Fue trono del emperador Moctezuma II en 1502, luego de los virreyes españoles, seguiría como sede de liberales y conservadores hasta que el matamorense Augusto Petriccioli emprende las obras de ampliación de un tercer piso de palacio Nacional, asiento desde 1824 de todos los presidentes
Luis H. Alvarado
Hacia el año 1502 tomaba posesión de su imperio el noveno emperador Azteca Moctezuma II Xocoyotzin y casi de inmediato inicia la construcción de su palacio. Cuatro años después, los primeros españoles provenientes de Cuba exploraban la península de Yucatán.
Nuevos arribos se registran en 1511 y en 1517 otro más dirigido por Francisco Hernández de Córdoba habría de ser rechazado por indios de Campeche para luego preparar incursiones más organizadas que culminan con la de Hernán Cortés en 1519 y su conquista en 1521.
Consumado el sometimiento de los tenochcas, los iberos llamarían al palacio de Moctezuma las Casas Nuevas o Reales por la amplitud de las construcciones, que en una de sus salas cabrían tres mil personas, o con un oratorio cubierto de planchas de oro y plata, ‘casi tan gruesas como el dedo’, adornadas con esmeraldas y rubíes.
Cortés se apropia del lugar y muerto éste en 1547, sus descendientes venden la propiedad a la corona española en 1562 y el virrey Luis de Velasco la convierte en el Palacio de los Virreyes y sede de la Real Audiencia. En 1692 se incendia y es reconstruido por el virrey Gaspar de la Cerda.
A la consumación de la independencia mexicana en 1821, el mismo lugar sería sujeto como nuevo asiento del poder al iniciarse la construcción del Palacio Nacional, en el que a partir de 1824 y hasta 1860 todos los presidentes vivirían ahí, a excepción de Vicente Guerrero.
Ahí muere Benito Juárez en 1872. Porfirio Díaz manda instalar la campana libertaria original de la iglesia de Dolores sobre el balcón central del edificio. En la actualidad es la sede del Poder Ejecutivo a cargo de Enrique Peña Nieto, la que en pocos meses ocupará el presidente electo Andrés Manuel López Obrador.
Cinco siglos de tlatoanis, virreyes y presidentes
Desde la época azteca la sede del poder ha sido asiento de los tlatoanis antiguos y modernos. Pero es un tamaulipeco, el arquitecto matamorense Augusto Petriccioli el último de los edificadores del Palacio Nacional, el que en 1926 por orden presidencial habría de añadir un tercer piso a la gran mole.
Sin embargo, a la fecha pocos han advertido el crecimiento de la tercera parte del edificio pues guarda gran parecido con su cara antigua del siglo XIX.
Con diferentes arquitecturas y temporalidades, en éste espacio es donde se han tomado las grandes decisiones en los últimos 500 años de historia política de México.
Es el espacio donde cientos de naturales y conquistadores, insurgentes y realistas, reformistas y conservadores, invasores y defensores, imperialistas y republicanos, revolucionarios y dictadores habrían de llevar adelante sus luchas.
Petriccioli es quien le añade al palacio la tercera parte de su edificación sobre 40 mil metros cuadrados frente al Zócalo con las paredes cubiertas de piedra tezontle. Uno de sus últimos agregados tiene lugar a su estética dos años después, cuando en 1929 el pintor Diego Rivera plasma varios murales en su interior.
El Palacio Nacional vería así transformada su construcción, por dentro y por fuera luego de varias remodelaciones en los años 1852, 1864 y 1884. Al agregar el tercer nivel a su fisonomía actual, se reformaba su fachada, cambiando la piedra blanca por el tezontle rojo (piedra volcánica) y eliminando las estatuas de ángeles sobre las puertas laterales frontales.
Resistente a sismos
En la segunda década del siglo XX el gobierno del presidente Calles inicia los trabajos para acondicionar la Tesorería pero persistía el deseo presidencial de transformar el aspecto del Palacio Nacional, a pesar de que la fachada exterior había sido objeto de varias modificaciones, ninguna de restauración colonial.
