MIRADA DE MUJER
Por Luz del Carmen Parra
En los niños se siembra el futuro
Hace unos días acompañé a mi esposo a las oficinas del Seguro Social y mientras esperaba que lo atendieran, me acerqué a un área donde había varias personas sentadas en espera de turno, para continuar con sus trámites.
En su mayoría personas adultas, papeles en mano, unos con cara de aburrimiento y otros más con síntomas de ansiedad. Entre esa gente cabizbaja con mirada ausente, había también quien, celular en mano, evadía el murmullo de la conversación ajena o el llanto de los niños.
Especialmente llamó mi atención una mujer de mediana edad, que se esforzaba por controlar a su pequeño de apenas unos dos años, que llorando clamaba su atención.
Después de intentar corretear, fue sujetado y sometido fuertemente entre las piernas cruzadas de su mamá, de tal manera que impedía que el pequeño pudiera liberarse.
Todo esfuerzo fue en vano y no tuvo más remedio que dirigir sus ruegos para que lo abrazara. Le extendía sus brazos con su carita llena de lágrimas, solicitando sus cuidados.
Sin embargo, la madre con mucha frialdad ignoraba el llanto y las caricias que le hacía en la cara con la manita, tratando de distraerla de aquella abstracción; ella retiraba su rostro y se mantenía absorta en el móvil, ignorando totalmente al niño mientras chateaba con quien sabe quién, y de vez en vez, soltaba una carcajada.
Cansado de intentarlo, el bebé terminó por introducir su dedo pulgar en la boca, se recostó entre sollozos, casi sobre los pies de su madre y sentado en el piso, en poco tiempo, se quedó dormido.
Triste realidad que cada día se hace más frecuente. Niños abandonados emocionalmente por la creciente dependencia de los padres de las computadoras, el celular y las redes sociales, que apenas se dan cuenta de sus necesidades.
Cuánto afecta a los niños en la primera infancia, el carecer del afecto y la convivencia con sus progenitores, del sentirse amados y valorados y sobre todo, de las condiciones para establecer un vínculo de apego emocional, que les cree el sentido de pertenencia a un núcleo familiar.
El conflicto no radica en traer trabajo a casa, ni en cumplir con la necesidad laboral, sino en lo que implica evitar todo contacto, el estar sin estar, el rechazar compartir su desarrollo y violentar su crecimiento emocional. El desentenderse del cuidado del menor, dando mayor relevancia a otros asuntos y permanecer, en definitiva, ausente a nivel emocional.
Tampoco se requiere correr de inmediato a satisfacer sus demandas y reclamos, que son formas de hacerse presente cuando son ignorados, sino en saber implementar reglas de convivencia, en tomar conciencia del momento en que hay que separarse de la pantalla, para volver los ojos a lo más importante que se tiene y no perderse del aquí y ahora del crecimiento de los hijos.
Lo más importante es saber priorizar, identificar en qué situación hay que satisfacer los requerimientos no solo físicos, sino emocionales de los niños. No olvidar que entre los principales reclamos está el disponer de tiempo para estar con ellos. No tener prisa y disfrutar de sus juegos y de su imaginación.
Crear en los niños el sentimiento de abandono provocará infinidad de secuelas en su vida adulta, ya que crecerá con temor de que las personas que encuentre en su entorno y con la cuales difícilmente podrá establecer una relación cercana, en cualquier momento, puedan abandonarle.
Vivirán en una permanente angustia, con miedo, inseguros, y dependientes, comprometiendo una sana relación de pareja, pensando en quedarse solos y en el área laboral, esperando siempre el momento en que los despidan. Tratando de evitarlo, se volverán complacientes, débiles de carácter y manipulables.
Si es en los niños donde se siembra el futuro de la humanidad, imaginemos cómo será el mundo de las próximas generaciones, ahí donde se ha depositado el desinterés, la apatía y la frialdad de unos padres incapaces de conectar emocionalmente con sus hijos.
Dice uno de los sicólogos más reconocidos, Carl Gustav Jung, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis, que “lo que no se hace consciente, se manifiesta en nuestras vidas como destino”, clara premonición de las consecuencias que ocasionarán los traumas en la infancia, quedando marcados como cadenas que limitan el crecimiento emocional y la realización personal, pudiendo alcanzar niveles devastadores en la vida adulta.
Me pregunto, ¿qué padre trae al mundo un hijo para hacerlo desgraciado?
Qué pensaría al saber que, con su desamor y su desinterés, le está preparando el camino para ser un adulto infeliz, sumiso, que vivirá sintiendo que no es importante, que no vale la pena y que está solo, por decir lo menos.
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