Cabrito News
Todavía permanecen frescas en nuestra mente las imágenes de los cuerpos calcinados, “congelados” boca arriba, tras el estallido de un ducto en Tlahuelilpan, en Hidalgo, en donde murieron más de cien personas.
Los habitantes de esta pequeña comunidad aún intentan entender cómo la necesidad ha costado la vida a sus vecinos, a sus amigos y a sus hijos; qué fue lo que salió mal, y si las autoridades hicieron todo lo que pudieron. Decenas de soldados estuvieron en el lugar de los hechos previo a la explosión, pero no actuaron por razones aún no muy claras.
Esto es una muestra más de nuestro “Realismo México”, situaciones y comportamientos sociales que tienen que ver con costumbrismos muy locales, con patrones de conducta que para muchos serían cuestionables —como el robo de combustible que para los locales sería visto como un “derecho”— pero que para un observador lejano le resulta extraño.
Al respecto, el periodista Jorge Zepeda Patterson escribió esta semana: “No es casual que las tragedias se desaten en lugares impronunciables o inéditos para el resto de los citadinos. Ayotzinapa, Tlatlaya o ahora Tlahuelilpan terminan por convertirse en nombres familiares por las razones más siniestras, a golpe de muertos”.
Y añade: “Tampoco es casual que sean nombres indígenas; los desastres suelen presentarse allá donde el hambre es mayor, donde los poderes reinantes son más salvajes y la vida de los personas es más vulnerable ante las fuerzas naturales o de las otras que los vapulean”.
Definitivamente hay que estar ahí para tratar de entender, aunque sea un poco, qué es lo que motiva a los pobladores de nuestro México profundo, el de nuestro “Realismo México”, a llegar a este tipo de extremos. ¿Simple rapiña y rebelión social? ¿O un justificante de desesperación frente al hambre como sugiere Patterson?
No muy lejos de Hidalgo, en el vecino estado de Veracruz, días antes un grupo de pobladores de este estado se hicieron populares por un vídeo saqueando un camión con ganado que volcó en la autopista La Tinaja-Cosoleacaque. Incluso, una res fue destazada en el lugar del accidente.
Pero una suerte mayor tuvo un repartidor de Bimbo en Ciudad Juárez también estos días pasados. Por una mal maniobra las puertas traseras de su unidad se abrieron dejando caer su mercancía de pan y gansitos en una avenida, pero… ¡sorpresa!… personas que iban por ahí, en lugar de recoger y huir con la mercancía, decidieron ayudar al chofer a recogerla.
Esto nos demuestra que el comportamiento colectivo es impredecible, que quizá son circunstancias propias del momento y un sentido de predisposición de la gente en cierto contexto los factores que los llevan a actuar de determinada manera: en rapiña o en solidaridad.
¿Tiene algo que ver la imagen que tienen los mexicanos de sus autoridades para asumir determinada conducta delictiva en grupo?
Patterson cree que sí y dice que la gente roba los bienes públicos (como la gasolina) no solo porque no hay un orden legítimo que se los impida, sino porque asume que los de arriba, los ricos, los políticos, los empresarios, hacen lo mismo.
Según esta visión, muchos mexicanos encuentran un justificante –y hasta un derecho en algunos casos— para robar gasolina, saquear ganado o romper vitrinas para llevarse una Samsung de 60 pulgadas.
Podemos como sociedad simplemente contemplar estas manifestaciones que se dan en las zonas más profundas de nuestro país y decir que “son parte de la cultura local”, de la idiosincrasia regional.
O podemos aceptar que estas acciones son simples copias y una venganza por el robo que hacen sus autoridades y que rara vez se castigan.
A fin de cuentas nos quedaremos en la pasividad, siendo cómplices silenciosos de algo que debería ser analizado más seriamente.
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