contrario”, continúa.
Día de la virgen y despedida a M. M. de Llano
El 12 de diciembre es visto por los yanquis como el día en que los regiomontanos salieron a la calle, a las iglesias, “Es el día de la Señora de Guadalupe, la santa patrona de la nación. Han estado teniendo misas todo el día y repique de campanas desde que amaneció”.
Y Observa; “Fui a la iglesia después del desayuno, y estaba absolutamente repleta. Deben de haber habido por lo menos trescientas mujeres ahí adentro, de todas las clases y aspectos, algunas bonitas, algunas feas, algunas ricamente vestidas y otras envueltas en burdas telas o aún peor.
Jackson refiere que la noche de ese día 12, último día de sus cartas en Monterrey, despedirá “al viejo Don Manuel (María de Llano), el dueño de esta casa. El es un doctor aquí, y tiene un gran negocio de remedios instalado en su propio hogar. Es un buen viejo y por lo menos vale unos $600,000”.
El pintor Whiting también se despide de de Llano, quien comenta que si la guerra continuaba, abandonaría propiedades con valor de $200,000 ó $300,000 pesos aquí y se iría a Francia hasta que las cosas se calmaran, o que incluso permanecería por allá de por vida.
Whiting le ofrece enviarle copias de sus pinturas, pero el doctor se niega señalando que «no se atreviera a mandárselas” para que el gesto no se malinterpretara y evitar ser llamado traidor a México”.
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