REFLEXIONES 2023
Por Mtra. Emilia Vela González
A propósito de la violencia contra la mujer
El pasado ocho de marzo, al finalizar mi participación en un evento realizado en el marco del día internacional de la mujer, se me hizo una pregunta. No recuerdo con exactitud las palabras utilizadas, pero iba encaminada a que compartiese una mala experiencia que como mujer hubiese vivido.
Es posible que tenga una memoria selectiva, generalmente olvido episodios negativos por los que he pasado, pero admito que en ocasiones estos afloran cuando leo, escucho algo o veo a alguien que me los recuerda.
Como respuesta a la pregunta, y sin ser con mucho el peor momento pero si uno especialmente incómodo, narré una anécdota. Estábamos en el edificio del Congreso del Estado y los hechos habían sucedido diez años atrás en dicho lugar.
Concluido el acto solemne de toma de protesta, en virtud del cual un compañero y quien esto escribe, habíamos sido ratificados como magistrados electorales, salimos al exterior del recinto del pleno legislativo y nos encontramos con un grupo de periodistas, hombres y mujeres, que acudieron a nuestro encuentro, buscaban una entrevista de pasillo pero toda la atención y sus preguntas fueron dirigidas a mi compañero hombre, yo simplemente parecía no existir.
En ocasiones, he dado pláticas sobre la violencia contra las mujeres, y por ilustrativo, utilizo en la presentación el Iceberg de la violencia de Amnistía internacional. En la imagen se advierte que en el pico que sobresale de la superficie del agua, es decir la parte visible, se encuentra el asesinato, la agresión física, la violación, amenazas, pero en la parte sumergida, aquella no apreciable a la vista, están las humillaciones, desvalorizar, ignorar, el humor sexista, micromachismos etc.
El cuestionamiento a que me referí al iniciar este escrito, siguió rondando en la cabeza de los siguientes días. Mi experiencia profesional como litigante y juez familiar me había permitido conocer variadas manifestaciones de violencia contra la mujer que nada tenían que ver con la física, recuerdo como causal de divorcio a la sevicia, o crueldad mental como aquella conducta intencional de causar sufrimiento a la cónyuge.
Si bien en los ochenta y noventas que impartía clases de Derecho Civil, no conocía las definiciones sobre los tipos y modalidades que se describen en la “Ley General para el Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, que entraría en vigor hasta el 2007. Cuando trataba de explicar a mis alumnos sobre el significado de violencia moral para diferenciarla de la física, les decía que había muchas formas de lastimar a una persona, sin siquiera tocarla, particularmente cuando la conocíamos porque entonces sabíamos que podía afectarle.
Si bien el número de mujeres que han sido víctimas de violencia física, que llega a los extremos de feminicidio, cada vez es mayor, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública señala que en el 2022 se registraron 948 de estos casos y que cada día 340 mujeres son víctimas de la violencia. Según el Inegi La violencia psicológica es la que presenta mayor prevalencia (51.6 %), seguida de la violencia sexual (49.7 %), la violencia física (34.7 %)
No se puede dejar de lado esas violencias, las que son sutiles, que con frecuencia las propias destinatarias de las mismas no lo asumen como tal, particularmente aquellas encaminadas a fortalecer estereotipos.
Un ejemplo de violencia simbólica que en ocasiones no se toma como tal, son los piropos, y no me refiero a esos comentarios breves que halagan a la persona que los recibe y refuerzan su autoestima, que pueden provenir tanto de hombres como de mujeres, de jóvenes o mayores. Hablo del piropo callejero que cosifica a las mujeres, que alude a los atributos físicos de esta de una manera ofensiva. Y que deja de manifiesto un machismo que subsiste y persiste en nuestra sociedad.
En la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer conocida como “ Convención de Belem do Pará” México como parte de la misma, se obligó a introducir progresivamente medidas tendientes a: “ modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, incluyendo el diseño de programas de educación formales y no formales apropiados a todo nivel del proceso educativo, para contrarrestar prejuicios y costumbres y todo otro tipo de prácticas que se basen en la premisa de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los géneros o en los papeles estereotipados para el hombre y la mujer que legitimizan o exacerban la violencia contra la mujer;”
Sin duda mucho trabajo que realizar, pero el comienzo está en el hogar.
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