REFLEXIONES 2022
Por Mtra. Emilia Bela González
Acerca de ser mujer – 1
El mes de marzo resulta propicio para reflexionar acerca de lo que significa ser mujer. Estoy consciente que, al referirnos a la mujer, no podemos comprender a la totalidad de las que nacimos con ese sexo o quienes se identifican con el mismo.
Cada una respondemos a realidades distintas, que tienen que ver: con el país o región en el cual nacimos o vivimos; el nivel socioeconómico; grado de estudios; trabajo desempeñado; si se vive sola o en pareja; si hay hijos, si se es o no cabeza de familia, etnia, edad, discapacidad, identidad sexual, y los etcéteras se tornan innumerables.
A medida que ahondo en mis lecturas sobre género o historia de la mujer, cobran sentido algunas inquietudes surgidas a temprana edad. En esta ocasión me referiré a mi percepción conforme a lo que me tocó vivir y observar, partiendo del hecho de que nací en la década de los cincuenta y crecí en el seno de una familia conservadora de clase media, con un padre proveedor y una madre dedicada a las labores del hogar.
La libertad que gocé durante mi infancia y el entorno seguro que me rodeaba, me permitieron conocer distintas formas de vida familiar. La figura del hombre proveedor no era el común denominador, no eran pocas las mujeres que atendían un salón de belleza, una tienda o estanquillo, se desempeñaban como maestras, modistas, o empleadas, aportando económicamente al sostenimiento del hogar. Además, se ocupaban del cuidado y atención de los hijos, con apoyo en muchos casos de la madre o tía, pero no con el de sus parejas, derivado de la arraigada y no cuestionada creencia de que eso eran cosas de mujeres.
Al llegar a la pubertad, como única mujer con seis hermanos varones, mis padres me proporcionaron recámara independiente y se me asignaron tareas que me irían preparando como la ama de casa que imaginaron que sería en el futuro. Por las conversaciones y reiteradas recomendaciones, parecía que aún por encima de la calidad humana de una mujer, su más valiosa posesión y valor de cambio, era la virginidad, especie de sello de garantía ante un posible matrimonio. “Los hombres no se casan con las mujeres con las que se divierten”, solía escuchar.
Por su parte, si un hombre era borracho, infiel, mujeriego o llegaba de madrugada, la expresión “Él es hombre “, parecía constituir la explicación o justificación de tales hábitos. Pero cuidado cuando una de esas conductas, particularmente las de libertad sexual, se observará en mujeres, los calificativos no se hacían esperar, la de “cascos ligeros” era de la más benevolentes.
Crecí con ese esquema de doble moral, y escuchando sobre cuáles eran los atributos o características que se consideraban propios de cada sexo. Si bien se trataban de estereotipos de género, que no necesariamente coincidían con la realidad de cada persona, tendían a reforzar un sistema patriarcal conforme al cual la mujer se encuentra subordinada al hombre. Instituciones como iglesia coadyuvaban a ello al fomentar la sumisión, obediencia, y respeto al marido, y si le tocaba un golpeador, borracho y mujeriego, pues había que resignarse, era “la cruz” que le había tocado.
Costumbres y formas de ser tan arraigados en nuestra cultura, que las mismas familias los legitimaban. Cuando se analiza la situación jurídica y social de la mujer en el México del siglo XIX, llama la atención que derivado de las Leyes de Reforma, si bien se quitó a la Iglesia Católica, la exclusividad de celebrar matrimonios, considerando este, un acto solemne de naturaleza civil, sin embargo al imponerse la obligación para los jueces del Registro Civil de leer a los contrayentes la “Epístola de Melchor Ocampo “ se repetían los estereotipos religiosos en cuanto a los atributos y expectativas de cada sexo. Al parecer, Tamaulipas fue el último Estado en derogarla de su Ley del Registro Civil, por increíble que parezca esto sucedió en el 2016.
Como mujer, observadora de mi entorno, abogada, juzgadora y lectora, he advertido que los estereotipos de género con el que fuimos educadas mujeres de distintas generaciones, no corresponden a la realidad. Si bien es cierto que la constitución biológica de la mujer la hace apta para la procreación, no me pasa desapercibido que no todas poseen el instinto maternal, ni tienen como fin primordial la maternidad, y aún si tienen hijos, no experimentan el espíritu de sacrificio o la abnegación, que por muchos años los discursos oficiales señalaban como atributos que distinguían a las madres mexicanas, aunque reconozco y conozco que existen muchas que si responden a tal expectativa.
Cómo estereotipo de lo que debe ser un hombre se nos ha pretendido inculcar que este es: proveedor, inteligente, fuerte, valiente, racional y a su vez de la mujer deber ser dependiente, menos inteligente, débil, sumisa, tímida y emotiva, por señalar algunos. Sin embargo, tendríamos que admitir que conocemos hombres con todas o algunas de las características que se han señalado como propias de las mujeres y muchas de estas con las que se atribuyen al varón.
El tema da para mucho. Así que lo seguiremos abordando.
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