El crecimiento del gobierno y una mejoría en los ingresos al tesoro, hacían necesario un nuevo piso destinado al alojamiento del Departamento de Contraloría de la Nación.
La manufactura de los diseños y la dirección de las obras se encomienda a los arquitectos Augusto Petriccioli y Jorge Enciso, quienes inician conforme al plan, para luego proseguir solamente el primero con la edificación de las obras.
En cuanto al proyecto, que en realidad son dos casi iguales, con la salvedad de que en el primero se proponían unos remates elevados sobre las dos portadas laterales, con unas galerías abiertas con arcos inspirados en el Palacio de Cortés de la ciudad de Cuernavaca, que fue desechado.
Las obras materiales inician el 14 de marzo de 1926, efectuándose algunas excavaciones y perforaciones en los cimientos del edificio, para asegurar la estructura metálica que soportaría el piso que se iba a agregar, además de apuntalar el inmueble para hacerlo resistente contra los sismos.
En las perforaciones en subsuelo son recuperadas algunas piezas arqueológicas que despiertan gran interés en los arqueólogos, al encontrarse entre otras la que es llamada el Teocalli de la Guerra Florida, conflicto entre pueblos aztecas que tenía por fin pelear en un lugar acordado, con el objetivo de capturar prisioneros y ofrecerlos en sacrificio a Tonatihiu, el dios sol.
Para la ejecución de la obra se había aprobado un presupuesto de 684 mil 940 pesos, que resulta insuficiente, siendo necesario que la Secretaría de Hacienda aprobara una ampliación para llegar a 974 mil 880 pesos, con todo y que la situación financiera del gobierno federal presentaba déficit.
Fisonomía acorde al entorno
Para el mes de agosto se encontraba prácticamente terminada la fachada y el escultor Manuel Centurión trabajaba en las esculturas del remate de la portada principal, sin embargo el resto de la crujía que formaba el piso agregado apenas se proyectaba.
Final y solemnemente el 14 de septiembre es colocada la campana de la Independencia y la noche del día siguiente el presidente Calles inaugura la nueva fachada.
Para 1927 los trabajos representan una inversión ya de dos millones 171 mil 951 pesos, de los que un millón 982 mil 964 pesos son aplicados para continuar la construcción del nuevo piso.
Quedarían terminados los nuevos corredores de los patios Central y de Honor, con sus nuevas instalaciones sanitarias, portadas y lambrines de cantería, elevadores, escaleras secundarias y otras obras.
Para 1928 las inversiones llegan a sólo 474 mil 949 pesos, con las reformas prácticamente terminadas, limitándose los trabajos a la colocación de plafones, aplanados y pintura, resultando todo en una transformación al variar su tradicional aspecto y la fisonomía de la plaza de la Constitución, gracias al proyecto del matamorense.
Así, la fachada exterior adquiere su aspecto actual y el piso agregado, con sus notables remates sobre las portadas y torreones, provoca que el gran volumen horizontal adquiriera mayor importancia respecto a las demás construcciones que lo rodeaban, enfatizando su importancia como residencia del poder civil, sin producir efectos discordantes con la Catedral.
En el nivel inferior se hacen pequeñas ventanas rectangulares con rejas de hierro; en los superiores se conservó su diseño anterior y los enmarcamientos fueron relabrados. El nuevo piso agregado, destinado a las oficinas del conjunto, es dotado de ventanas separadas por pilastras molduras y cerramientos para dar el aspecto de una galería que aligerara el conjunto y rematado por un pretil liso y almenas que copiaron a las que antes habían existido.
Se acordaron del escudo nacional
Los adornos en los dos pisos inferiores se revistieron con piedra chiluca y los de la parte alta con sillares regulares de tezontle, inspirados en los que eran característicos en las construcciones de la segunda mitad del siglo XVIII en el valle de México.
