Por Rosa María Rodríguez Quintanilla
En México, hay 1.8 millones de trabajadoras domésticas que realizan quehaceres de limpieza y otras actividades complementarias, la inmensa mayoría de ellas laboran en la informalidad, en condiciones precarias y sin acceso a la protección social.
De cada 100 trabajadoras domésticas, 99 prestan sus servicios sin un contrato escrito; solo 4 de cada 100 tienen acceso a servicios de salud; y 28 de cada 100 tienen algún otro tipo de prestaciones, como aguinaldo y vacaciones.
Estos datos que aporta el INEGI a propósito del Día Internacional de las trabajadoras domésticas que se conmemora este 30 de marzo, demuestran cuánto falta aún para garantizar los derechos laborales de las personas trabajadoras del hogar remuneradas.
De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del cuarto trimestre de 2021, México cuenta con una población ocupada de 58.8 millones de personas de 15 y más años, de las cuales 2.3 millones (4%) realizaron trabajo doméstico remunerado; de ellas, 88% eran mujeres y 12% hombres.
La ocupación de trabajadora doméstica que predomina es la que se refiere a la realización de quehaceres de limpieza y otras actividades complementarias (86%).
Le siguen, el cuidado de menores de edad, personas con alguna discapacidad y adultos mayores (11%), lavar y planchar ropa (2%) y las ocupaciones relacionadas con cocinar, cuidar jardín, vigilar o cuidar accesos a propiedades (1%), todas ellas en casas particulares.
En promedio, trabajan 30 horas a la semana y perciben un ingreso de 38 pesos por hora trabajada.
Su edad promedio es de 44 años, 75% de ellas tienen entre 30 a 59 años de edad.
Su nivel promedio de escolaridad es de 8.2 años, equivalente al segundo grado de secundaria.
Según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 70% de las trabajadoras domésticas resultaron afectadas por las medidas de confinamiento por la pandemia, con cancelaciones de contratos, disminución de la actividad económica, desempleo, reducción de las horas o pérdidas de salarios.
Esto significa que, la pandemia vino a exacerbar aún más las vulnerabilidades y las desigualdades existentes, por el fantasma del desempleo, la informalidad, la baja cobertura de la protección social y la falta de contratos escritos.
La crisis sanitaria, social y económica desencadenada por la pandemia, ha supuesto un incremento en la responsabilidad de los cuidados y el mantenimiento de los hogares, tareas que han ocupado un lugar crucial dentro de la respuesta a la contingencia.
Sin embargo, ha sido uno de los principales colectivos afectados por la crisis, muchas de ellas fueron obligadas a pernoctar en sus lugares de trabajo, manteniéndose alejadas de su familia y sin el descanso adecuado.
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