En cuanto a los tres portales, les fueron retirados los elementos neoclásicos y colocados otros neocoloniales; en las laterales, en el tercer cuerpo una ventana octagonal, flanqueada por columnillas salomónicas.
El portal principal se hizo más rico, sus dos primeros cuerpos recibieron algunos detalles neocoloniales, como los leones que flanquean una cartela sobre la puerta y dos escudos, y dos pequeños atlantes de bronce que cargan la campana de la independencia.
En su remate fue diseñado al centro el escudo nacional, flanqueado por dos guerreros, uno indígena y el otro español, que se mencionan como “un conjuro escultórico que perpetuará el simbolismo de la raza mexicana”.
Una de las supresiones importantes es la del reloj de palacio, que tradicionalmente se encontraba en la portada principal desde el siglo XVI, que es suprimido en pos de una mayor elegancia y modernidad, ocupando su lugar el escudo nacional que nunca había estado en la fachada del Palacio.
El aporte de Petriccioli
El nuevo nivel repite los diseños de corredores del patio de Honor y Central, restando algunos ornamentos, que le permiten a la ampliación integrarse elegantemente a lo ya construido. A su vez, la pesada balaustrada de cantería colocada en el gobierno de Porfirio Díaz es suplida con una balconería de bronce, igual se cambian los cielos rasos y techos de vigas de madera buscando uniformidad en todo el conjunto.
La remodelación de la fachada y elevación de la altura del Palacio Nacional habría de consolidar el prestigio del tamaulipeco Petriccioli, quien ya en años anteriores había ganado concursos arquitectónicos de nivel internacional.
Como la transformación de la zona más importante del país con el conjunto Catedral-Zócalo-Palacio Nacional como eje arquitectónico y estético, entre 1933 y 1934 se habría de continuar con la corriente ornamental emprendida para proceder a la remodelación de las fachadas de los grandes edificios circundantes.
Así, de acuerdo al proyecto de Augusto, habría de continuarse con la aplicación de cantera y tezontle rojo en la homologación de los antiguos palacios públicos, dando uniformidad a todos los frentes incluyendo al viejo centro mercantil, respetando las formas propias de cada inmueble.
Quedaba así una sola fachada de acabados muy parecidos, exceptuando al ayuntamiento, que había servido de modelo para toda la afinación. Tal edificio estaba ligado a manifestaciones del eclecticismo internacional basadas en el interés del porfiriato al rescate de las raíces nacionales con visión criolla.
El zócalo cortesiano
Agusto Petriccioli y demás arquitectos que colaboraron, participan también en la modificación de la Plaza de la Constitución, llamada popular y erróneamente Zócalo por un proyecto malogrado hasta dejarla como se encuentra en la actualidad. Pero esta plaza también tiene su historia que data de la conquista.
Ocupada por Hernán Cortés, la ciudad de México es reconstruida, empleando miles de indios, demoliendo vestigios, templos e ídolos de los sometidos, para dar en cuatro años una nueva fisonomía al ensancharse las calles, taparse antiguos canales con los escombros y sobre la antigua plaza azteca del Teocalli moldear la Plaza Mayor, a cuyos lados se edificarían la catedral, palacio de virreyes y casa consistorial.
La transformación del Zócalo llevada por Petriccioli se había iniciado en 1923, tres años antes que la de Palacio Nacional. Otras de las obras magnas edificadas por el tamaulipeco sería el Mercado de El Carmen, entre 1933 y 1934 en los límites de los barrios de Loreto y El Carmen.
Dicho tianguis sería catalogado como el mejor mercado del hemisferio por sus 355 puestos en un área de 12 mil 500 metros cuadrados dotado de arcos centenarios, guardería y centro cívico comunitario por la anterior calle de Venezuela, y que en aquel entonces es usado como valladar para contener la creciente invasión de comerciantes ambulantes al centro de la ciudad de México.
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